P. José Andrés Bravo H.
Cristo no juzga a nadie ni por ser rico ni por ser pobre. El juicio es un acto de bondad y misericordia de su parte para decirnos que entremos a vivir eternamente en su Reino. Porque, a pesar de nuestras faltas, reconoce las pequeñas y pocas bondades que hemos brindado al pobre que sufre hambre, está desnudo, enfermo, en la cárcel, abandonado sin hogar. Es Cristo Rey quien se identifica con el pobre. Por tanto, debemos servir a los pobres, no porque sean mejores que los demás, sino porque son los que más necesitan. Así servirmos y amamos al mismo Jesús.
Este servicio no debe estar viciado por ninguna ideología, ni manipulado por ningún interés político. Tampoco pensemos que sirviendo a los pobres estamos identificándonos con algún sistema. Ellos no aman a los pobres, los utilizan. Tanto el capitalismo liberal como el socialismo comunista, más que liberar al pobre, lo empobrece. Todo empresario tiene el deber de desarrollar una economía justa, que haga crecer a todos los seres humanos. No indiferentes a las necesidades de los demás, no buscando un bienestar egoísta. Eso no los hace más humanos.
La justicia social debe manifestarse en el bien común y el bienestar de todos. Para eso la educación es sumamente importante. Cuando yo cursaba el último año de bachillerato nos dieron una charla vocacional que consistía en presentarnos dos listas: una con las carreras profesionales que nos daban la posibilidad de ser ricos y otras las de pocas posibilidades. Es decir, la calidad de la educación en el país se mide desde los criterios de un progreso simplemente económico. Pero algunos también buscaban hacerse ricos sin estudios y lo lograron. Unos con actividades ilícitas, otros con honestidad. Demostraron que no hace falta estudiar para ser ricos. La educación nos debe enriquecer la consciencia social, la responsabilidad ante los problemas comunitarios, la solidaridad y el cultivo de los valores humanos que nos permiten un desarrollo humano según el humanismo integral y solidario. Con ética y espiritualidad. Es decir, con sentido de responsabilidad para practicar el bien y sentido trascendente para amar como ama Jesús.
Existen algunas obras de la Iglesia que les brinda a muchos jóvenes pobres la posibilidad de ser emprendedores y poder avanzar también en lo económico, con excelencia, responsabilidad y honestidad. Pero, como cristianos, no pueden caer en la tentación de la idolatría de la riqueza y olvidarse de la solidaridad con los pobres y la consciencia social. Debemos aprender a salir de nuestro yo-egoísta para asumir los multiformes compromisos que tenemos con la comunidad humana. Así se fortalece la libertad.
Enseña el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en su numeral 194 titulado “Solidaridad y crecimiento común de los hombres”: “El mensaje de la doctrina social acerca de la solidaridad pone en evidencia el hecho de que existen vínculos estrechos entre solidaridad y bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo”.
Jesús no vino a construir un mundo empobrecido. Sino una humanidad fraterna.
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