El Papa Francisco invitó a los cristianos a leer todos los días un versículo de la Biblia: “Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente”.
El Santo Padre se expresó así durante la Misa celebrada este domingo 26 de enero en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Misa por la primera Jornada de la Palabra de Dios, instituida mediante el Motu Proprio Aperuit Illis del 30 de septiembre de 2019.
El Pontífice explicó que, de esa manera, “descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida”. En definitiva, pidió que se haga espacio “a la Palabra de Dios”.
En su homilía, el Papa Francisco reflexionó sobre los orígenes de la predicación de la Palabra.
Señaló que la predicación de Jesús comenzó “con una frase muy simple: ‘Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos’. Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca”.
Ahora bien, ¿qué es el reino de los cielos? ¿Y qué significa que esté cerca?, planteó Francisco.
“Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros”. A continuación, Jesús dice que ese reino está cerca, “que Dios está cerca”. Es precisamente ahí donde radica la novedad del mensaje: “Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro”.
Se trata de “un mensaje de alegría”, aseguró el Papa. “Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos”.
Por otro lado, el Santo Padre llamó la atención sobre el origen de la predicación de Jesús. No se fue al atrio del Templo de Jerusalén, no a los palacios, sino que comenzó a predicar “en las regiones que entonces se consideraban ‘oscuras’”.
Galilea era una de esas regiones oscuras, y de hecho era conocida como “Galilea de los gentiles”, es decir, “la región donde Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas”.
Por lo tanto, “no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido”.
Sin embargo, “Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo, desde una periferia”.
Dentro de esa lógica, Jesús tampoco empezó a predicar a los expertos en las escrituras, a los intelectuales o a los poderosos, sino que “los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes que trabajaban”.
“En medio de tantas palabras diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino de vida”, concluyó el Papa Francisco.
A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:
«Jesús comenzó a predicar» (Mt 4,17). Así, el evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus palabras y con su vida. En este primer domingo de la Palabra de Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de la Palabra de vida. Hoy nos ayuda el Evangelio (Mt 4, 12-23), que nos dice cómo, dónde y a quién Jesús comenzó a predicar.
- ¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros.
Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro.
Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, sino por amor. Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama.
Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de sentirnos amados.
Entonces entendemos la invitación directa de Jesús: “Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”.
Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu lado. Su Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz.
- Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que comenzó precisamente en las regiones que entonces se consideraban “oscuras”. La primera lectura y el Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is 8,23-9,1).
Galilea de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas.
De hecho, estaba la Vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido.
Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo, desde una periferia. De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares preservados, esterilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad.
Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos dentro de nosotros mientras vamos al Señor con algunas oraciones formales, teniendo cuidado de que su verdad no nos sacuda por dentro. Pero Jesús —dice el Evangelio hoy— «recorría toda Galilea […], proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad» (v. 23).
Atravesó toda aquella región multifacética y compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la Vía del mar, abramos nuestros caminos más tortuosos; dejemos que su Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).
- Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”» (Mt 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y corrientes que trabajaban.
Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20).
¿Por qué inmediatamente? Porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo escucharon.
Por eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino de vida.
Queridos hermanos y hermanas: Hagamos espacio a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida.
ACI Prensa