Con motivo de la fiesta de san Estaban, jornada no laborable en Italia, y dentro de la Octava de Navidad, el papa Francisco ha rezado el ángelus con los peregrinos reunidos en la plaza de san Pedro, a los que ha agradecido su presencia y oración.
El pontífice, nuevamente ha aprovechado para felicitar a todos la Navidad, un tiempo “en el que disfrutar de la belleza de estar juntos, sintiendo que Jesús está en medio de nosotros”, señaló en referencia al carácter familiar de la fiestas. Ha tenido un recuerdo especial para los peregrinos ucranianos y ha reconocido que “al no poder responder a cada uno” las felicitaciones recibidas, “expreso mi más sincero agradecimiento a todos hoy, especialmente por el regalo de la oración. ¡Muchas gracias de corazón! ¡Que el Señor os recompense con su generosidad!”, confesó.
Esteban, testigo del Dios con nosotros
En su mensaje, Francisco ha relacionado la Navidad con la fiesta del primer mártir, san Esteban. Él, recordó, “puso en crisis a los líderes de su pueblo, porque, ‘lleno de fe y del Espíritu Santo’, creía firmemente y profesaba la nueva presencia de Dios entre los hombres”. Para el pontífice, Esteban, acusado de predicar la destrucción del templo de Jerusalén, “sabía que el verdadero templo de Dios es Jesús, la Palabra eterna que vino a habitar entre nosotros, que fue hecho en todo como nosotros, menos en el pecado”.
Este acontecimiento de la historia primitiva duero cristianismo, recuerda, para el Papa, que “el mensaje de Jesús es incómodo y nos resulta inconveniente, porque desafía el poder religioso mundano y provoca a nuestras conciencias”.
Por ello, Francisco ha invitado a todos a las conversión, “a cambiar la mentalidad, abandonar los antiguos prejuicios”. Para Francisco, “nosotros también, delante del Niño Jesús en el pesebre, podemos orar diciendo: ‘Señor Jesús, te confiamos nuestro espíritu, acógelo‘, para que nuestra existencia sea realmente una vida buena, según el Evangelio”, como hizo san Esteban en el último momento de su vida.
Jesús, ha recordado Bergoglio, “es la fuente del amor, que nos abre a la comunión con nuestros hermanos, eliminando todo conflicto y resentimiento”. Y a María le ha pedido “confianza para ayudarnos a aceptar a Jesús como Señor de nuestras vidas y para ser sus testigos valientes, dispuestos a pagar personalmente el precio de la fidelidad al Evangelio”.
Vida Nueva