A la hora del rezo del Ángelus, el Santo Padre Francisco reflexionó sobre el Evangelio de hoy (Mc 1,40-45) que relata el encuentro en el que Jesús sana a un leproso, enfermedad que en aquel tiempo era repudiada y marginada socialmente por ser “impura”. El Papa invitó a los fieles a pedir al Señor la gracia de vivir las dos “transgresiones” que nos presenta este pasaje evangélico: “La transgresión del leproso (tener la valentía de salir de nuestro aislamiento) y la de Jesús, que fue capaz de amar más allá de los miedos y prejuicios”.
El 14 de febrero, VI domingo del tiempo ordinario, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus finalmente asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano ante la presencia de fieles, ya que a causa de la pandemia del Covid-19, el Santo Padre ha celebrado, en las últimas semanas, su cita dominical desde la biblioteca del Palacio apostólico.
Jesús cura al leproso
Reflexionando sobre el Evangelio de hoy (Mc 1,40-45) que relata el momento en el que Jesús cura a un hombre enfermo de lepra, el Papa recordó que en aquel tiempo, “los leprosos eran considerados impuros y, según las prescripciones de la Ley, debían permanecer fuera de los lugares habitados”.
“Eran excluidos de toda relación humana, social y religiosa. Jesús, en cambio, deja que se le acerque aquel hombre, se conmueve, incluso extiende la mano y lo toca”, dijo el Pontífice, subrayando que de este modo, el Hijo de Dios pone en práctica la Buena Noticia que anuncia:
“Dios se ha hecho cercano a nuestra vida, tiene compasión de la suerte de la humanidad herida y viene a derribar toda barrera que nos impida vivir nuestra relación con Él, con los demás y con nosotros mismos”
Dios es Padre de la compasión y del amor
Además, el Papa señaló que en este episodio podemos ver que se encuentran dos “transgresiones”: el leproso que se acerca a Jesús y Jesús que, movido por la compasión, lo toca para curarlo.
La primera transgresión -explicó Francisco- es aquella del leproso:
“A pesar de las prescripciones de la Ley, sale del aislamiento y se acerca a Jesús. Su enfermedad era considerada un castigo divino, pero en Jesús él pudo ver otro rostro de Dios: no el Dios que castiga, sino el Padre de la compasión y del amor, que nos libera del pecado y que nunca nos excluye de su misericordia”
Igualmente, el Papa hizo hincapié en que aquel hombre “sale de su aislamiento, porque en Jesús encuentra a Dios que comparte su dolor. La actitud de Jesús lo atrae, lo empuja a salir de sí mismo y a confiarle a Él su historia de dolor”.
Un aplauso para los “confesores misericordiosos”
En este punto, Francisco dirigió un pensamiento especial para los “tantos buenos sacerdotes confesores que tienen esta actitud”, de atraer a la gente.
«Atraen a tanta gente que no siente nada, que se siente “en el suelo” por sus pecados… y lo hacen con ternura, con compasión… Buenos son esos confesores que no están con el látigo en la mano, sino que están solo para recibir, para escuchar, y para decir que Dios es bueno y que Dios siempre perdona, que Dios no se cansa de perdonar», aseveró el Obispo de Roma pidiendo a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro un aplauso para estos “confesores misericordiosos”.
Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento
La segunda transgresión -continuó el Santo Padre- es la de Jesús:
“Mientras la Ley prohibía tocar a los leprosos, Él se conmueve, extiende su mano y lo toca para curarlo. No se limita a las palabras, sino que lo toca. Tocar con amor significa establecer una relación, entrar en comunión, implicarse en la vida del otro hasta el punto de compartir incluso sus heridas”
Pero… ¿Qué significa este acercamiento no sólo físico, sino también espiritual entre el Maestro y el enfermo de lepra?
Para Francisco, este gesto de Jesús muestra que Dios no es indiferente, que no se mantiene a una “distancia segura”; al contrario, “se acerca con compasión y toca nuestra vida para sanarla”.
No caer en los prejuicios sociales
Antes de concluir su alocución, el Papa recordó que incluso en la actualidad, en todo el mundo, hay tantos hermanos y hermanas que sufren de lepra, “o de otras enfermedades y condiciones a las que, lamentablemente, se asocian prejuicios sociales” y en algunos casos hay incluso discriminación religiosa.
Un sufrimiento del que nadie está completamente exento -indicó el Sucesor de Pedro- ya que a cada uno de nosotros nos puede ocurrir experimentar a lo largo de la vida, “heridas, fracasos, sufrimientos, egoísmos que nos cierran a Dios y a los demás”.
Aquel que se “contamina” con la humanidad herida
Frente a todo esto, «Jesús nos anuncia que Dios no es una idea o una doctrina abstracta, sino Aquel que se “contamina” con nuestra humanidad herida y que no teme entrar en contacto con nuestras heridas», puntualizó Francisco, poniendo en guardia sobre el riesgo de silenciar nuestro dolor “usando máscaras”, para “cumplir con las reglas de la buena reputación y las costumbres sociales”, o directamente cediendo ante nuestros egoísmos y temores internos con el fin de no “implicarnos demasiado en los sufrimientos de los demás”.
Antes de finalizar, el Papa invitó a los fieles a pedir al Señor la gracia de vivir estas dos “transgresiones” del Evangelio:
“La del leproso, para que tengamos la valentía de salir de nuestro aislamiento y, en lugar de quedarnos allí a lamentarnos o a llorar por nuestros fracasos, vamos a Jesús tal como somos. Y luego la transgresión de Jesús: un amor que nos hace ir más allá de las convenciones, que nos hace superar los prejuicios y el miedo a mezclarnos con la vida del otro”
“Que en este camino nos acompañe la Virgen María, a la que ahora invocamos en la oración del Ángelus”, concluyó el Santo Padre.
Vatican News
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