Más allá de todo está la misericordia
Ella sana, reconstruye y restaura, porque rescata en nosotros la esencia de ser imagen viva del Dios vivo y su semejanza.
Vivir en la misericordia es vivir en Dios, moviéndonos en su voluntad, como dice la Escritura: “…en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28), sin panteismos ni energías gnósticas intergalácticas. Esa es la esencia de la comunión espiritual y no se refiere en modo alguno a entrar o asumir algún tipo de participación del Cuerpo y Sangre de Cristo en la celebración de la Santa Misa, diferente de “comer su cuerpo y beber su sangre”, aunque por extensión esto también signifique amar y servir a los hermanos, especialmente en los más pobres y vulnerables.
Debemos aspirar a vivir este don de la misericordia, especialmente manifestado en el sacramento de la Eucaristía, no rechazarlo, ni conformarnos con menos.
No reduzcamos nuestra vida en Dios a “comuniones espirituales” y a la participación a medias en el misterio divino.
Ciertamente, ninguno de nosotros es digno ni merecedor de esta gracia, pero el Señor nos llama y nos elige para la comunión plena. Conformarnos con menos y predicar menos, favoreciendo prácticas acomodaticias y alienantes, que más responden al criterio social y al respeto humano que a la caridad cristiana, lejos de ser un ejercicio de misericordia pastoral, son la negación de ella, introduciendo en el contexto de la liturgia, elementos que lejos de favorecer a la persona y a la asamblea, generan distorsiones que causan confusión a todos.
Padre Alberto Gutiérrez