Por el padre Luis Ugalde, sj.
“Por sus frutos los conocerán”, dice el Evangelio. Es lo que debemos evaluar un siglo después
Este mes se cumplen 100 años de la llegada de los jesuitas a San Francisco en Caracas y el año próximo 100 de la apertura del colegio San Ignacio, 70 de la Universidad Católica Andrés Bello y 68 de Fe y Alegría. Oportunidades para celebrar y reflexionar sobre el aporte para Venezuela de estas iniciativas educativas ignacianas con muchas decenas de miles de egresados y un gran equipo de hombres y mujeres, jesuitas y laicos que las hacen posible.
Pero antes de su aporte debemos hablar de su expulsión y prohibición mantenidas durante siglo y medio para defenderse de lo que consideraban el nefasto virus del jesuitismo.
Carlos Andrés Pérez, dos veces Presidente de Venezuela, dice en sus “Memorias Proscritas” (2006) que en 1936 tras la muerte de Juan Vicente Gómez, siendo el muchacho, la seccional de Rubio de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) recibió con asombro un telegrama de Jóvito Villalba “pidiendo apoyo para la expulsión de los jesuitas. En un pueblo tan católico resultaba imposible concebir la expulsión de unos sacerdotes”, opinaba CAP.
Pero a dirigentes de la “Generación del 28” y fundadores de la FEV les parecía evidente la necesidad de expulsar del país a la treintena de jesuitas; una de las razones por las que universitarios egresados del San Ignacio y de otros colegios católicos se separaron y fundaron la UNE (Unión Nacional de Estudiantes) que una década después dio origen a C0PEI.
En 1946, la Junta Revolucionaria de Gobierno, presidida por Rómulo Betancourt, dictó el Decreto 321 que encendió enardecidas protestas de la educación católica discriminada. Betancourt con buen olfato político cambió el decretó y al Ministro de Educación.
Pero en la Asamblea Constituyente se dieron vibrantes debates sobre la eliminación del nombre de Dios de la nueva Constitución y la expulsión de los jesuitas. Carlos André Pérez en las Memorias que he mencionado dice: “La entonces poderosa Federación de Estudiantes de Venezuela solicitó (en 1946) al Gobierno la expulsión de los jesuitas sin ton ni son. ¿Qué importancia tenían en Venezuela los jesuitas? Ninguna. Tal pedimento era una reminiscencia de las luchas ‘liberales’ del pasado.” El 1° de mayo de 1948 no se dio el decreto de expulsión que alimentaba los rumores y temían los jesuitas.
La Justa Rebelión. De hecho los jesuitas nunca fueron desterrados por la República de Venezuela. Fue la monarquía española la que los expulsó en 1767 de España y sus colonias, al igual que hicieron otras monarquías absolutistas de Portugal, Francia, Parma, Nápoles… y presionaron al papa hasta lograr su supresión en 1773.
Juan Germán Roscio (en mi opinión el más destacado y sólido prócer civil) apenas tenía 4 años allá en su pueblito de San Francisco de Tiznados en el estado Guárico, cuando los jesuitas fueron exilados. Él no los conoció, ni pudo estudiar en la universidad caraqueña su doctrina sobre el derecho soberano de los pueblos a rebelarse contra los tiranos y darse gobierno propio. Expulsados los jesuitas, prohibida esa doctrina católica en la Universidad, e impuesta la falsa del “derecho divino de los reyes”, que se enseñaba en la universidad y se imponía a todo el pueblo la obligación de defender la monarquía absolutista, porque ir contra el rey era ir contra Dios.
Años después Roscio fue “padre y defensor de la naciente libertad”, como dice Andrés Bello. Fue corredactor del Acta de la Independencia y tuvo influencia decisiva en la Constituyente, en la elaboración de la Constitución de 1811 y en la Primera República. Luego preso en las cárceles españolas de Cádiz y Ceuta escribió el “Triunfo de la Libertad sobre el Despotismo» y escapado de la prisión, destacó en el Congreso de Angostura que presidió y fue vicepresidente de la Gran Colombia. Falleció en Cúcuta cuando como vicepresidente iba a guiar el Congreso Constituyente de la Gran Colombia.
En 1812 desde el gobierno, Roscio en respuesta a la consulta de los vecinos de Nirgua escribe que la justa rebelión de los pueblos contra los tiranos fue “la verdadera causa por la que fueron arrojados (los jesuitas) de los reinos y provincias de España: todo lo demás fue un pretexto de que se valieron los tiranos para simular el despotismo y condenar la censura y venganza que merecía el decreto bárbaro de su expulsión”.
Desde 1767 hasta 1916 no hubo jesuitas en Venezuela, pero sí un decreto de José Tadeo Monagas en 1848 que los declara “perjudiciales a los intereses de la República” y ordena su inmediata expulsión, si alguno entrare clandestinamente. Cuando tres décadas después Guzmán Blanco cerró los seminarios y prohibió todas las congregaciones religiosas no había jesuitas.
En 1916 llegaron tres jesuitas para asumir la dirección del Seminario de Caracas para formar sacerdotes. Gómez a la petición del Nuncio y deseo de los obispos les permitió entrar diciendo “que vengan, pero que no hagan ruido”. El Nuncio les aconsejó: al entrar si les preguntan quiénes son, digan que son sacerdotes, pero no que son jesuitas. Así de malos debían de ser.
Pocos años después, algunas familias e incluso ministros solicitaron permiso para la apertura de colegios jesuitas para sus hijos y el dictador, luego de escuchar el debate entre los ministros a favor y en contra, autorizó el colegio San Ignacio que se abrió en 1923.
“Por sus frutos los conocerán”, dice el Evangelio. Es lo que debemos evaluar un siglo después. Con los años a muchos políticos se les derrumbaron los prejuicios y llegaron a redescubrir y a interesarse por el “neocatolicismo”, como nos dijo una vez Jóvito Villalba, refiriéndose a la Iglesia del Papa bueno Juan XXIII y su Concilio Vaticano II. Cuando años después Jóvito se casó por la Iglesia quiso que el sacerdote fuera un jesuita, y más tarde confió la educación de sus hijos al colegio San Ignacio. Más allá de leyendas y mitos, afortunadamente, en Venezuela, todos nos corregimos y evolucionamos. También la Iglesia y los jesuitas.-
13 de mayo de 2022
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