Si bien son evidentes los beneficios que nos ofrece un buen uso de las tecnologías que nos han permitido en estos tiempos de confinamiento informarnos, comunicarnos, y formarnos, debemos evitar esclavizarnos a ellas. Si desde hace ya un tiempo se viene alertando sobre la adicción tecnológica, pues cada vez hay más y más personas, sobre todo jóvenes, que no pueden vivir sin celular, la pandemia ha multiplicado las horas que pasamos frente a las pantallas de nuestros dispositivos digitales y teléfonos móviles. Desde que se declaró el aislamiento social, el tráfico en internet creció un 80 por ciento, se dispararon las compras de teléfonos inteligentes y computadoras, y se multiplicaron las videoconferencias y video llamadas, los correos electrónicos y los whatsapps. Y en la guerra contra el coronavirus, como en todas las guerras, la primera víctima ha sido la verdad. Por ello, proliferan los bulos, las mentiras, las noticias falsas y alarmistas.
Durante meses, los principales medios del planeta nos han hablado de un único tema: el coronavirus. Sobre información a la potencia mil. Un fenómeno hipermediático de semejante envergadura global, no había ocurrido jamás. La OMS ha definido este fenómeno como infodemia, pandemia de info-falsedades… Éstas se han propagado con igual o mayor velocidad que el nuevo virus… Los sistemas de mensajería móvil se han convertido en verdaderas fábricas de infundios, bulos y engaños. En algunos países, se calcula que el 88% de las personas que acudieron a las redes sociales para informarse sobre el Covid fueron infectadas por noticias falsas. Y es bien sabido que las noticias falsas se difunden diez veces más rápido que las verdaderas; y que, incluso desmentidas, sobreviven en las redes porque se siguen compartiendo sin control. Muchas de ellas están elaboradas con impresionante profesionalismo: redacción perfecta, imágenes muy cuidadas, sonido de alta calidad, voz grave, música subyugante… Todo debe dar la impresión de seriedad y de respetabilidad… Es la garantía de credibilidad, indispensable para apuntalar el engaño. Y para que los usuarios lo viralicen.
Por ello, hoy necesitamos aprender a desconectarnos para poder encontrarnos con nosotros mismos y cultivar nuestra interioridad. Esto supone comprender que el silencio y la meditación son fundamentales para llevar una vida con sentido, para reencontrarnos con Dios y convivir de un modo armónico con los demás y con la naturaleza, que está llena de palabras de amor. Silencio fecundo para rechazar las palabras hirientes, falsas, y construir palabras sinceras, amorosas. El confinamiento debería abrir nuestros espíritus a la compasión, la amistad y la solidaridad.
El confinamiento debería ser también una oportunidad para repensar y potenciar el sistema educativo que hoy languidece herido de muerte. Esto supone, en primer lugar, defender la educación pública como derecho esencial de todos y todas, y tratar y remunerar a los educadores de acuerdo a la transcendencia de su trabajo que es fundamental para tener sociedades prósperas y reconciliadas. Supone también centrar la educación en la formación humana, ética y productiva más que en la mera información; posibilitar el potencial de la enseñanza virtual que hoy es muy pobre y está mal utilizado; superar la pedagogía acrítica y transmisiva; y acabar con la gestión tecnocrática y la dictadura de los indicadores que terminan ofuscando el horizonte.
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