A pesar de tanta dispersión en estos tiempos de confusión mundial, millones de católicos y cristianos nos hemos empeñado en celebrar el Adviento y la Navidad centrados en Belén, reviviendo con la liturgia, todo ese encanto que embarga a las familias con la presencia de Jesús Niño.
Cada año, vemos que, en algunos ambientes del mundo occidental, se continúa trabajando porque el negocio de las fiestas navideñas se quede en eso: en fiestas. En Venezuela, sin embargo, hemos visto que los pesebres han recobrado su vigor y las iglesias domésticas (hogares de familias que potencian la comunión y la solidaridad, centradas en Cristo) se han engalanado para que el eje de las miradas y los afectos del corazón sigan estando en la Sagrada Familia, que viajó de Nazaret a Belén, para empadronarse por un edicto de César Augusto.
Aún estando a solo 8 km de Jerusalén, la ciudad de Belén nunca estuvo entre las más pobladas del reino de Judá, sin embargo, por diferentes acontecimientos y especialmente por haber sido cuna del rey David y luego Jesús, llegó a tener gran importancia en la historia de la salvación. Aunque los evangelios de Marcos y de Juan no digan que María haya dado a luz en Belén, tampoco dicen otra cosa y en cambio los evangelistas Mateo y Lucas ubican el nacimiento de Jesús en esa ciudad a la que se trasladaron María y José, desde Nazaret, donde se habían residenciado por la inseguridad que se vivía en Belén por la dinastía herodiana.
Y ahora viene lo esperado: Isnotú, la tierra donde vivió el primer laico venezolano que ha llegado a los altares como beato y muy pronto santo. Isnotú ha llegado a constituir, junto a Guanare, una referencia de la espiritualidad venezolana; un centro de peregrinaciones donde el Niño Jesús es reverenciado y exaltado con máximo esplendor. Justo estos días, el Niño Jesús de José Gregorio, Patrono del Santuario de Isnotú, atrae la devoción de trujillanos, venezolanos y del mundo entero. Se trata de una hermosa talla que muestra al Niño midiéndose en la cruz del Calvario, que se la regaló, en el año 1901, Fray José María Ferrero vice comisario de los Padres Franciscanos en Tierra Santa. Esta imagen fue tocada y bendecida en la Gruta de Belén donde nació el Hijo de Dios.
La fiesta de este Jesús niño, nos lleva a unir los milagros del nacimiento y de la muerte de Cristo, evocando su resurrección. Así, en una amalgama de amor, dolor y alegría nos identificamos con los misterios de nuestra fe.
Las celebraciones, en ese corazón del pueblo trujillano, suelen empezar con un triduo que precede la solemnidad el primer domingo después de la Epifanía.
Esta hermosa devoción de nuestro futuro santo trujillano, debe inspirar a los cristianos venezolanos en el rescate de nuestras tradiciones navideñas, donde la cultura popular y la liturgia han de llevarnos a la profundización de esa herencia de la primera evangelización.
La nueva evangelización, a la que la iglesia nos sigue convocando, puede facilitarnos que los niños y familias de nuestro país, conozcan junto a nuestro futuro santo, el muy querido José Gregorio, esa imagen tan singular de Jesús Niño, y a la vez enseñarles que las navidades tienen que mostrar al Hijo de María como el gran regalo, en la historia, de la Providencia de Dios.
La inculturación del evangelio o la evangelización de la cultura, siempre invitan a sacar amor de Dios de los tesoros escondidos de los pueblos. Por eso mismo, este gran regalo que Isnotú celebra, estos días de epifanía, debe llegar hasta el hogar más sencillo y escondido de Venezuela, donde la familia se reencuentra con ese gozo sereno y alegre de estas fiestas. Y por supuesto, hasta esos hogares de gente con riqueza económica pero falta de formación, donde la Navidad del Santa y la proliferación de regalos materiales han venido ocultando la sencillez y la magia de los acontecimientos milenarios que están en la savia de nuestra fe y nuestras tradiciones.
Beatriz Briceño Picón
Humanista y Periodista
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