La Iglesia crece deprisa en Islandia, acuden más jóvenes que ancianos

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Las estatuas y el arte sacro no invaden los sentidos en Cristo Rey, que en el año 2000 fue nombrada basílica menor, diez siglos después de que Islandia se convirtiera oficialmente en una nación cristiana.

El crecimiento de la Iglesia en Escandinavia es prácticamente la única excepción en una Europa en proceso acelerado de descristianización, al que por supuesto tampoco son ajenos aquellos países. El caso de Islandia resulta particularmente esperanzador, como cuenta John Aidan Byrne en el National Catholic Register.

Es una fría y oscura noche invernal en Reikiavik y los fieles abarrotan los bancos de la misa vespertina de la catedral católica de Cristo Rey, un llamativo punto de referencia de la parte oeste de la capital de Islandia. La Iglesia de este país está floreciendo tan rápidamente como su economía, y en la vigilia de Todos los Santos, una de las curiosidades -y la prueba más evidente de este crecimiento- son los jóvenes, que superan en número a los ancianos en los bancos de la iglesia.

Esta catedral neogótica es otra curiosidad, puesto que está atípicamente adornada por un techo plano, lo que sorprende a los visitantes, que esperan la clásica aguja elevándose triunfante hacia los cielos paradisiacos del Norte. Cuando en verano el sol alcanza su apogeo, la ilumina con su luz durante todo el día y es posible ver brillar la piedra gris del exterior de la catedral y las vidrieras de colores.

Las estatuas y el arte sacro no invaden los sentidos en Cristo Rey, que en el año 2000 fue nombrada basílica menor, diez siglos después de que Islandia se convirtiera oficialmente en una nación cristiana. La imaginería religiosa, en cambio, agudiza agradablemente la mente. La estatua del patrón de Islandia, San Thorlaco (1133-1193), en la nave lateral izquierda, es especialmente notable. Cuando el sol atraviesa las vidrieras situadas encima del altar mayor, sus rayos de luz inundan la nave mientras los fieles reciben la comunión. Muchos de ellos se arrodillan en los reclinatorios de comunión situados delante del altar para recibir la comunión en la lengua.

El obispo David Tence celebra misa en la catedral de Cristo Rey.

Esta demostración de reverencia en la comunión -poco común en Estados Unidos- parece un extraordinario acto de piedad, una vuelta a la tradición. El obispo David Tencer, que guía la diócesis católica de Reikiavik, dice: “Aquí es normal“. Según monseñor Tencer, un fraile capuchino de larga barba, arrodillarse es algo habitual entre los católicos islandeses.

“Los fieles normalmente comulgan de rodillas, aunque si alguien lo desea, puede hacerlo de pie”, explica el padre Patrick Breen, rector de la catedral y vicario general de la diócesis. “Siempre ha sido así, y siempre será así a no ser que alguien quite los reclinatorios“, se estremece el padre Breen ante la idea de que esto pueda suceder.

La tradición está muy presente en la Iglesia católica de Islandia. “Diría que los católicos islandeses practicantes tienden a ser bastante conservadores”, afirma el padre Breen. El sonido del canto gregoriano a veces inunda las misas dominicales en la catedral. Y hay muchos otros signos que se pueden asociar a una Iglesia vibrante, desde la Adoración Eucarística a la oración en familia.

Peregrinación diocesana a Mariulind, en la costa occidental. En el centro de la foto, el obispo Tencer.

También es muy clara la postura que tiene la Iglesia de Islandia en la cuestión más importante. En la verde colina situada a poca distancia de la catedral y del centro de la ciudad, lleno de turistas, hay una gran campana de 90 años de antigüedad que espera ser tañida. “Es la campana de la vida“, explica el obispo Tencer. “Y su sonido es magnífico, sobre todo cuando la gente se reúne para rezar junto a ella para pedir la protección de la vida humana en el vientre materno”. “A veces”, añade el obispo, “los visitantes llegan a primera hora de la mañana, sobre todo durante el verano, cuando hace buen tiempo, para escuchar el tañer de la campana. ¡Es tan hermoso!”.

Una Iglesia minoritaria

En un país sumamente secularizado, la Iglesia católica de Islandia está separada de la Iglesia Luterana Evangélica de Islandia, la Iglesia nacional a la que pertenece la mayoría de la población, sobre la cuestión del derecho al aborto. A diferencia de la Iglesia católica, la Iglesia nacional no se opone a la legalización del aborto. La mayoría de los islandeses son, al menos nominalmente, luteranos. Y la sanidad pública cubre el aborto legal en Islandia, país que llenó los titulares de los periódicos del mundo por su índice del 100% de abortos de niños con síndrome de Down. (Un escasísimo número de madres se niegan a hacerse el test prenatal, o rechazan el aborto si su hijo es diagnosticado de síndrome de Down). Al obispo Tencer le entristece profundamente esta estadística y quienes la apoyan. “La obispesa luterana de Islandia ha declarado estar en favor del aborto”, ha dicho, refiriéndose a Agnes Sigurðardóttir. “Esto es muy extraño y para nosotros, católicos, imposible. ¿Cómo se puede ser cristiano y, al mismo tiempo, pro-aborto?”.

Fieles en los bancos

Una vez sentados cómodamente en el interior cálido y seguro de esta notable catedral, consagrada en 1929, los frescos rostros de los fieles en los bancos ofrecen un poderoso retrato de la Iglesia católica islandesa actual. Durante más de una década, los jóvenes católicos han ido llegando a esta Iglesia, la gran mayoría de los cuales han emigrado al país recientemente.

El enorme éxito económico de Islandia ha abierto las puertas de par en par, atrayendo a miles de inmigrantes de Europa del este, Asia y otros países, para suplir la escasez de mano de obra.

“Actualmente tenemos miembros en la Iglesia católica que proceden de varias naciones, hemos contado casi cien idiomas distintos”, dice el obispo Tencer, observando que, de lejos, el número más grande de recién llegados son polacos, que suman el 4% de la población de Islandia.

Con el tiempo Islandia se ha recuperado de la crisis económica de 2008, que interrumpió este impulso y que precipitó la economía de la isla y la nación en una depresión. Fue un retroceso doloroso que obligó a buscar salidas económicas en un país famoso por sus impresionantes paisajes nevados, sus volcanes, sus géiseres y su gran poder geotermal. El turismo, la pesca y la tecnología guiaron la recuperación. Hoy en día, las grúas invaden el centro de Reikiavik, donde multitud de polacos construyen hoteles de vanguardia y mezclan cemento para edificar relucientes torres de oficinas.

Crecimiento en la fe

Quince años después de su fundación, la diócesis católica de Reikiavik, que incluye seis parroquias y dieciocho iglesias distribuidas en esta curiosa isla nórdica del Atlántico Norte, nunca había sido tan fuerte numéricamente. Y está creciendo tan rápidamente como la economía nacional, en la que los turistas son tres veces más que los habitantes locales. Por definición, la Iglesia católica de Islandia tiene el tipo de crecimiento rápido que alegraría a los obispos de otras naciones. “Somos la comunidad católica que más crece, y a mayor rapidez, de los países nórdicos“, afirma el obispo Tencer.

En 1970, había en Islandia unos 1000 católicos, la mayoría nativos del país. Desde entonces, en una década, la población católica se ha disparado desde unos 3.000 miembros hasta unos 13.500, la mayoría de ellos inmigrantes. Esto significa que la población católica de Islandia ha aumentado, en algo menos de una generación, desde un 1% hasta el 4% aproximadamente de la población del país, unos 338.000 habitantes. “Es una Iglesia joven, el 80% de los fieles que vienen a misa el domingo son jóvenes, y este es un fenómeno muy reciente para nosotros”, afirma el obispo Tencer. “Aquí, cuando entras en las iglesias, ves rostros jóvenes, no ancianos”. Las misas se celebran en islandés, polaco, español e inglés. “En un año”, añade el obispo Tencer, “hemos tenido 150 bautismos y sólo 15 ó 20 funerales“.

Para servir a esta población católica, cada vez más numerosa, hay 16 sacerdotes procedentes de otros países y uno de Islandia. Los sacerdotes extranjeros vienen de varios países: cinco de Polonia, tres de Eslovaquia, uno de la República Checa, dos de Irlanda, uno de Alemania, uno de Francia, dos de Argentina y uno de Gran Bretaña (ya retirado). Hay un religioso de Eslovaquia y muchas órdenes de religiosas, muy apreciadas por sus obras de caridad cristiana y sus vidas dedicadas a la oración. El obispo Tencer, nativo de Eslovaquia, fue nombrado quinto obispo de la diócesis en 2015.

A todas luces, la de Islandia es una Iglesia inmigrante. Sentado en el estudio de su limpia parroquia, el padre Breen, nativo de Dublín, Irlanda, ha sido testigo de este rápido crecimiento desde que él llego aquí como sacerdote en 1984. “La Iglesia aquí tiene bastante fuerza”, dice el padre Breen, un abstemio que con orgullo lleva el pin de la Asociación de Abstinencia Total del Sagrado Corazón, un grupo internacional con base en Irlanda y con una rama en Islandia, que fomenta la abstinencia del alcohol. “Los inmigrantes polacos”, añade el padre Breen, “son probablemente los más tradicionalistas”.

Los desafíos de la Islandia católica

Pero si bien el creciente número de los que, en Islandia, se definen católicos es realmente impresionante, la realidad subyacente proporciona un retrato diferente, a veces desalentador. Según varias estimaciones, entre el 20 y el 25% de los católicos de Islandia acuden a misa los domingos, porcentaje que corresponde, más o menos, a la misma estimación de la mayoría de los Estados Unidos, y de muchas partes del mundo occidental, actualmente. (Además, el aumento en el número de turistas que son católicos y que visitan Islandia significa más rostros en las iglesias locales, sobre todo en las misas de los fines de semana).

El padre Patrick Breen (izquierda), John Aidan Byrne (centro) y el diácono Michael Friggie (derecha).

El padre Breen acoge a todos los que vienen. Es muy consciente de la baja participación en la misa dominical y de los problemas sociales que invaden las comunidades de inmigrantes católicos del país, como también de otras comunidades. Es habitual, en la mayor parte de los inmigrantes católicos, que las parejas convivan antes del matrimonio civil y religioso. “Personalmente opino que el número de matrimonios dentro de la Iglesia católica de Islandia es muy bajo, y que muchas parejas tienden a casarse primero por lo civil y luego por la Iglesia”, dice Michael Friggie, diácono permanente en Cristo Rey, “pero tal vez este sea también un fenómeno mundial y europeo”.

El diácono Friggie, ordenado en 2017, casado y padre de seis hijos, llegó a Islandia procedente del Medio Oeste de Estados Unidos para trabajar como genetista en una startup. “Estoy entusiasmado de ser un diácono gracias a esta persona encantadora”, dice señalando al padre Breen, presente también en la habitación, quien animó su vocación. “Amo a esta diócesis, donde la interacción personal es mucho más fácil que en Indianápolis, un lugar donde he visto al obispo sólo en las confirmaciones”, añade Friggie. “Aquí puedo tomar café con el obispo en cualquier momento“.

Al obispo Tencer le gusta ver este crecimiento de la Iglesia católica islandesa, pero como los flujos y reflujos del agua fría del océano que va y viene en la orilla, la marea puede ir hacia cualquier lugar, dice. “El futuro parece brillante si vamos en la dirección actual”, dice el obispo. “Pero las cosas pueden cambiar rápidamente, por lo que es imposible saber dónde estaremos en dos o tres años”. Y añade: “Podría haber otra crisis, por ejemplo, y los extranjeros que han venido a Islandia podrían irse a cualquier otro lugar”.

Sin embargo, el obispo Tencer no se desanima, y considera el flujo de inmigrantes que llega al país como una gran bendición para la Iglesia católica islandesa. Como él dice, “estos inmigrantes vienen de muchas culturas diferentes y traen maravillosos elementos de su fe y sus hábitos y costumbres para la Navidad y otras estaciones”.

Religión en Libertad