Mientras existimos en este mundo, nuestra misión es predicar y construir el Reino eterno. De ahí que toda vivencia de valores y virtudes, toda opción libre por el bien en el amor, nos proyecta hacia la eternidad. Así nos enseña Jesús a entregarnos por su causa, a cargar la cruz, para culminar en el gozo de su victoria sobre la muerte.
El que así entiende su historia no le teme a la aventura de la fe, ni abandona la lucha liberadora. Se lanza a vivir la esperanza en acción y a asumir los sacrificios del conflicto producidos por la ruptura constante de una existencia cómoda, resignada y cobarde. Así es muy difícil ser oprimidos u oprimir. Por eso es que los regímenes totalitarios suelen justificarse con ideologías materialistas.
Esto no es abstracción de la vida. Hoy, a pesar de las crueldades de los poderosos, nos permitimos reflexionar sobre el sentido trascendente de la historia.
El Apóstol Pablo, misionero de los gentiles, desde su vida combativa en la fe de Jesús, nos recomienda mantenernos firmes, revestirnos de la verdad y protegernos con la rectitud para estar listos a anunciar y vivir el mensaje de paz. Que la fe sea el escudo que nos libre de las flechas encendidas de la maldad (leer Ef 6,14ss). Él ha vivido como ciudadano del cielo, con visión trascendente de la existencia. Por eso tiene autoridad para exigirnos mantenernos firmes en la fe (leer Flp 3,17-4,1), para luchar contra el mal a fuerza de bien.
Padre Andrés Bravo
@joseabh
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