Rafael Guerrero llegó a Venezuela en 1993, junto a otros dos matrimonios. Era un joven de 23 años, recién licenciado en Matemáticas y miembro del Movimiento de Acción Cristiana. El pasado mes de julio, después de 24 años en la misión, regresó a Málaga, junto a su esposa, Alida Saez, con la que se casó en 2002, y sus tres hijos Josué, Cristina y José Manuel.
Les ha costado mucho decidirse a volver, pero lo explican con ejemplos: “Una vez cayó enfermo uno de nuestros hijos y tuve que recorrer todo Ciudad Bolívar para encontrar un antibiótico. La vida ya se reducía a guardar cola para llevar a casa lo imprescindible. La situación económica y política del país nos ha hecho tomar esta decisión”. Desde España animan a colaborar con los cristianos de Venezuela y con las misiones, por ejemplo, con colectas como las de este domingo 22, día del Domund. Lo explica Rafael en una entrevista.
-¿Cuál ha sido su misión en Venezuela?
-Allá he trabajado en los barrios populares, desde el carisma de nuestro movimiento de trabajo con niños y jóvenes. He trabajado con los pueblos indígenas, con los hombres privados de libertad, en el centro penitenciario, con los proyectos de las religiosas de la zona y con la Asociación Fe y Alegría, presente en 22 países de todo el mundo. Se trata de una institución que trabaja la educación y la promoción social, sobre todo de las personas excluidas y necesitadas. Desde que llegué, me ha gustado mucho el trabajo al que me he dedicado. Es más, como hay mucha falta de sacerdotes, he hecho de todo, menos consagrar y presidir en la Eucaristía.
-Ha estado la mitad de su vida en Venezuela, ¿cómo ha sido el regreso?
-El regreso ha sido una decisión familiar. La situación en Venezuela estaba muy tensa, ya no se podía salir a la calle por la inseguridad. A mí me ha costado mucho trabajo tomar la decisión. Mi esposa y yo estábamos muy contentos con nuestros trabajos allí, pero el dinero ya no alcanzaba ni para la alimentación. Mi esposa era profesora en educación inicial y yo, coordinador de educación en el instituto radiofónico Fe y Alegría, en educación de adultos. Una vez cayó enfermo uno de nuestros hijos y tuve que recorrer todo Ciudad Bolívar para encontrar un antibiótico. La vida ya se reducía a guardar cola para llevar a casa lo imprescindible. La situación económica y política del país nos ha hecho tomar esta decisión.
-Para que nos hagamos una idea, ¿a cuánto asciende el sueldo en dicho país y qué se puede hacer con él?
-El sueldo aumenta allí muchísimo, casi un 50%, pero la devaluación sube aún más: un 90 o un 100% y, al final, lo que tienes es menos poder adquisitivo. La economía se mira bajo el concepto del dólar paralelo. El sueldo pueden ser unos 250.000 bolívares, lo que se traduce a unos 30 o 40 euros al mes, y las cosas están realmente caras. Por ejemplo, un pollo puede valer 40.000 bolívares, la quinta parte del sueldo de un mes. La gente sufre mucho a causa de la economía y la falta de medicamentos, pero la solidaridad es inagotable, Venezuela es un pueblo generoso, aunque ya les sea duro hasta ofrecer un simple café a las visitas.
-¿Se han sentido perseguidos?
-Realmente no. Hemos vivido siempre en el mismo barrio, con buenos y sencillos vecinos y una comunidad de fe con la que hemos compartido más de 20 años. También he tenido la suerte de trabajar en el penal de Vista Hermosa, que es otro mundo, y conocer la dura realidad carcelaria de Venezuela.
»En un lugar donde caben 350 internos, hay viviendo más de 2.000. El hacinamiento es enorme. Además, es el lugar donde he visto más armas en mi vida. Mi labor con ellos era educativa, daba clases de matemáticas, lengua, comunicación y valores a grupos de internos y conocía la realidad de cada uno. Para ellos era ‘Faly’ y me veían como a uno más, sabían que nuestra casa era una casa de puertas abiertas y que éramos uno más del barrio.
-¿Considera que Venezuela es un pueblo creyente?
-Yo creo que la gente tiene hambre de Dios, pero a veces se encuentran con malos testigos que lo proclamen. Allí hay que empezar muchas veces por lo básico, por la promoción social. A un niño con hambre y con una situación familiar desestructurada es muy difícil hablarle de Dios sin empezar por lo social. Cuando les hablas de los valores del Evangelio y les muestras cariño, apuestan por ello. Y si además ven que lo vives en tu familia, te conviertes en una persona que convence. He visto una fe grande en gente muy sencilla y muy humilde.
Reporte Catolico Laico