Nuestros hijos necesitan la educación del deseo, pero esa educación no puede provenir de la publicidad
De acuerdo con el estudio que ha desarrollado y presentado la consultora Deloitte sobre el consume navideño, cada español se gastará de media unos 238 euros en regalos. Un buen pellizco de ese consumo va destinado a regalos para los niños aproximadamente 160 euros por cabeza. Y esto es una muestra de lo que está pasando también en otros países, por ejemplo México.
En España, el sector juguetero espera un volumen de más de 6.000 millones de euros durante estas fechas en un negocio que muestra una gran estacionalidad. La mayor parte del negocio se concentra en estas fechas siendo marginal su peso a lo largo del año.
Así, ante la vorágine y sobredimensión de estos días, es necesario plantearnos el sentido de este comportamiento social desde el punto de vista económico y su efecto sobre la educación de los más pequeños.
Durante estas fechas, los niños son bombardeados con miles de estímulos publicitarios para atrapar su atención y así moldear su deseo; ya sea asociando un juguete a sus dibujos animados favoritos o con un estilo de vida del último personaje de su serie infantil favorita.
A veces se nos olvida que el objetivo de la publicidad consiste en conseguir el mayor número de ventas y no en educar a nuestros hijos. Nuestros hijos necesitan la educación del deseo, pero esa educación no puede provenir de la publicidad, ni del mercado; a los padres no toca educar el deseo de nuestros hijos para que maduren en libertad, pudiendo tomar sus propias decisiones.
El error más habitual consiste en que los padres se limiten a decidir cómo proveer y satisfacer los deseos de los más pequeños y que se olviden de educar su deseo. Se convierte en una entrega resignada hacia el mercado.
El mercado es una herramienta excelente de asignación de bienes en libertad y que ha generado progreso económico, pero su cometido no es educador. Si se le da esa potestad, nuestros hijos aprenderán a confundir deseo y necesidad.
Y este error acaba moldeando el ser de nuestros hijos fomentando a la larga comportamientos caprichosos, compulsivos y débiles en la gestión de la frustración.
Abandonar la educación del deseo acaba condicionando su libertad de decisión económica para someter las necesidades reales personales a la satisfacción de las necesidades de venta del sector. Una venta de la primogenitura por un plato de lentejas.
Cuando se pierde el sentido de regalar, la sobredimensión y saturación de regalos es la tónica hasta el punto en el que los niños abren regalos ante la emoción de abrirlos, pero no porque, ante un deseo educado, puedan apreciar el valor que tienen para satisfacer su necesidad lúdica o su ilusión.
Los niños acaban recibiendo más regalos que los que necesitan porque el objetivo deja de ser su ilusión y se sustituye por la resolución de compromisos sociales y familiares, la necesidad de los miembros de una familia de cumplir con la tradición.
Así, como referentes en el desarrollo de la personalidad de nuestros hijos, desperdiciamos una gran oportunidad para enseñarles la gratuidad y el afecto.
Como expone la psicóloga infantil y directora de CIO Centro, Carmen Pérez Saussol, “No hay que perder de vista que los Reyes Magos de Oriente también tienen un papel referencial en el desarrollo personal de nuestros hijos”.
La tradición de celebrar la entrega de regalos de los tres Reyes Magos de Oriente constituye “una ocasión no sólo de muestra de afecto sino también de educar a nuestros hijos y fomentarles valores y hábitos saludables”.
En consecuencia, unos pocos regalos con un objetivo bien definido y pensado ayudan más a un desarrollo sano que una montaña de regalos que saturen y sobre estimulen sin sentido al niño.
Además, “si durante estas fiestas sus referentes muestran un comportamiento de derroche, los pequeños aprenden que el derroche es fundamental en su vida y se interioriza como comportamiento económico asociado a su ser.” Entonces, dará igual qué se pretenda lo contrario durante todo el año.
Deberíamos plantearnos que el regalo mayor que podemos hacer a nuestros hijos es ese tiempo de juego con ellos y educarles en el deseo y la ilusión para moldearles como personas libres y no sujetos a comportamientos económicos compulsivos e inmaduros.