Una misión que se remonta a los tiempos de las Cruzadas y que han seguido con fidelidad hasta hoy.
¿Has ido a la Basílica de la Agonía, en el Huerto de los Olivos? Entonces, quizás te haya sorprendido, en un país tan lejano, conocer al padre Artemio Vitores, un franciscano español, y charlar amistosamente con él. Como él hay otros españoles, pero también franceses, americanos, italianos… Una comunidad religiosa muy singular, procedente de todos los rincones del mundo, que custodian los lugares en los que Cristo vivió.
Para cualquier peregrino a Tierra Santa, la Custodia Franciscana constituye un punto de referencia ineludible: los franciscanos están ligados a los Santos Lugares desde la época de las Cruzadas, ininterrumpidamente hasta hoy.
Poseen en propiedad muchos de los lugares donde transcurrió la vida terrena de Jesucristo, otros los comparten con miembros de otras confesiones, garantizando la presencia y el culto católicos. Pero ¿por qué ellos y no otros?
El Custodio de Tierra Santa Pierbattista Pizzaballa es el autor de un folleto en el que explica la naturaleza de esta misión de la Orden franciscana.
Una misión que se remonta al propio Francisco de Asís, quien, como es sabido, peregrinó a la Tierra Santa entre 1219 y 1220, en tiempos de las Cruzadas. En este viaje se produjo su famoso encuentro con el sultán Melek el-Kamel, el enemigo acérrimo de los cristianos.
En realidad, la provincia franciscana de Tierra Santa había nacido dos años antes, y era una muestra del inmenso amor que Francisco sentía por Jesucristo y su enorme deseo de peregrinar a los lugares donde transcurrió su vida terrena.
Con este mismo espíritu, después de la muerte de Francisco, la Orden siguió alentando su presencia allí, concibiéndola como una auténtica misión después de la derrota y retirada cristianas.
Cuando los Santos Lugares volvieron a manos musulmanas, mantener la presencia cristiana en ellos se convirtió en una auténtica aventura.
Y los franciscanos, apoyados por los diferentes Papas (es de reseñar la Bula de Clemente VI, que sancionó el estatus de la Custodia), permanecieron presentes contra viento y marea desde entonces. Y, muchas veces, solos.
Durante siglos, compraron algunos de los lugares, manteniendo a duras penas los edificios, atendieron a los cristianos locales, bajo el dominio turco, bajo el otomano, en guerras y carestías.
Los franciscanos, en casi 700 años, fueron la única cara de la cristiandad visible en Tierra Santa, cuando todas las demás habían desaparecido. En 1847, la Santa Sede restableció el Patriarcado Latino de Jerusalén.
Un estatus especial
La provincia franciscana de Tierra Santa es la única en el mundo con un carácter internacional: los franciscanos que pertenecen a ella proceden de todo el mundo, y lo hacen voluntariamente, bien de forma permanente, eligiendo prestar sus servicios allí durante una temporada. Actualmente son unos 300 frailes.
Su presencia es especialmente importante en Jerusalén, donde mantienen una presencia en el Santo Sepulcro junto con los greco-ortodoxos y los armenios, y sobre todo custodian la Basílica de la Agonía (Getsemaní). Los otros dos lugares son Belén (Basílica de la Natividad) y Nazaret, en la Basílica de la Anunciación.
Además, la Custodia lleva a cabo trabajo pastoral en 29 parroquias de toda Tierra Santa, donde atienden a los cristianos locales de rito latino.
Mantienen además escuelas cristianas y obras sociales (viviendas, etc.) con las que ayudar a la minoría cristiana, extremamente necesitada a raíz del conflicto palestino.
Otra misión actualísima de los franciscanos es la animación cultural y el diálogo interreligioso. Baste decir que la Orden mantiene una importante actividad de difusión de los hallazgos arqueológicos relacionados con los Santos Lugares.
Para los expertos en el mundo bíblico, el Studium Biblicum Franciscanum no necesita cartas de presentación.
Como dice, a modo de conclusión, el padre Pizzaballa, los franciscanos han sido, durante siglos, un “puente” providencial entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente, y una avanzadilla del diálogo interreligioso, así como una fuente de esperanza para los cristianos de Oriente Medio. “En Tierra Santa, los frailes se encuentran en el corazón de la Iglesia y del mundo”. Y es verdad.
Inma Alvarez | Aleteia