El papa Francisco, en su rezo, ha recordado “las cruces de todo el mundo” en una oración llena de motivos concretos
Las meditaciones han escrito por la Misionera de la Consolata Eugenia Bonnetti, promotora de una asociación que lucha contra las esclavitudes modernas
Eugenia Bonnetti se deja cada día su vida entre las mujeres que han sido víctima de la trata de persona y de otras esclavitudes actuales. Lo ha hecho en África y ahora lo hace en Italia. Y eso se ha notado en las reflexiones del Via Crucis del Coliseo. Y Francisco ha recogido el guante en su oración final desde la terraza del Templo de Vesta y Roma, en los Foros Imperiales.
Las cruces de hoy
En su plegaria, el papa ha identificado como los crucificados de hoy a “la gente que tiene hambre de pan y de amor”, “las personas solas y abandonadas, incluso por sus propios hijos y parientes”, quienes “tienen sed de justicia y paz”, los “que no tienen el consuelo de la fe”, “los ancianos que cargan con el peso de los años y la soledad”, “los migrantes que encuentran sus puertas cerradas por el miedo y por corazones blindados por cálculos políticos”, “los pequeños, heridos en su inocencia y pureza” y “la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura del instante”.
Francisco no ha querido olvidarse de “la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la asesina ligereza y el egoísmo”, la de “las personas consagradas que buscan incansablemente llevar tu luz al mundo y se sienten rechazadas, burladas y humilladas” y también los religiosos que “en el camino, han olvidado su primer amor”, los “marginados y descartados incluso por sus familias y sus compañeros” a través de “nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras muchas promesas rotas”. Ha clamado por quienes en la “Iglesia que, fiel a tu Evangelio, lucha por llevar tu amor también entre los bautizados” porque la Iglesia “se siente continuamente atacada por dentro y por fuera”. Y no ha faltado una petición por “la cruz de nuestra casa común que se marchita seriamente ante nuestros ojos egoístas y está cegada por la codicia y el poder”.
Mirando a los crucificados
Las reflexiones de este año se han centrado en acompañar “en el camino de la cruz” y “Cristo y las mujeres”. En la introducción, la autora de las meditaciones, ha señalado que quería recorrer “esta ‘vía dolorosa’ junto a todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las legislaciones, de la ceguera y del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón endurecido por la indiferencia”. En el marco del martirio tantos cristianos perseguidos, la cruz de Cristo ha aparecido como “instrumento de muerte pero también de vida nueva, que une como en un abrazo la tierra y el cielo, el norte y el sur, el este y el oeste”.
A lo largo de las estaciones, se ha pedido por las madres que sufren por sus hijos, los descartados de la sociedad, los nuevos crucificados de hoy, “las personas sin hogar, los jóvenes sin esperanza, sin trabajo y sin perspectivas, los inmigrantes obligados a vivir en las barracas en los márgenes de nuestra sociedad”, los niños que sufren discriminación, los voluntarios, las víctimas de las minas o de la trata, los ancianos solos, quienes están en campos de refugiados, los muertos del Mediterráneo… muchas de estas personas con nombre propio, según las experiencias de Bonnetti. “La sociedad actual ha perdido el gran valor del perdón, don por excelencia, curación para las heridas, fundamento de la paz y de la convivencia humana”, ha resonado entre las piedras del Coliseo.
Diferentes entidades y religiosas comprometidas en la lucha contra la trata de personas y en la acogida han portado la cruz en las distintas estaciones. Tampoco han faltado, como es habitual, los Franciscanos de Tierra Santa o el cardenal Angelo de Donatis, vicario del Papa para la Diócesis de Roma.