Homilía del Papa en la Misa de la Virgen de Guadalupe

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El Papa Francisco en la Misa por la Virgen de Guadalupe en el Vaticano. Crédito: Vatican Media

El Papa Francisco preside este lunes 12 de diciembre una Misa por la fiesta de la Virgen de Guadalupe, en el 491 aniversario de las apariciones de la Emperatriz de América en el Cerro del Tepeyac al indígena San Juan Diego.

A continuación, la homilía completa del Santo Padre:

Nuestro Dios conduce la historia de la humanidad, nada queda fuera de su poder, que es ternura y amor providente. Se hace presente a través de un gesto, de un acontecimiento o de una persona.

No deja de asomarse a nuestro mundo, necesitado, herido, ansioso para asistirlo con su compasión y su misericordia. Su modo de intervenir, de manifestarse, siempre nos sorprende, y nos llena de gozo, y provoca estupor y lo hace con estilo propio.

En la lectura de la carta a los Gálatas nos ofrece una indicación precisa que nos ayuda a contemplar, con agradecimiento, su plan para redimirnos y hacernos sus hijos adoptivos: «cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer» (Gal 4,4).

Es así, la venida del Hijo en carne humana es la suprema expresión de su método divino en favor de la salvación. Dios, que tanto amó al mundo, nos envió a su Hijo, «nacido de una mujer», para que «todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16).

Así, en Jesús, nacido de María, el Eterno se hace para siempre, de forma irreversible “Dios-con-nosotros” y camina a nuestro lado como hermano y compañero.

Vino para quedarse. Nada de los nuestro le es extraño porque es como “uno de nosotros”, cercano, amigo, igual a nosotros en todo, menos en el pecado.

Y algo así con este estilo, sucedió hace casi cinco siglos, en un momento complicado y difícil para los habitantes del nuevo mundo, el Señor quiso transformar la conmoción que suscitó el encuentro entre dos mundos diversos en recuperación de sentido y de dignidad, en apertura al Evangelio, transformarla en encuentro.

Y lo hizo enviando a Santa María, su Madre, en la lógica que el Evangelio de hoy nos recuerda: después del anuncio del ángel, «María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña» (Lc 1,39). La Virgen apresurada.

Así llegó a las tierras de América nuestra Señora de Guadalupe, presentándose como la “Madre del verdaderísimo Dios por quien se cree”, vino para consolar y atender las necesidades de los más pequeños, sin excluir a nadie, para arroparlos como madre solícita con su presencia, su amor y su consuelo.

Es nuestra madre mestiza.

Este año celebramos Guadalupe en un momento difícil para la humanidad. Es un período amargo, repleto de fragores de guerra, de crecientes injusticias, carestías, pobreza y sufrimiento. Hay hambre.

Y aunque este horizonte aparezca sombrío, desconcertante, con presagios de mayor destrucción y desolación, todavía la fe, el amor y la condescendencia divinas nos enseñan y nos dicen que también este es un tiempo propicio de salvación, en el que el Señor, a través de la Virgen Madre mestiza, sigue dándonos a su Hijo, que nos llama a ser hermanos, a dejar de lado el egoísmo, la indiferencia y el antagonismo, invitándonos a hacernos cargo «sin demora» los unos de los otros, e ir al encuentro de los hermanos y hermanas olvidados y descartados por nuestras sociedades consumistas y apáticas. Nuestros hermanos y hermanas dejados de lado. Lo hace sin demora, es la madre apurada, presurosa, la madre solícita.

Hoy como ayer Santa María de Guadalupe quiere encontrarse con nosotros, como un día con Juan Diego en el cerrito del Tepeyac.

Quiere quedarse con nosotros. Nos suplica que le permitamos ser nuestra madre, que abramos nuestra vida a su Hijo Jesús y acojamos su mensaje para aprender a amar como Él.

Ella vino para acompañar al pueblo americano en este camino tan duro de pobreza, explotación, colonialismos socioeconómicos y culturales.

Ella está en medio de las caravanas que buscando libertad y bienestar caminan hacia el norte. Ella está en medio de ese pueblo americano amenazado en su identidad por un paganismo salvaje y explotador, herido por la predicación activa de un ateísmo práctico y pragmático.

Ella está allí. Soy tu madre, nos dice. La madre del amor por quien se vive.

Hoy, 12 de diciembre, se inicia en el continente americano la Novena Intercontinental Guadalupana, camino que prepara la celebración del V Centenario del Acontecimiento Guadalupano en 2031.

Exhorto a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en América, pastores y fieles, a participar en este camino celebrativo, pero por favor que lo hagan con verdadero espíritu guadalupano.

Me preocupan las propuestas de tinte ideológico cultural, de diversos signos, que quieren apropiarse del encuentro de un pueblo con su madre, que quieren desmestizar, maquillar a la madre.

Por favor, no permitamos que el mensaje se destile en pautas mundanas e ideológicas

El mensaje es simple, es tierno: ¿no estoy yo aquí que soy tu madre? Y a la Madre no se la ideologiza.

Que Jesucristo, el deseado de todas las naciones, por intercesión de Nuestra Madre de Guadalupe, nos conceda días de alegría y serenidad, para que la paz del Señor habite en nuestros corazones y en el de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

¡Maranathá! ¡Ven, Señor Jesús!

ACI Prensa

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