La historia de cómo la hermana Megan Rice desafió la política nuclear de los Estado Unidos, no como una heroína, sino como una “semilla de girasol” que purifica los campos y los llena de belleza. Junto con millones de otras semillas.
Podría parecer la épica historia de la fragilidad extrema de una pequeñísima mujer de 47 kilos y 82 primaveras que ella sola derrota, en un día glorioso, al moloch nuclear estadounidense, apoyada solo en su fe en Jesús al cual se había consagrado a los 19 años. Podría. En parte lo es. Pero la hermana Megan Rice – conocida en las noticias en 2012 por haber violado junto con dos compañeros de aventura espiritual y civil, el sitio militar que concentraba al máximo del potencial destructivo atómico de la superpotencia Estados Unidos – no estaba sola, ni era frágil. Tampoco, se podría decir, indefensa en su acción pacífica por el desarme. Su historia no ha terminado, en gloria, el día en que la corte de apelaciones del sexto circuito la absolvió en 2015 del cargo imaginativo de sabotaje que le había costado una injusta sentencia de tres años de prisión, para castigarla por arrodillarse para orar a Dios en el templo de los ídolos de guerra.
Una biografía coral
La suya, de hecho, es la historia de quien ha elegido, desde los tiempos en los que era profesora en África, formar parte de una inteligencia colectiva de amor que piensa, ama, discierne y actúa al unísono. Un círculo de personas en las que, milagrosamente, la creatividad de cada individuo hace la diferencia y florece en miles de direcciones inesperadas. No episodios individuales de heroísmo, sino una colectividad en camino, donde cada uno hace su parte insustituible y la historia no terminará sino en la meta de la justicia. En la naturaleza, las bandadas de pájaros migran como si fueran un solo gran individuo, protegiéndose y guiándose unos a otros. Quien los ve, en otoño, ve en el cielo una criatura única, inmensa, fluida, con mil formas, misteriosamente una de cien mil, como recuerdan los interminables gritos que emite. La hermana Megan Rice, nacida en una culta familia católica de Nueva York en 1930 (“en lo más profundo de la Depresión”, decía ella que siempre tuvo su corazón en la justicia social y el sufrimiento de los pobres) había elegido unirse al gran pueblo de los hombres de buena voluntad, cristianos, judíos, musulmanes, laicos, deseosos de paz. Todos unidos por la profecía de dos hombres de la Biblia, Isaías y Miqueas, reconocidos por las tres grandes religiones. La guerra desaparecerá de la Tierra, dicen los profetas, y los hombres “convertirán lanzas en hoces y espadas en rejas de arado”. Ningún pueblo alzará más la mano sobre los otros pueblos. La reciente biografía de Megan sólo podía ser, por tanto, una biografía coral. La del movimiento de las rejas de arado (Plowshares) que, de 1981 a 2021, violó pacíficamente los templos de la proliferación nuclear en Estados Unidos en 101 ocasiones para celebrar literalmente el sacramento de la transformación de la bomba de destrucción final en instrumento de vida. Rezar para transformar, ahora. Ser arrestado por testificar, ahora. Ir a la cárcel por caminar, ahora, con los pobres aplastados por un sistema penitenciario inhumano con quien es débil.
Sor Megan y el trío
Carole Sargent debería haber contado la vida de Rice en un libro de la rica serie People of God que Liturgical Press (Collegeville, Minnesota) ha dedicado a las biografías de personalidades católicas del siglo XX. Desde Juan XXIII, Pablo VI, el Papa Francisco, Óscar Romero hasta Dorothy Day, cada título una vida. Pero la hermana Megan, fallecida el 10 de octubre de 2021 tras colaborar activamente en la redacción del libro, pidió a la autora algo “más amplio”. Así, en la serie People of God hay un solo título – “Transformar ahora, rejas de arado” – que no es el nombre de una sola persona, sino que es de la acción de 2012 meditada y completada por Michael Walli, Greg Boertje- Obed y Megan Rice Shcj (llamado por los amigos MGM) quienes aparecen los tres en el título completo, como si fueran una sola persona. Juntos consiguieron infiltrarse, tras haber cortado las vallas y haber marchado de noche en una zona donde podían ser asesinados al verlos, en el Complejo de Seguridad Nacional Y-12, en Oak Ridge, Tennessee. Un lugar donde Estados Unidos había almacenado todo el uranio empobrecido de Kazajistán tras la caída de la Unión Soviética y que custodiaba un potencial nuclear capaz de devastar el mundo no una sino decenas de veces. En las mochilas de los tres, entre otras cosas, algo de pan, velas, cuatro rosas blancas, la Biblia, un martillo y una declaración de acusación por crímenes de guerra y posesión de armas de destrucción masiva.
Una posibilidad de transformación en marcha
El libro de Sargent nos lleva al descubrimiento de una posibilidad de transformación del mundo que ahora está en marcha y que se basa en la libre elección de conciencia de muchos individuos para caminar juntos, como comunidad, el camino de la transformación de las armas en instrumentos de paz y justicia social. Una conversión de comunidad que a su vez pretende convertir al mundo de un sistema económico basado en la guerra en un modelo que invierte en la paz de la casa común. Según la profecía. Este movimiento no tiene las características de un ejército, no tiene cargos, estatutos ni jerarquías internas. Es una realidad de solidaridad donde cada uno apoya al otro con sus capacidades y, en nombre de la libre conciencia de los individuos, piensa en cómo desafiar al poder de la blasfemia y, crucialmente, la ilegalidad de la guerra. La hermana Megan entró en esta comunidad de conciencia colectiva empujada por el amor de Cristo y puso al servicio del pueblo sus armas. La fe, la cultura, la historia política y, decía y repetía, sus privilegios. Blanca, con estudios, monja, apoyada por la red Plowshares y por la Society of the Holy Child Jesus a la cual pertenecía, tenía más posibilidades de defensa y, por así decirlo, de ataque. Imputada con sus dos amigos, ella a su vez acusó al gobierno, desafiando la Constitución, la Primera Enmienda, la sentencia de Nuremberg y el acuerdo de no proliferación de 1968. Un ajedrez jurídico muy delicado que obligó al poder al enroque judicial (la absurda disputa del sabotaje) y que mañana podría desembocar en jaque mate: el reconocimiento de la producción de armas nucleares como crimen de guerra y de lesa humanidad. La hermana Megan no es una pequeña monja heroica, pintoresca y que se ha ganado una medalla. Usando una imagen suya, es una semilla de girasol que, al crecer, purifica los campos y los llena de belleza. Junto con millones de otras semillas. Ahora.
Vatican News
Síguenos por Instagram y Twitter como @lagreydigital y en Telegram: La Grey Digital