“El canto del Gloria y la oración de colecta”, catequesis sobre la santa misa

71
Continuando el ciclo de catequesis sobre la santa misa, el Papa ha hablado esta vez de “El canto del Gloria y la oración de colecta”.

La audiencia general ha tenido lugar esta mañana a las 9,25  en el Aula Pablo VI donde el Santo Padre Francisco ha encontrado  a los grupos de peregrinos y fieles procedentes de Italia y de todos los lugares del mundo.

Continuando el ciclo de catequesis sobre la santa misa, el Papa ha hablado esta vez de “El canto del Gloria y la oración de colecta”.

Tras resumir su discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en particular a los grupos de fieles presentes. La audiencia general ha terminado con el canto del  Pater Noster  y la  bendición apostólica.

 Catequesis del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el recorrido de  las catequesis sobre la celebración eucarística hemos visto  que el Acto penitencial nos ayuda a despojarnos de nuestras presunciones y a presentarnos  ante Dios como realmente somos, conscientes de ser pecadores, con la esperanza de ser perdonados.

Precisamente del encuentro entre la miseria humana y la  misericordia divina brota la gratitud  expresada en el “Gloria”, “un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero.” (Instrucción General del Misal Romano, 53).

El inicio de este himno –“Gloria a Dios en el alto del cielo”-  retoma el canto de los ángeles en el nacimiento de Jesús en Belén, el anuncio gozoso del abrazo entre el cielo y la tierra. Este canto  también nos involucra reunidos en oración: “Gloria a Dios en el alto del cielo  y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Después del  “Gloria”, o cuando no lo hay, inmediatamente después del Acto  penitencial, la oración asume una forma particular en la llamada “colecta” que  expresa el carácter propio  de la celebración, variable según los días y tiempos del año (ver ibid., 54). Con la invitación “oremos “, el sacerdote exhorta al pueblo  a recogerse con él en un momento de silencio, para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y para que emerjan, del corazón de cada uno, las intenciones personales con las que participa en la misa (cf. ibid., 54). El sacerdote dice “oremos”; y después hay unos instantes de silencio y cada uno piensa en lo que necesita, en lo que quiere pedir, en la oración.

El silencio no se limita a la ausencia de palabras; es estar dispuesto a  escuchar otras voces: la de nuestro corazón y, sobre todo,  la voz del Espíritu Santo. En la liturgia, la naturaleza del silencio sagrado depende del momento en que se observa: ” En el acto penitencial y después de la invitación a orar, cada uno se recoge en sí mismo; pero terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon; y después de la Comunión, alaban a Dios en su corazón y oran.” (ibid., 45). Por lo tanto, antes de la oración inicial, el silencio nos ayuda a recogernos en nosotros mismos y a pensar en por qué estamos allí. De ahí  la importancia de escuchar nuestro ánimo  para  abrirlo luego al Señor. Tal vez venimos  de días fatigosos, o de alegría, de dolor, y queremos decírselo  al Señor,  invocar su ayuda, pedirle que esté cerca de nosotros; tenemos familiares y amigos que están enfermos o que atraviesan  pruebas difíciles; deseamos confiarle a Dios las suertes de la Iglesia y del mundo. Para esto sirve el breve silencio antes de que el sacerdote, recogiendo las intenciones de cada uno, exprese en voz alta a Dios, en nombre de todos, la oración común que concluye los ritos de introducción, haciendo la “colecta” de las intenciones individuales. Recomiendo encarecidamente a los sacerdotes que observen este momento de silencio y no vayan deprisa: “oremos”, y que se haga silencio. Se lo recomiendo a los sacerdotes. Sin ese silencio corremos el peligro de descuidar el recogimiento del alma.

El sacerdote reza esta súplica, esta oración de colecta, con los brazos abiertos y la actitud del orante, asumido por  los cristianos desde los primeros siglos – como demuestran los frescos de las catacumbas romanas- para imitar a Cristo con los brazos abiertos en el madero de la cruz. Está allí. ¡Cristo es el Orante y al mismo tiempo la oración!. En el Crucificado reconocemos al Sacerdote que ofrece a Dios el culto que le agrada, es decir la obediencia filial.

En el Rito romano las oraciones son concisas, pero repletas de significado: se pueden hacer tantas meditaciones hermosas sobre estas oraciones ¡Tan bellas! Volver a meditar sobre los textos, incluso fuera de la misa, puede ayudarnos a aprender cómo acudir a Dios, qué pedir, qué palabras usar. ¡Ojalá la liturgia se convierta para todos nosotros en una verdadera escuela de oración!

Santa Sede