Del 18 al 25 de enero, cada año, se celebra el Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos.
El trabajo ecuménico comienza por el respeto a la propia diversidad humana y sus implicaciones; respeto y aceptación de las diferencias, respeto y promoción del derecho a ser diferentes y, sobre todo, a nivel de religiones, respeto sagrado por lo que el otro cree, aunque no se crea lo mismo.
El trabajo ecuménico no busca la unidad en la igualdad sino en la diversidad. El fenómeno de 7 mil 500 millones de personas en el mundo con un impresionante abanico de culturas y con miles de religiones, donde precisamente, la monoteísta no es la mayoría, invita a reflexionar sobre la necesidad de fundamentar el trabajo ecuménico en el concepto de universalidad del bien humano, como se hace en en el mundo asiático, por ejemplo, donde la gran diversidad de cosmovisiones religiosas obliga a alimentar el trabajo por la unidad en la búsqueda de la sabiduría y no de la verdad.
Este trabajo ecuménico es imposible con los sectarios porque ellos dividen. El fundalentalismo y extremismo de algunas religiones y denominaciones cristianas hace imposible el trabajo ecuménico porque no respeta el derecho a la diferencia. El documento conciliar del Vat. II, Nostrae Etatae, es un buen punto de partida para iluminarnos sobre la necesidad de aceptar la diversidad como una realidad consustancial a la humanidad. La tarea es titánica y los retos no son pocos, pero las posibilidades son infinitas si se abandonan los absolutismos. Desde la experiencia católica algunas iniciativas son esperanzadoras, como el Movimiento de los Focolares o El Camino Neocatecumenal, entre otras realidades, cuyas acciones han sobrepasado los límites del catolicismo tradicional y están presentes en diferentes iglesias ortodoxas orientales e, incluso, en el mundo judío.
Padre Alberto Gutiérrez, de la Parroquia Purisima Madre de Dios y San Benito de Palermo