En estos días de Navidad todo parece transformarse, al menos en el ambiente. Se iluminan las calles, se adornan el mobiliario público y los comercios, se oyen los primeros villancicos y se desata la fiebre consumista para que no falte nada en nuestras casa; además, si nos ayuda la lotería, mucho mejor. El caso es hacer fiesta.
Pero, ¿sabemos cuál es el contenido y el sentido de esta fiesta? Creo que los que lean estas líneas, sí. Sin embargo, son cada vez más los que no lo saben o lo han olvidado. Cuando la Navidad se vacía de Jesús, se queda en pura exterioridad, aunque no falten los buenos sentimientos, que los hay, especialmente en estos días.
El título de este artículo es, por tanto, engañoso; no es la otra Navidad, sino la auténtica Navidad. La Navidad de un Dios que deja su categoría y se hace asequible a los hombres, que no nos da, sino que se da, que envía lo mejor de sí, a su Hijo, para en Él decirnos que nos ama y quiere para nosotros la salvación. La Navidad es amor, entrega, es decirle al otro que es importante.
La otra Navidad es la que se vive en adoración del Misterio de Belén, celebrado en la liturgia de la Iglesia, y la que se abre al encuentro con los otros, especialmente con los más necesitados.
Es la Navidad para compartir un rato de charla con el anciano que vive solo, o con los que están en la residencia; es sentir la inocencia y la alegría contagiosa del colegio de niños y jóvenes deficientes que te muestran en su rostro y en su mirada cómo es Dios; es dar un abrazo y compartir el silencio de tantos que no encuentran respuesta a sus sufrimientos; es decir a los presos que el Niño de Belén trae la libertad; es compartir con la familia, en la oración y en el gozo, el sentido de la Navidad: el Niño de Belén, el Señor.
Ginés García Beltrán
Vida Nueva