El Sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado presidió anoche la celebración conclusiva del mes mariano: “Invoquemos el consuelo del Espíritu sobre toda la humanidad – fue su oración – especialmente sobre los heridos por el mal, la violencia y la guerra, sobre los que han perdido la esperanza y las ganas de vivir, sobre los pobres y los enfermos”
Una oración de paz por toda la humanidad se elevó anoche desde la Plaza de San Pedro donde, en vísperas de la Solemnidad de Pentecostés, monseñor Edgar Peña Parra, Sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, presidió la celebración conclusiva del mes mariano con la procesión de antorchas y el rezo del Santo Rosario.
El Espíritu, fuego vivo que quema el egoísmo
“Queremos pedir, por intercesión de María Santísima – dijo el prelado – el don más grande e importante de nuestra vida, que es el Espíritu Santo. Invocamos al Espíritu, que es la presencia del amor de Dios en nosotros, la luz que acompaña nuestros pasos, la fuente de alegría en medio de la esterilidad, el fuego siempre vivo que quema nuestro egoísmo y nos abre al amor de Dios y del prójimo, dándonos la verdadera alegría y haciendo más bellas y humanas nuestras vidas, nuestras ciudades y nuestra sociedad”.
“Rezando a María Santísima en el Santo Rosario y meditando los misterios de la vida de su Hijo – continuó diciendo el Sustituto – pidamos el agua viva del Espíritu para todos nosotros y para el mundo entero”.
Invoquemos un nuevo Pentecostés sobre nosotros mismos, sobre las cargas que llevamos en el corazón, sobre nuestros deseos de paz, justicia y fraternidad; invoquemos el Espíritu del Señor para que ilumine, conforte, guíe y proteja al Santo Padre, a su Iglesia, a sus sacerdotes y a todos los que participan activamente en la vida de la comunidad cristiana y dan testimonio del Evangelio en su vida cotidiana; invocamos el consuelo del Espíritu sobre toda la humanidad, especialmente sobre los heridos por el mal, la violencia y la guerra, sobre los que han perdido la esperanza y las ganas de vivir, sobre los pobres y los enfermos”.
En el primer misterio glorioso contemplamos a Jesús resucitado y vivo. “También nosotros – dijo monseñor Edgar Peña Parra – estamos llamados a acoger la noticia que ha cambiado la historia para siempre: Cristo ha resucitado y la muerte ya no tiene poder sobre nosotros. Pidamos a la Santísima Virgen – fue su oración – vivir como resucitados, en Cristo Jesús: cada vez que los deseos y las obras de la muerte se apoderen de nosotros; cada vez que nos sintamos ‘morir por dentro’ a causa de nuestras dificultades o sufrimientos; cada vez que la muerte llame a las puertas de nuestra vida, arrancándonos a nuestros seres queridos; cada vez que nos falte el valor para levantarnos y tomar las riendas de nuestra vida; hagamos sitio en nuestro corazón a la buena noticia que puede sostenernos y darnos la fuerza necesaria para continuar nuestro camino: ¡Cristo ha resucitado y nosotros hemos resucitado con Él!”.
En el segundo misterio glorioso contemplamos a Jesús que asciende al cielo: “Mientras caminamos hacia este destino – comentó el prelado – Él nos ha dejado a María, que nos lleva de la mano, nos guía por el camino recto, intercede por nosotros para que nunca perdamos el rumbo. Recemos a la Virgen, especialmente por los que se han extraviado, por los que han perdido la esperanza, y por todos nosotros: para que las cosas de la tierra y los bienes de este mundo no ahoguen el deseo del Cielo que Dios ha puesto en nuestros corazones, y seamos capaces de vivir con la mirada dirigida hacia el Cielo, adonde Jesús ha subido y donde nos espera para darnos una alegría sin fin”.
Que el Espíritu nos ayude a hablar la lengua del amor
En el tercer misterio glorioso, contemplamos al Espíritu Santo que desciende sobre María y los apóstoles: “Queremos dar gracias al Señor – dijo el Sustituto – por habernos dado a la Santísima Virgen que, como Madre solícita, permanece con nosotros en los momentos de angustia, cuando nos asalta el miedo, cuando nos falta el valor, cuando falta la alegría”.
“Ella intercede hoy por nosotros y por toda la humanidad, para que se derrame el don del Espíritu Santo y para que también nosotros seamos capaces de hablar el nuevo lenguaje del amor, de la justicia y de la solidaridad. Le pedimos que nos ayude a superar todo temor y a convertirnos en testigos del Reino de Dios en las situaciones cotidianas”.
El cuarto misterio glorioso se contempla la Asunción de María al cielo. “La Asunción de María – señaló – es una invitación a que soltemos nuestros lazos con el mal, porque donde está el pecado reina la muerte y no la vida; pero, sobre todo, María cruzando el umbral del cielo es imagen de lo que seremos también nosotros, signo de consuelo y esperanza segura que nos precede y nos guía, para darnos la certeza de que la muerte no será el fin de todo, sino el comienzo de una vida nueva”.
Finalmente, el Sustituto meditó sobre el quinto misterio glorioso, en el que se contempla a María, nuestra Madre y Reina del cielo y de la tierra: “A María, Madre y Reina – fue su oración conclusiva – confiemos, pues, el destino de nuestra vida y de la humanidad: que descienda sobre nosotros el don de la paz y de la fraternidad, para que nos hagamos capaces de amarnos y servirnos mutuamente, y que, en las fatigas de la vida terrena, no perdamos nunca el camino que nos lleva al cielo”.
Vatican News
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