Padre Alberto Gutiérrez
A Cristo se le sigue de la mano de María y cargando la cruz. La compañía de la Madre nos anima en el camino para soportar el peso del leño y nos aúpa para que querramos morir como su Hijo, crucificados, y con ella al pie de nuestro madero. Si Cristo se hubiese bajado de la cruz, si se hubiese resistido, no se habría realizado la redención.
Nosotros decimos seguir a Cristo, pero nos escandalizamos fácilmente por el sufrimiento y renegamos de él, nos espanta la crucifixión de nuestro ser, de nuestra voluntad, de nuestras apetencias y pretensiones y nos bajamos de la cruz, negándonos al martirio. Queremos seguir a Cristo de corazón, pero no quisiéramos que el final del camino sea el calvario sino la resurrección sin viernes santo.
Te devora el demonio las entrañas entregándote a las pasiones, revolcándote en la miseria del mundo, viviendo del moralismo y del juicio porque pierdes la perspectiva de la misericordia. Te alienas y vives en un caparazón de apariencia, “sepulcro blanqueado” e infeliz, refugiado en la soberbia, perdiendo el sentido de la vida.
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