Cardenal Diego Padrón
A raíz del Comunicado Episcopal de la Presidencia de la Conferencia Venezolana del pasado 22 de los corrientes y motivado por su contenido, me ha parecido conveniente proponer algunas reflexiones (y atreverme a algunas sugerencias) a manera de complemento, profundización y servicio. Y lo hago desde mi condición de venezolano, de cristiano y, modestamente, como Pastor de la Iglesia y, por designación deferente del Papa Francisco, colaborador suyo desde el Colegio de Cardenales. Me permitiré hilvanar dichas reflexiones, abordando la temática del diferendo sobre el territorio Esequibo y más concretamente sobre la convocatoria a un Referéndum Consultivo sobre el mismo, sin pretensión de experticia particular, histórica o jurídica, sino animado por el deseo de contribuir, desde un discernimiento humanista y creyente, a una toma de conciencia y a acciones coherentes con nuestra historia nacional en consonancia con nuestros valores más arraigados y nuestras esperanzas más sentidas como personas, ciudadanos y creyentes.
Para ello me referiré de entrada a nuestra realidad nacional actual como telón de fondo obligado, vivencial, reflexivo y campo natural de acción histórica: el ¿“dónde estamos”?
A continuación, buscaré hacer “memoria”, en particular jurídico-diplomática, de algunos hitos referenciales de obligatorio recuerdo para saber “¿de dónde venimos”? como herederos modelados, arropados, también condicionados, a ratos determinados, pero igualmente aguijoneados a la novedad, al cambio, al “más y mejor”: “¿hacia dónde queremos, debemos y podemos ir?”. Creo que esto ubicará más ampliamente e iluminará más adecuadamente el sentido y valor de la problemática en cuestión ante las prioridades reales, experimentadas por nuestra comunidad nacional.
LA VENEZUELA ACTUAL
En comunión, los Obispos han expresado, como ciudadanos y pastores, “nuestra postura a favor de la soberanía territorial de Venezuela sobre el Esequibo, como lo establece la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela del 2009 (CRBV) en su artículo 10” El artículo se refiere “a los territorios y demás espacios de la república […] que correspondían a la Capitanía General de Venezuela antes de la transformación política iniciada en 19 de abril de 1.810, con las modificaciones resultantes de los tratados y laudos arbitrales no viciados de nulidad”. Esto se relaciona con el Referendo Consultivo promovido y organizado por el Gobierno nacional para el próximo 3 de diciembre, como un instrumento de consulta y participación de los ciudadanos, conforme al artículo 70 de la CRBV. Esa iniciativa, como todas las que permitan y fomenten la soberanía popular ejerciendo su derecho de opinar y decidir, debe ser, en principio, saludada y hasta aplaudida. Pero para ello debe cumplir varios requisitos, el primero de los cuales, es el de una información veraz y exhaustiva acerca de todo lo que ello implica, a fin de que el conjunto de la ciudadanía pueda actuar en libertad y conciencia. En efecto, la participación ciudadana ha de ser libre, sin amenazas ni exclusiones. En consecuencia, el referendo no debe estar viciado por fines políticos sectoriales, partidistas o de otra índole, como ser unas anti Primarias enmascaradas, un instrumento referido al proceso electoral del próximo año, una lista excluyente de las ya habidas en el país, y, sobre todo, una “cortina de humo” ante la tragedia nacional, sin olvidar lo que histórica y geopolíticamente está en juego, todo lo cual puede convertirlo en un “boomerang” contra el interés nacional bajo la forma de un grave error y torpeza de omisión jurídico-diplomática, y una consideración de amenaza a la buena vecindad y hasta de atentado contra la paz regional.
En este contexto ocupa un lugar privilegiado el amplio historial de declaraciones e intervenciones del Episcopado nacional llamando la atención, en las últimas dos décadas, acerca del problema de deterioro, degradación y creciente inviabilidad de la situación en todos los ámbitos de la vida personal y social. Ésta ha sido resumida simbólicamente en expresiones como “moralmente inaceptable”, “intolerable”, y ejemplificada en la pobreza y miseria generalizadas, la crisis masiva en los servicios públicos básicos, la emigración de casi un tercio de la población, la violación sistemática, con impunidad, de los derechos humanos por hostigamiento, discriminación, represión, incluso letal, a los que no actúan o piensan conforme a las pautas oficiales excluyentes; y la enajenación de los recursos y de la soberanía nacionales, por convenios, pactos y alianzas con desconocimiento u ocultamiento anti-democráticos y ajenos al interés general y a las tradiciones de colaboración y reciprocidad internacionales. Situación esta que el propio Episcopado, nada sospechoso de “radicalismos” y recogiendo el clamor nacional por un cambio fundamental, ha denominado en más de una ocasión y en forma de creciente preocupación: de necesaria “reconstrucción, reinstitucionalización, refundación”, de la economía, de la institucionalidad, de la nación. Este es el primero y fundamental trasfondo desde el cual hay que analizar, interpretar y evaluar cualquier iniciativa de trascendencia social, con la mira puesta en un factor de primer orden: si contribuye o no, y en qué medida, a la necesaria reunificación nacional con base en la libertad, la justicia, la solidaridad, la verdad y la paz entre los venezolanos, de dentro y de fuera; y con el conjunto de países hermanos y pueblos lejanos.
Esto hay que concretarlo a través de algunos planteos e interrogantes. El primero de ellos, me parece, tiene que ver con el pretendido postulado, implícito y explícito, de la Consulta: la ratificación de la unidad nacional en torno al tema. Y aquí aparece un contraste: no hay duda y es una obviedad, con la que hemos crecido y que se ha ratificado históricamente con sólida argumentación, la convicción de los derechos que asisten a Venezuela en este diferendo. Sin embargo, a ello hay que añadir tres elementos que, sin contradecir en el fondo esa convicción, la matizan en sus consecuencias actuales o posibles. Uno es que, en toda hipótesis, al día siguiente de la Consulta nada habrá variado en el status quaestionis del contencioso, en particular, que su curso en las instancias judiciales internacionales continuará inexorablemente y, en principio, realistamente, si no se atiende debidamente, en los plazos y en la elaboración de una respuesta o contrainformación a partir de los aportes de los mejores especialistas, que los tenemos, los resultados, previsiblemente, no nos favorecerán.
Un segundo es la realidad de la presencia de intereses foráneos que han mediatizado, distorsionado incluso, en los últimos tiempos nuestra histórica posición, dando pie a que por intereses de pseudo-solidaridad política ideológicamente muy determinada, la defensa de nuestra posición donde y como convenía, ha sido negligente, contraproducente o nula. Un tercero, de mayor relieve y significación para la comunidad nacional es que, nucleada en torno a la candidatura victoriosa en la pasada primaria opositora, se ha constituido una corriente ampliamente significativa, por no decir más, de opinión, reivindicación y proyección de cambio en la conducción del país, avalada por estudios de juristas eminentes, que ha optado por desconocer, con sólidas razones, la conveniencia y pertinencia de tal Consulta, oponiéndose a ella por la vía de su desconocimiento.
La lógica implicación es que, ya de entrada, en concreto, la perspectiva de tal Consulta plantearía una escisión cuantitativa y cualitativa muy profunda en el cuerpo social venezolano, dándose la paradoja de que un tema radicalmente incontrovertido y aceptado, se constituiría en fuente de amplio disenso, con efectos muy negativos. Las cinco preguntas – por ejemplo – que plantea el texto guía son justamente una piedra de tropiezo para la unidad de todo el país en torno al objetivo común. Su redacción no es la más clara y pedagógica ni su selección la más democrática. Tales preguntas exigen un serio discernimiento para el que el venezolano medio no está entrenado. Por consiguiente, nadie debe sentirse obligado a responder lo que no entiende ni con lo que no está de acuerdo. Estos aspectos sustanciales del Referéndum no pueden dejar insensible a ningún compatriota que ame y se sienta corresponsable de nuestro destino común.
Apelando a la máxima tan conocida de un filósofo francés, desaparecido hace pocos años, es materia “que da pensar” y, a partir de ello, la participación reclama reflexión, convicción, coherencia de actitudes y posturas, sabiduría de decisión, para actuar con inteligencia y ser consecuentes, fieles.
UN POCO DE MEMORIA PARA LA CONVICCIÓN Y EL COMPROMISO
Los pueblos que no cultivan la “memoria histórica” corren el riesgo de no saber “de dónde vienen”, tanto para evitar repetir los errores como, sobre todo, para renovar su identidad con base en sus mejores tradiciones, las justas y exitosas, y las frustradas, dignas de un nuevo y mejor futuro, administrando, con sabiduría y prudencia, el perdón, los olvidos, los nuevos comienzos, los sueños, las esperanzas.
Como venezolanos tenemos que rechazar el tratado arbitral del 2 de febrero de 1897, que dio por resultado el Laudo Arbitral del 3 de octubre de 1899, porque Venezuela fue engañada, coaccionada y amenazada por parte de los Estados Unidos y Gran Bretaña. El tribunal arbitral que dictó la sentencia en el conflicto fronterizo no cumplió su deber y, por lo tanto, su decisión carece de validez. El tribunal dio a Guayana Británica la cantidad de 17.749,01 km2 de territorio que el mismo Reino Unido había reconocido a Venezuela hasta 1886. En efecto, Venezuela ha considerado siempre que la frontera con Guayana Británica está formada por el Rio Esequibo, la misma que admitieron originalmente la sociedad científica de Gran Bretaña y que el Reino Unido había reconocido a la Gran Colombia de la cual Venezuela formaba parte. El Laudo fue un compromiso obtenido por extorsión, según testimonios convergentes de fuentes americanas, inglesas, venezolanas y francesas. Fue, además, el resultado de un compromiso político. Véanse al respecto los estudios de Hermann y Ojer apuntados en la Nota, al final, como aval y fundamento.
El historiador Lino Duarte Level (1849-1935) en su libro “Los misioneros límites de Venezuela: su contribución al poblamiento y la expansión del territorio nacional (1929) afirma que los misioneros europeos eran los primeros en explorar y colonizar las regiones fronterizas de Venezuela; considera que los misioneros límites de Venezuela fueron actores clave en la historia del país; que su labor ayudó a consolidar la soberanía venezolana en la frontera, lo que contribuyó a la formación de la nación venezolana.* Por otra parte, el 12 de noviembre de 1962 el canciller de Venezuela para el momento, el Dr. Marcos Falcón Briceño, en su intervención ante el Comité Político Especial de la XVII Asamblea Naciones Unidas expresó ampliamente la tradicional posición de Venezuela respecto a la cuestión limítrofe de Guayana que declaró la nulidad del Laudo de 1899. Por tanto, el actual gobierno venezolano no es el único ni el primero ni el mejor defensor de nuestra soberanía sobre el territorio del Esequibo.
En este conflicto deberíamos tener como criterio el de la Cámara de Diputados de Venezuela de 1960 que señalaba que un cambio de status en la Guayana Inglesa no podrá invalidar las justas aspiraciones de nuestro pueblo de que se reparen, de manera equitativa y mediante cordial entendimiento, los grandes prejuicios que sufrió la nación en virtud del injusto fallo. No es válido hoy, como no lo fue en sus comienzos, pensar en un conflicto armado entre ambas naciones.
De puertas adentro, la discusión con un país vecino debería servirnos – a lo que ya hice alusión – para mantener la unidad y saber cuidar lo nuestro, lo territorial y tangible, como lo que contiene y representa el espíritu venezolano. La historia es testigo de cómo este pueblo sencillo y pobre ha sabido darse la libertad y dársela a otros pueblos, ha derribado de su silla a los tiranos y ha amedrentado a quienes han pretendido o someterlo o arrebatarle sus derechos. ¡Gloria al bravo pueblo! Supo confederarse bajo sola bandera de siete estrellas y dibujar un país en forma de corazón. ¿Será este mismo pueblo incapaz de construirse un futuro inmediato mejor que el presente actual?
¡Esa es la idiosincrasia venezolana que es urgente recuperar! Eso es el fruto de la unidad. Una unidad pensada, construida, razonada, que va allá de la emoción y el entusiasmo. Así lo recomienda San Agustín: “En lo indispensable, unidad; en lo discutible, libertad; en todo, solidaridad”.-
Nota: Los datos referentes a la controversia sobre el Esequibo han sido entresacados del artículo “Desenmascarando la Farsa del Laudo”, de los Sacerdotes Hermann González Oropeza S.J y Pablo Ojer Celigueta S.J Publicado en la Revista SIC 1966, 284, 164 – 170. Informes que los expertos venezolanos para la cuestión de límites con Guayana Británica presentan al Gobierno Nacional.
*Cada una de las afirmaciones contenidas en este informe están respaldadas por sus respectivos documentos, los cuales fueron presentados a Gran Bretaña. Caracas, 18 de marzo de 1965.
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