Las hermanas Siervas del Santísimo, en pleno centro de Caracas, distribuyen una “Olla de la Misericordia”, a pesar de las carencias que tienen por causa de la crisis humanitaria
“La Iglesia Católica en Venezuela desde el año 2004, viene denunciando la situación de la grave crisis humanitaria que vive nuestro pueblo”, le decía la Conferencia Episcopal Venezolana a Michelle Bachelet en un documento que le entregó durante su visita al país el 21 de junio de este año. En efecto, la alimentación de la población fue uno de los problemas enfatizados a la ex presidenta de Chile, porque “la precariedad alimentaria ante los altos costos hace imposible adquirir los productos básicos”, dejaron ver los prelados.
Motivados a darle respuesta a esta preocupación, los miembros de la iglesia han desarrollado varios programas sociales para ayudar a los más necesitados. Uno de estos es el de las “Ollas comunitarias” impulsado a través de Caritas a lo largo y ancho del país bolivariano, como “un recurso temporal para mitigar el hambre de los venezolanos”.
Bajo ese concepto, en la iglesia Santa Capilla, en pleno centro de Caracas, las Siervas del Santísimo, “llevan adelante con gran amor y esfuerzo”, la “Olla de la Misericordia”. Allí han entregado hasta más de 500 comidas por jornada, para contrarrestar las dificultades generadas por la crisis humanitaria. La intención es que personas como Maura Sánchez, de 81 años de edad, no deje de recibir al menos, una comida con proteínas en la semana.
Son muchos los agradecidos con la Iglesia
“Nuestros familiares ni empleo encuentran, y lo poco que ganan, no alcanza para nada”, dijo la anciana en conversación Aleteia, el 17 de septiembre, en Santa Capilla. “El hambre, que es parte de nuestra vida, ya no conseguimos cómo dominarla. Por eso tengo 2 años comiendo en esta iglesia”. “No tengo comida en mi casa y me veo obligada a salir a la calle para buscarla”, explicaba mientras esperaba ser anotada para recibir la alimentación.
“Doy gracias a Dios, porque existe esta iniciativa de la Iglesia católica para dar comida a quienes la estamos necesitando”, expresó con alegría la octogenaria.
José Abad de 56 años, es otro de los rostros concretos del hambre en el país, y que tanto preocupan a la iglesia. Es desempleado, pero como se dice en Venezuela, “mata tigres para sobrevivir”: lava carros y carga cajas, entre otras actividades que pueda realizar. “El dinero que gano dignamente no me alcanza para sobrevivir en esta crisis que está matando de hambre a los venezolanos, especialmente a los más pobres como yo”, dijo.
“Acudo a los centros que proveen alimentos para saciar mi necesidad física. Tengo un año comiendo en Santa Capilla y estoy agradecido con las religiosas por sus actos de caridad”, contó como una demostración de que la iglesia sí está ayudando a los venezolanos.
Otro testigo del compromiso social de la iglesia, es José Gregorio González, de 72 años de edad y quien vive en situación de calle. Aseguró que sobrevive gracias al gesto humanitario que llevan adelante cuatro parroquias: el martes come en Santa Capilla; el miércoles en la Iglesia El Recreo, en Sabana Grande; el sábado, en La Chiquinquirá; “y el lunes, en la iglesia ubicada el sector El Morán, donde me entregan dos arepas con una taza de café”.
Un hombre que se identificó como Pedro Milano, dijo a Aleteia que es “beneficiario de la pensión que otorga el Seguro Social, pero solo alcanza para comprar pan y cambur”. “Para calmar el hambre, recojo los desperdicios que dejan los comerciantes de verduras; y cuando puedo, como hoy, me acerco a la iglesia Santa Capilla para disfrutar de esta rica sopa que generosamente entrega la Iglesia a los más pobres y olvidados de la sociedad”.
Cinco años dando de comer a la gente
Desde hace cinco años, las Siervas del Santísimo, que regentan la Basílica Menor Santa Capilla, desarrollan la “Olla de la Misericordia”, dirigida a la población más vulnerable.
La Hermana Camila Véliz, vicaria de Santa Capilla relató que al principio la repartición de alimentos se hacía en la calle, pero esto ocasionó muchos problemas en los alrededores del templo, ya que obstaculizaba el libre tránsito de los peatones por el lugar.
La jornada. Terminada la primera eucaristía del día que se realiza a las siete de la mañana, los comensales ingresan al templo, y comienzan a hacer su cola para anotarse a partir de las 11, en un listado que supervisa la abogada Judith Guillén. Luego de verificar sus datos les entrega un número para recibir la comida que es repartida desde las 12 del mediodía.
Pero la crisis ha mermado considerablemente la ayuda para continuar con la obra humanitaria de esta Iglesia, ya que muchas personas de buen corazón se han ido del país, y otras porque la situación también ha golpeado duramente su bolsillo. “Sin embargo, hacemos lo imposible para no dejar de ayudar al prójimo que acude a nosotros cada semana”.
Mientras anotaba a los comensales, Guillen afirmó: “cada martes se suman más personas, no sólo ancianos y discapacitados; también vienen profesionales como abogados, periodistas, gente joven en búsqueda de alimento ante el alto costo de la vida y los bajos salarios que devengan lo cual les impide acceder a algún bien de consumo”.
“Antes de que se agravara la situación país, se le echaba a la sopa pollo y carne para que la gente pudiera consumir proteínas, pero lamentablemente ahora sólo hacemos la sopa con lo que tenemos, ya sea granos o verduras, lo que Dios nos pone en las manos”, indicó la abogada y creyente. Agregó: “eso no significa que la comida se deje de consumir, la gente se la come con todo el gusto, porque es elaborada con mucho amor y dedicación”.
EL DATO CURIOSO. Aunque en muchas ocasiones reparten hasta más de 500 comidas en esta “Olla de la Misericordia”, el 17 de septiembre, apenas pudieron comer 400 personas. “Esta vez no alcanzó la sopa para tanta gente”, explicó preocupada Judith Guillén. Ello evidencia la urgencia de superar “la precariedad alimentaria” en Venezuela, como lo está haciendo la Iglesia con el proyecto social de Santa Capilla, en Caracas.
Ramón Antonio Pérez/Aleteia Venezuela