La corrupción, el abandono de la ética y el autoritarismo están carcomiendo las bases de las democracias latinoamericanas y destruyendo las esperanzas de millones de ciudadanos que esperaban que los gobiernos progresistas, autodenominados de izquierda, implantaran nuevas formas de hacer política, y superaran la politiquería que se acostumbró a utilizar el poder no para resolver los problemas de las mayorías, sino para servir sus intereses egoístas y favorecer a los suyos.
Cada día es mayor el desencanto al comprobar cómo la mayoría de los gobiernos supuestamente de izquierda de Nicaragua, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia están acusados de corrupción y autoritarismo. En cuanto a Venezuela está señalada como uno de los países más corruptos del mundo a pesar de que los que se alzaron en febrero del 92 y han gobernado los últimos 19 años, justificaron su golpe para acabar con la corrupción. Algunos hablan de que la corrupción se ha llevado más de trescientos mil millones de dólares, cantidad que pocos en Venezuela sabrían escribir en números.¿Imaginan lo que se podría haber hecho no sólo con esa cantidad que terminó envenenando las conciencias, sino con el billón (un millón de millones) de dólares que han entrado al país en estos años?
Pero, como ha escrito acertadamente Raúl Zibechi:“Sin ética la izquierda no es nada.Ni el programa, ni los discursos, ni siquiera las intenciones tienen el menor valor si no se erigen sobre el compromiso con la verdad…En este período en el que todos los dirigentes de izquierda se llenan la boca mentando valores, resulta muy significativo que se queden apenas en el discurso… A mi modo de ver, la izquierda pasó de ser la fuerza social y política que pugnaba por cambiar la sociedad a resecarse apenas como un proyecto de poder. No el poder para, sino el poder a secas, el tipo de relaciones que aseguran la buena vida para la camarilla que lo detenta. Fue a través de la lucha por el poder y la defensa de éste que la izquierda se mimetizó con la derecha. Hoy se argumenta con la lucha contra el neoliberalismo como excusa para no abrir fisuras en el campo de la izquierda, con la misma liviandad que antes se argumentaba la defensa de la URSS o de cualquier proyecto revolucionario”.
Si bien toda mi vida me he considerado un hombre de izquierda, nunca he podido comprender el silencio cómplice de muchos intelectuales y políticos, que ante el miedo de aparecer alineados con la derecha o perder sus privilegios, se callan ante la conducta y los errores de los gobernantes de izquierda. Siempre críticos de los que consideran de derecha, callan hoy las barbaridades que están cometiendo las izquierdas, desde Nicaragua a Venezuela, como callaron ayer los crímenes de Stalin o de Mao, las atrocidades en ese camino de sangre por construir los socialismos reales.
La disciplina partidista no puede acallar las voces y las conciencias. Si esto es así ¿qué sentido tiene seguir hablando de derechas y de izquierdas? De ahí la necesidad de recuperar la ética como sustrato de la política. Más que de izquierda o de derecha, deberíamos hablar de gobiernos éticos y cumplidores de la ley, y gobiernos inmorales y que utilizan la ley a su conveniencia.
Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com) www.antonioperezesclarin.com