Para salir del desastre

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Monseñor Ovidio Pérez Morales

Que estamos en un desastre, es tan evidente como sufrido; por ello no requiere mucha argumentación probatoria. Baste pensar en el empobrecimiento de la gran mayoría de los venezolanos y el cierre de la tenaza totalitaria tan acelerados.

¿Por qué ha llegado Venezuela a este desastre? Es pregunta frecuente en el extranjero ante el colapso de un país que ha contado con ingentes recursos en múltiples campos y no ha experimentado en este siglo guerras civiles o con otros, como tampoco epidemias graves o catástrofes naturales de alcance nacional.

Individuar fallas es fácil; identificar causas, no tanto, pero es tarea indispensable para la búsqueda de soluciones. Ahora bien, con respecto a la gravísima crisis nacional la Conferencia Episcopal Venezolana ha sido clara y repetitiva en precisar como causa generadora principal: el propósito del actual régimen de imponer al país un sistema socialista-hacia-el-comunismo, no solo moralmente ilegítimo e inconstitucional, sino también históricamente fracasado. La superación del desastre nacional pasa entonces, ineludiblemente, por la sustitución de dicho régimen para el establecimiento de otro, de signo humanista, democrático, pacífico, solidario y productivo. Nuestra Constitución, particularmente en su Preámbulo y Principios, señala el camino hacia una república que sea “casa común” acogedora y grata para los venezolanos.

Ahora bien, edificar esa “casa común” exige un serio trabajo en los varios campos de la convivencia social: económico, político y ético-espiritual. Para lograr así: una economía productiva y solidaria, una política orientada hacia la libertad responsable y el pluralismo participativo, una ciudadanía de calidad moral y espiritual. Y, por supuesto, un relacionamiento ecológico que garantice sustentabilidad.

¿Por qué Venezuela ha llegado al presente desastre? Los creyentes utilizamos la categoría “pecado”, de orden típicamente moral-religiosa, la cual, por tanto, no aparece en las ciencias físicas y semejantes, como tampoco en las sociales. El pecado es abuso egoísta de la libertad, que descalabra a la persona, rompe la sana convivencia y enemista con Dios. Ya desde el Génesis la Biblia habla del pecado y sus consecuencias individuales y comunitarias. Es la raíz de los males humanos. Pensemos, para no ir más lejos, en los efectos sociales de los llamados “pecados capitales”: de la avaricia e insolidaridad en la economía, de la soberbia y envidia en la política, de la deshonestidad y superficialidad en la cultura.

Cuando Bolívar subrayó moral y luces como primeras necesidades, no andaba descarriado. Apuntaba al más específico y positivo horizonte del ser humano: una inteligencia nutrida y desarrollada junto a una voluntad libre dirigida hacia el bien. Sin gente responsable, honrada, justa, solidaria, de rectitud ética y altura espiritual no se puede pensar en una genuina “nueva sociedad”. Por cierto sobre “hombre nuevo” leemos en la Carta de san Pablo a los Efesios (4,24-32) algunas características y exigencias válidas no solo para los cristianos.

En el país urge ciertamente un cambio rápido de régimen para poder superar la gravísima crisis. Pero no bastan los cambios estructurales. La economía, la política y la cultura no se hacen solas, con instrumental puramente científico o técnico. Son obra del ser humano, que les da su sentido y finalidad, ya encaminándolas hacia el bien, ya, desgraciadamente, hacia el mal. Al desastre, sembrado desde antes del 99, no se ha llegado simplemente por conocimientos deficientes o procedimientos técnicamente inapropiados, sino, principalmente, por corruptelas y vicios que han deteriorado el espíritu de personas y grupos sociales.

Ya en la tragedia griega se expresó algo como: ¿Qué son las torres y los navíos si no hay hombres en ellos? Para salir del desastre se impone un cambio estructural (sistemas y procedimientos), pero acompañado de una “conversión” ético-espiritual de los venezolanos, especialmente de quienes tienen funciones de conducción.

Monseñor Ovidio Pérez Morales