Covid-19: ¿el inicio de una Iglesia virtual?

106
La realidad siempre nos desafía a buscar alternativas, nuevos caminos, también como Iglesia.

En estos últimos días, la humanidad se ha visto obligada a encontrar soluciones que años atrás pocos imaginaban

Celebro cada día a través de las redes sociales, es una forma de sentir la presencia espiritual de quien desde la distancia, y determinado por las circunstancias especiales por las que la humanidad pasa, siento a mi lado

Cuánta gente está alimentando su espíritu a través de las nuevas tecnologías en estos días, cuánta gente está sintiendo la presencia de Dios en su vida en esos momentos, cuánta gente está siendo ayudada a resistir

El viernes la humanidad participó de un momento que se puede considerar histórico. En su perfil en una red social, un cura brasileño escribía debajo de una foto en la que aparecía sólo el Papa Francisco, “nunca vi la Plaza de San Pedro tan llena”

La realidad siempre nos desafía a buscar alternativas, nuevos caminos, también como Iglesia. En estos últimos días, la humanidad se ha visto obligada a encontrar soluciones que años atrás pocos imaginaban. Hoy, y cada vez más, esta realidad se está imponiendo de forma más clara.

En la Iglesia surge la misma pregunta, cada vez de forma más evidente. La evangelización a través del mundo virtual, especialmente de las redes sociales, es un instrumento en el que cada vez participan más curas y monjas, pero también más gente, sobretodo los más jóvenes, profundamente marcados por todo lo que aparece en la pantalla. Sin entrar a juzgar sobre las ventajas e inconvenientes, eso es algo que está ahí y que no nos puede dejar indiferentes.

En estos días, y si nada cambia, así será hasta el 23 de abril, según el decreto del arzobispo de Manaos, Monseñor Leonardo Ulrich Steiner, del cual dependo actualmente, estoy celebrando misa en mi casa, como tantos otros sacerdotes a lo largo y ancho del mundo. Objetivamente lo hago sólo, pero en realidad lo hago con un grupo de personas que participan junto conmigo de este momento, a quienes me siento profundamente unido, cuyos rostros, sin verlos, ni siquiera virtualmente, pasan por mi mente cuando rezo junto con ellos.

Hago mías las palabras de Monseñor Leonardo Steiner, en una entrevista que publicábamos ayer viernes, “qué bueno sería si pudiéramos ir hasta los hermanos y hermanas, hasta las familias y comunidades. Se necesita hacer un esfuerzo para quedarse en casa y buscar otras formas de estar presente”. Él reconocía y agradecía que “los sacerdotes, religiosos y religiosas, han llevado a cabo una verdadera misión a través de los medios de comunicación junto a la gente”. Sé que hay otros obispos que se han manifestado contra esas actitudes, las respeto, pero les digo claramente que no quiero justificar nada, tampoco mi sacerdocio, quien me conoce sabe lo que soy y lo que hago, antes, ahora y, si Dios quiere, en el futuro.

Y no hablo sólo por mí y sí por la mayoría de quienes están haciendo lo que pueden para estar presentes en estos días, también rezar y celebrar misa en las redes sociales, con sus comunidades, con su gente, que se sigue sintiendo acompañada por quienes ahora son, y siguen siendo, sus curas, sus párrocos. El otro día un cura rural, de esos que viven en la España abandona, decía que le emocionaba ver como los mayores de sus parroquias estaban abriendo cuentas en facebook para poder participar de las misas de su parroquia, donde van cada domingo, pero que hoy entienden que las cosas tienen que ser diferentes. Todos estamos confinados por respeto a los otros, porque no queremos contagiar a quien ha hecho lo que tenía que hacer, quedarse en casa.

Por eso, siguiendo con las palabras del arzobispo de Manaos, “estamos juntos; es un tiempo de comunión, no de separación; tiempo de fraternidad, no de dispersión; tiempo de cuidado, de samaritanidad. Por las noticias que llegan, las familias están orando juntas, leyendo la Palabra de Dios juntas. Y nosotros, como pastores, ayudamos a las personas a creer que el aislamiento temporal ayuda a prevenir la propagación del virus. Estamos ofreciendo nuestra contribución para que podamos tener a nuestros ancianos y las personas más frágiles en nuestro medio por más tiempo”. No podemos hacer lo mismo que aquellos que “desafían a la inteligencia humana y al sentido común”, algo que estamos sufriendo en Brasil con un presidente que se sigue riendo del coronavirus, hace campañas oficiales para que la gente  vuelva al trabajo y manda abrir las Iglesias como un bien esencial. Un claro ejemplo de alguien que se ha convertido en un lacayo sin escrúpulos de una economía que mata.

Celebro cada día con gente que está en Brasil, en España y en otros países del mundo, algunos conocidos personalmente, otros de aquellos que podemos llamar “amigos virtuales”. Han sido varios los que me han agradecido expresamente poder participar de esos momentos, pero yo también les agradezco el hecho de poder no celebrar sólo, de sentir la presencia espiritual de quien desde la distancia, y determinado por las circunstancias especiales por las que la humanidad pasa, siento a mi lado.

Cuánta gente está alimentando su espíritu a través de las nuevas tecnologías en estos días, cuánta gente está sintiendo la presencia de Dios en su vida en esos momentos, cuánta gente está siendo ayudada a resistir. Es verdad que hay otros, los menos, que se sienten abandonados e inclusive enarbolan banderas de desobediencia civil, también contra los obispos, a los que consideran hombres de poca fe. Por mi parte es gente sobre la que no se pueden emitir muchos comentarios positivos.

En estos días se ve gente que reza de rodillas delante de una pantalla donde está expuesto el Santísimo, aquellos que rezan el rosario con gente con la que acostumbran a rezarlo en sus parroquias y comunidades, grupos de reflexión que se reúnen a través de los medios virtuales, catequesis con niños, jóvenes, adultos que se siguen llevando a cabo. Es el nuevo rostro de una Iglesia que se ha hecho virtual, no sabemos si temporalmente o para siempre.

La semana pasada una amiga perdió a sus padres con dos días de diferencia, ella fue catequista en una parroquia donde trabajé, sus padres eran gente que participaba activamente en la comunidad parroquial. Sé que mucha gente ha estado a su lado en estos momentos y que se ha sentido apoyada. Envié un texto para ella, no era mío, y sí de uno de esos curas que intentan acompañar a la gente en este momento, hablaba sobre la fe en Dios en tiempos de coronavirus. Su respuesta es más que suficiente para seguir acompañando, rezando, celebrando, aunque sea de este modo. Ella me decía: “gracias… yo tengo claro que esto no es un castigo de Dios, si creo que Él tiene un sino para nosotros y en el caso de mis padres les quería a su lado en este momento. Y quería que llegaran juntos para que mi padre, una vez más, fuera el que cogiera a mi madre de la mano y la guiara hasta Dios sin tropiezos y por un camino recto, como siempre hacia mi padre con ella”.

Ayer la humanidad participó de un momento que se puede considerar histórico. En su perfil en una red social, un cura brasileño escribía debajo de una foto en la que aparecía sólo el Papa Francisco, “nunca vi la Plaza de San Pedro tan llena”. Estoy completamente de acuerdo con él, pues como tantos hombres y mujeres a lo largo y ancho del mundo me sentí allí, me puse delante de Dios y con Francisco le supliqué que no nos abandone a merced de la tormenta. Una humanidad que en la distancia física quiere unirse en una oración de súplica al Dios de la Misericordia.

Es tiempo de no tener miedo de buscar soluciones, de no asustarse y ser valientes para poder llegar a la gente. Es algo que uno está viviendo, con sentimientos encontrados, de tristeza y esperanza, pero siempre buscando como resolver las situaciones, que a uno también le tocan de cerca. Son varias las personas conocidas que han muerto, también gente que está enferma, inclusive algunos debatiéndose entre la vida y la muerte. Y eso es difícil de vivir y de asumir, sobretodo desde una distancia física tan grande.

Pero también tenemos que buscar modos de celebrar los acontecimientos en los que sólo nos cabe agradecer a Dios. En el momento en que escribo esto, semanas atrás pensaba que estaría comiendo con mi familia para celebrar las bodas de oro de mis padres. Todo estaba preparado desde hace tiempo, teníamos lista hasta la bendición papal. Pero el hombre propone y Dios dispone. Eso no puede dejar de movernos a buscar nuevas posibilidades para agradecer juntos. No habrá fiesta, pero sí celebración, en la distancia, virtualmente, pero unidos. Recordaremos que el 29 de marzo de 1970, Domingo de Pascua, ellos decidieron formar una familia, en un día en el que se celebra que la vida supera a la muerte y que, por eso, si tenemos fe, debemos apostar por la vida y ser testigos de eso para una humanidad que llora, aunque las circunstancias nos obliguen a hacerlo virtualmente.

 Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil

Religión Digital