Conseguir efectivo es una odisea y comprar un refresco, un lujo

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El alza estratosférica de los precios ha canibalizado tres ceros

Cada mañana comienza una pelea desigual, la que enfrenta al venezolano con su realidad. Una realidad que lo golpea con fuerza todos los días y a todas horas. Lo hace incluso con el lenguaje, que adapta los cambios que suceden en sus calles al mismo ritmo que suben los precios: el país criollo cerró 2017 con una inflación de 2735%, según Ecoanalítica, tras un mes de diciembre con aumentos constantes que obligó a Nicolás Maduro a decretar la sexta suba del salario mínimo y de los bonos alimenticios 12 horas antes de que acabara el año, publica La Nación de Argentina.

El nuevo aumento decretado por Maduro ha estirado a 248.510 bolívares el salario mínimo más 549.000 los llamados cesta tickets . La suma de ambos supone 797.510 bolívares, cuyo cambio en el mercado paralelo, casi el único que funciona en el país porque el gobierno lleva meses sin aportar divisas a las subastas públicas, suma 7 dólares

El alza estratosférica de los precios ha canibalizado tres ceros. “El café son 10 bolívares”, resume Jonny, quien a primera hora de la mañana vende café junto a los William, padre e hijo, en un quiosco de la caraqueña Santa Mónica. No se trata por supuesto de sólo 10 bolos (como los venezolanos llaman a su moneda), porque todo el mundo sabe que lo más barato no es un caramelo de mil bolívares o un cigarrillo de 1200, sino de 10.000. La gran paradoja es que a unos pocos metros un litro de gasolina de 95 octanos cuesta 6 bolívares. Con el dinero de un solo cigarrillo un venezolano puede comprar 166 litros de la gasolina cara, porque de la barata (91 octanos, a un bolívar el litro) llenaría un depósito de mil litros.

El vía crucis de los venezolanos es en revolución tan vertiginoso como el de los cubanos durante la crisis del “período especial”: que no se corte la luz y que haya agua, encontrar transporte, saltar de farmacia en farmacia buscando unas medicinas invisibles, conseguir dinero en efectivo en los bancos, tras aguantar la cola y disponer de ánimo, para buscar y pagar los alimentos imprescindibles, subidos al ascensor de los precios. Hasta las gaseosas cotizaron a 100.000 bolívares en las compras compulsivas de fin de año tras semanas de desaparición en las góndolas. El 12% de un salario mínimo (de los nuevos, contando los cesta tickets) dedicados a una botella de bebida.

Cuando el desmoronamiento te cae encima

El reto de cada día entraña evitar que el desmoronamiento general te caiga encima. Así le sucedió al taxista Alexander Flores pocos antes de Nochebuena. Este caraqueño se ha pasado la Navidad navegando en Internet y buscando en los desguaces las piezas para su vehículo, aplastado por la realidad venezolana. Un gigantesco chaguaramo, una palmera que da nombre a la zona que rodea la Universidad Bolivariana, cayó sobre su vehículo cuando esperaba en la calle a uno de sus clientes. El techo de su taxi se le vino encima y le golpeó la cabeza y el cuello, pero resistió lo suficiente para salvarle la vida. La palmera estaba carcomida, podrida, como venían denunciando los vecinos desde hacía meses.

Superviviente del primer acto, el drama sólo estaba empezando. Los bomberos tardaron casi una hora en llegar. “Tenemos un coche para todo la ciudad. Y tres ambulancias. Así que se queda ahí de pie y si se marea, nos avisa”, instruyó el jefe del grupo, a quien le sobra traje, como a varios de sus compañeros. La falta de recambios no sólo actúa contra la eficacia de los bomberos, sino también contra el transporte público. Por no tener, ni siquiera llevaban aceite para la motosierra con la que tocaba talar la palmera gigante.

Una vez salvada su vida, a Alexander le toca reconstruir su auto. Hasta ahora ha empleado 15 millones de bolívares para comprar por Internet el techo y las puertas, instalar el vidrio de delante y “la obra del latonero” (chapista). Le queda invertir 11 millones y medio en la pintura y en los vidrios laterales. Alexander necesitará más de 100 salarios mínimos, en total, para seguir llevando la comida a sus dos hijos. Familia, amigos y compañeros lo ayudan a ir pagando.

El efectivo es un tesoro

Pese a la desmesurada cantidad de dinero que supone la inversión, Alexander vive una carrera contrarreloj, porque el terremoto económico, que comenzó en 2013, irá en aumento. Así lo avisa Luis Vicente León, presidente de la consultora Datanálisis, que en una serie de recomendaciones para navegar en medio de la tormenta aconseja cambiar la economía personal y prepararse para la batalla. La ciudadanía debería “cambiar los bolívares por bienes y divisas porque no tiene sentido mantener bolívares ni en tu cuenta ni en tus manos”.

Según los datos de la Asamblea Nacional, la inflación de 2018 puede alcanzar, y superar, el 6000% “si no hay cambio en el modelo económico”, avisa el diputado Ángel Alvarado.

Quien tiene efectivo tiene un tesoro, dicen en Caracas. El corralito financiero a la criolla, que limita la disposición de dinero en cajeros y taquillas a cifras ridículas (20.000 bolívares en un buen número de sedes bancarias durante diciembre), ha provocado que los billetes se “compren” con comisiones de entre el 10% y el 20%. La crisis no sólo ha cambiado el lenguaje, también las costumbres y las conversaciones, reducidas a un concurso de los precios disparatados de la carne, la fruta, el pollo, el aceite, un pantalón o un traje de alquiler.

Hasta tomar un avión se ha convertido en parte del mismo vía crucis: de los 350 vuelos nacionales semanales del comienzo de la crisis, hoy sobreviven 97. Durante Navidad, el aeropuerto internacional de Maiquetía operó poco más de 25 vuelos diarios.

“En Venezuela decir socialismo significa decir felicidad. Sólo en revolución”, despidió 2017 Nicolás Maduro.

La Patilla