La semana pasada, la edición femenina de una revista distribuida en el Vaticano publicó un artículo que afirmaba que las religiosas son maltratadas en la Iglesia y económicamente explotadas.
El artículo apareció en Women Church World, una revista mensual para mujeres publicada por L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano. Associated Press llamó a la historia una “exposición sobre el trabajo mal pagado y el intelecto poco apreciado de las religiosas”.
En el artículo, tres religiosas, cuyos nombres fueron cambiados, dijeron que el trabajo de las hermanas no es valorado, que son maltratadas por los sacerdotes y obispos a quienes sirven, y que no son reconocidas o pagadas de forma justa por su trabajo.
Una monja, identificada solo como la hermana Marie, dijo que las monjas a menudo trabajan largas horas en roles domésticos por poco dinero. También lamentó que algunas no estén invitadas a comer en la misma mesa con el clero al que sirven, lo que provoca frustración y resentimiento.
Otra hermana se lamentaba en el artículo de que las religiosas con títulos a veces tienen como tarea trabajos de baja categoría.
“Conocí a algunas monjas que poseen un doctorado en teología que han sido enviadas a cocinar o lavar los platos al día siguiente, una misión libre de cualquier conexión con su formación intelectual y sin una explicación real”, dijo una religiosa identificada como Sor Paule.
Sin embargo, varias religiosas dijeron a CNA –agencia en inglés del Grupo ACI– que el artículo no refleja sus experiencias en la vida religiosa.
La Madre M. Maximilia Um, que es la Superiora Provincial de las Hermanas de San Francisco del Mártir San Jorge, en Alton, Illinois, dijo que el artículo podría indicar problemas específicos de hermanas en particular, más que problemas institucionales sistemáticos.
“Ninguna de las preocupaciones o problemas señalados en este artículo puede descartarse por completo, pero…, no creo que puedan ser confinados a las relaciones entre hombres y mujeres, y aquellos que son ordenados y los que no lo son”, indicó. “Supongo que al final es un problema tan antiguo como el pecado”, añadió.
Si bien la orden de la Madre Maximilia sirve principalmente en puestos de salud y educación, tienen “bastante historia” de servicio en los hogares de sacerdotes u obispos, como las hermanas en el artículo publicado por Women Church World.
Por ello, señaló que las opiniones vertidas en el artículo no reflejan “la experiencia muy real que nuestras hermanas han tenido en estos apostolados, donde se muestra un verdadero cuidado y preocupación por las hermanas y por su servicio”.
Quien también conversó con CNA fue la Madre Marie Julie, Superiora General de las Hermanas de la Caridad de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, con sede en Connecticut, cuyo apostolado se centra principalmente en el cuidado de la salud y la educación. Su carisma es “servir al pueblo de Dios en un espíritu de sincera sencillez”.
“Entonces, por nuestro carisma, no buscamos que nuestro nombre en luces, no buscamos adulación, elogio o atención, solo queremos estar en el corazón de la Iglesia, y creo que eso es mayormente el sentimiento de la mayoría de las congregaciones religiosas y sus miembros”, señaló.
Añadió que estaba “triste” por el artículo de L’Osservatore Romano, porque, dijo, pinta una “imagen engañosa y sombría” de la vida religiosa, y no enfatiza el don de la vocación, tanto para la consagrada como para la Iglesia en general.
“Hay personas descontentas en todas partes, y también tengo que admitir que probablemente haya algo de verdad en lo que estaba escrito en ese artículo, no puedo decir que esas personas nunca hayan tenido ninguna de esas experiencias”, dijo. “Pero esa no ha sido mi experiencia o la experiencia de esas hermanas que conozco”.
Más que un sentimiento de servidumbre, las religiosas normalmente sienten que son hijas de la Iglesia, y son amadas y respetadas como tales, dijo la Madre Judith Zuniga, OCD, Superiora General de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Los Ángeles, California.
“Me siento y sé que soy una hija de la Iglesia, lo que en esencia significa que la Iglesia es mi Madre y la amo sinceramente”, dijo la Madre Judith a CNA por correo electrónico.
“Si hay sexismo y discriminación, mis hermanas y yo no lo hemos experimentado. Parece que hay más sentimiento de respeto, afecto y gratitud por los servicios que prestamos, por lo que somos. Esta sería la respuesta más común que hemos recibido de personas dentro y fuera de la Iglesia “, dijo.
Cuando se trata de compensación monetaria, la Madre Maximilia señaló que aunque los sueldos o estipendios de una hermana que hace el trabajo doméstico podrían ser menores de lo que podría hacer en otros apostolados, “eso nunca fue un problema para nosotros porque antes que nada vemos esto como un verdadero servicio a la iglesia “, dijo. Además, los hogares en los que las hermanas sirven a menudo proporcionan otra compensación, como comidas o alojamiento.
“Siento que siempre fuimos compensadas ??adecuadamente por el servicio”, añadió.
La Madre Marie dijo a CNA que a veces, si una parroquia en particular tiene dificultades, las hermanas que sirven allí podrían recibir menos, o pagarles cuando ingresen fondos, pero “esas son las parroquias que están en apuros, esa no es la norma de ningún modo”, señaló.
“No esperamos que vivamos simplemente por el amor de Dios, tenemos que tener un seguro y tenemos responsabilidades y gastos generales”, dijo la Madre Marie. “Pero cuando eso sucede, cuando estamos en un ministerio y no nos pagan adecuadamente como lo vería el mundo, eso no es servidumbre, eso es Evangelio, y eso es un privilegio”, dijo.
Las religiosas en la Iglesia generalmente hacen tres votos: los de pobreza, castidad y obediencia. Durante la celebración de la profesión final de esos votos, una hermana a menudo yace postrada, boca abajo, ante el altar y la cruz, en un gesto simbólico de que está abandonando su antigua vida y elevándose con Cristo como alguien que le pertenece por completo, señaló.
Ese momento es “uno de los momentos más sagrados de nuestras vidas como hermanas”, dijo la Madre Marie.
“Cuando pusimos nuestras vidas al servicio del Evangelio, también pusimos al pie del altar nuestras expectativas de lo que ganaríamos en la vida”, en términos de éxito o reconocimiento según el mundo, dijo.
En cambio, “nuestra esperanza es que ganemos almas”, y eso es lo que “nos levanta en la mañana”, agregó.
Con respecto a la queja de que las hermanas con títulos académicos podrían estar trabajando en puestos de servicio que son considerados menos estimulantes intelectualmente, la Madre Maximilia dijo que ese tipo de pensamiento revela un sesgo sobre lo que hace que el trabajo sea valioso.
“La idea de que (el trabajo intelectual) es objetivamente más valioso ya es una opinión sesgada”, añadió la Madre Maximilia. Indicó que “el objetivo de cualquier trabajo es servir y amar a Dios y al prójimo, y creo que en realidad eso se muestra de una manera muy particular en el servicio directo a las necesidades de una persona”.
“Lo que hace que el trabajo sea valioso al final es el amor, y siempre hemos entendido que el servicio al clero es principalmente eso”, dijo la Madre Maximilia.
Es natural, observó la Madre Marie, que una religiosa con un título académico desearía trabajar en su campo de especialización, al menos por un tiempo, y ese es a menudo el plan para esas hermanas. Sin embargo, a veces las circunstancias atenuantes requieren que sirvan en otros apostolados.
“Si Dios nos llama a hacer otra cosa, ya sea a través de nuestras superioras o de los signos de los tiempos o simplemente a través de los eventos, entonces respondemos a eso … lo vemos como la voluntad de Dios”, dijo.
Cuando una hermana está sirviendo en un puesto que puede no haber sido su primera opción, no se diferencia de los sacrificios que las madres y los padres hacen por sus familias, agregó, como quedarse despierta toda la noche con un niño enfermo.
“Eso se hace por amor, y es el amor el que impulsa lo que hacemos, y un reconocimiento de este gran don que tenemos”, como personas consagradas, afirmó.
Por su parte, la Madre Judith agregó que si bien la educación es algo bueno y necesario, en última instancia no es la medida por la cual las almas serán juzgadas al final de sus vidas.
“En el análisis final, cuando lleguemos al final de nuestra vida y lleguemos ante el Señor, creo que es seguro decir que no nos va a preguntar cuántos títulos teníamos o cómo usamos nuestra educación”, dijo. “Nos va a preguntar cuánto hemos amado”.
La Madre Judith señaló que el artículo no entiende, como la cultura contemporánea a menudo no entiende, los dones que las mujeres en su feminidad traen al mundo, independientemente de las tareas que estén realizando.
“Vivimos en una cultura que no parece valorar los verdaderos dones que las mujeres aportan a nuestra cultura: maternidad, amabilidad, paciencia, intuición, sensibilidad, atención, calidez y la lista continúa. Estas cualidades se ven ahora bajo una luz negativa, vistas como debilidades, cuando de hecho, es nuestra fortaleza”, afirmó.
“Para las consagradas, estos elementos de la verdadera feminidad deberían estar aún más arraigados en nosotras simplemente por lo que somos. La gente nos ve y de inmediato nos asocian con Dios, la Iglesia, y con razón. Qué bendición y privilegio es ser una hija de la Iglesia”, expresó.
Traducido y adaptado por Eduardo Berdejo.