Literalmente duerme en medio de cinco centros de urgencias, donde Dios siempre está presente.
Vive entre hospitales y comparte el café con protestantes. A veces ni siquiera habla; simplemente camina, saluda, bendice y escucha, convencido de que hay tres fórmulas para sanar el dolor de alguien herido: brindar el oído, prestar las manos y dar compañía.
Así, comparte a diario su pobreza, aunque se reconoce millonario en un pueblo rico en deficiencias pero cargado de solidaridad y ganas de ayudar. Es sacerdote, aunque en los pasillos de los hospitales, muchos lo creen evangélico, por el respeto y cariño que despierta entre jóvenes que “a su modo” se congregan para alabar a Dios.
Su secreto, afirma, son los sacramentos, porque sólo con una vida profundamente apegada a la Eucaristía, la oración y el silencio, “es posible encontrar la fuerza y el valor para vivir en medio del dolor” y ser un genuino “portador de esperanza”.
Se trata del padre Wilmer Moyetones. Es párroco de la Arquidiócesis de Valencia, en el venezolano estado Carabobo. Allí cumple las funciones de coordinador de la pastoral de la salud, gracias a la cual dedica la mayor parte de su tiempo en la ciudad hospitalaria, donde también funge como capellán.
En la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera, donde literalmente vive, confluyen cinco hospitales. Le corresponde a su equipo brindar el acompañamiento espiritual tanto a la directiva, como a los médicos que sin insumos intentan salvar vidas. Lo más duro, reconoce, es la atención de los enfermos; algo que, sin embargo, le dejó huellas que lo cambiaron por completo. Esto fue lo que le contó a Aleteia:
¿Cómo es la vida de hospital?
-¡Dura! Pero las mejores experiencias que he tenido como sacerdote las he vivido en un hospital. Cada persona es una historia y una hermosa oportunidad de ver a Dios.
¿Qué es lo más difícil?
-Convencernos de que la mejor inversión es aquella que podemos hacer en estos espacios que son de tanta necesidad. Todo lo demás es ganancia.
Cuando yo atravieso el hospital y me siento un segundo y veo tanto dolor, pienso: ¡¿cómo es que no estoy aquí más tiempo?!
¿Cómo hace para que no le afecte el hecho de ver a alguien a quien se le está muriendo un hijo porque no tuvo forma de adquirir una medicina que le pudo salvar la vida?
-Ha sido de las cosas que me pregunto todos los días. Yo no escapo del sufrimiento de nuestros hermanos. No huyo de ese sufrimiento, ni busco que no me afecte. ¡Al contrario! Ese sufrimiento intentamos transformarlo en esperanza: acompañar a nuestra gente.
Y para hacerlo, yo no puedo acompañarle desde fuera. Tengo que meterme en sus zapatos y tengo que vivir su realidad. Al mismo tiempo, intentamos hacerlo desde la esperanza, desde la voz de los pobres muchas veces no escuchada. La voz de quienes tienen tantas carencias, muchas veces silenciadas; así que nuestra responsabilidad implica también hacer que esa voz se escuche.
La capellanía está frente a la Maternidad. Por ello, continuamente escucho a una mujer que pega gritos y pega gritos; y parece que nadie la escucha… Entonces me toca a mí o a alguno de los colaboradores del equipo de pastoral de la salud, que es un gran equipo, salir y abogar por ella.
¿Gritos literales?
Sí, son gritos literales. No estoy haciendo simbolismo. ¡Son gritos!
De repente, una mujer llega y le dicen: aquí no te podemos atender. Pero ya va dando a luz, y entonces ves el desespero de la familia, del esposo, de la mamá, de que por favor la atiendan y pareciera que nadie la escucha.
Nos ha tocado salir y llamar por teléfono a la dirección o a una enfermera allegada a la capilla, o a alguien que pueda dar una mano, e intentamos así servir de puente para que alguien le brinde ayuda.
¿Cómo hace en tales circunstancias para dar esperanza? ¿Está abierto el corazón de una persona que está angustiada por algo, a calmarse para escuchar?
Las palabras del Papa Francisco fueron muy oportunas cuando yo llegué al hospital. Decía que al hermano herido no se le lleva receta. Al hermano herido se le llevan los oídos, las manos si puedes ayudar en algo y la compañía. Son tres cosas que hemos descubierto.
Oído, manos y compañía…
Yo creo que un medio para acercarse a una persona que está herida, sufriendo, es prestarle tus oídos. ¡Escucha su dolor! ¡Escucha su gemido! Deja que sea coherente o incoherente con lo que dice, no importa; pero, ¡escúchalo primero! Aunque reniegue de Dios… Aunque reniegue de la Iglesia… Aunque reniegue de todo, incluso de sí mismo ¡Aunque reniegue de quien sea!
Es también una expresión de dolor, ¿correcto?
Todo. Porque eso es sanador. Es hasta terapéutico.
Luego presta tus manos: si algo puedes hacer, por muy insignificante que parezca, presta tus manos. En ese momento seguro que puedes ayudar con algo: ofrecer una silla, una manta, unos pañales; ofrecer una llamada para que un médico lo atienda. ¡Préstale tus manos! Pero por favor, ¡no te quedes nunca de brazos cruzados! ¡Entiende su angustia! Y luego, bríndales tu compañía.
Me remito mucho al texto del buen samaritano, cuando dejó un par de monedas y dijo: a la vuelta nos volveremos a ver. Es decir, hay un compromiso de seguimiento. No solamente se trata de escucharle una vez y ayudarle una vez.
No sabes lo sanador que es para ellos, a los dos días volverlos a encontrar y decirles: he pensado en ti, he rezado por ti, ¿cómo resolviste la situación?; eso puede ser muy sanador para la persona: el que sepa que no está sola, que tiene compañía.
Después ya nos pondremos de acuerdo, si gustan, cómo darle gracias a Dios: con una Eucaristía o con una oración, con los sacramentos… eso vendrá después. Pero al hermano herido no se le lleva receta. Se le prestan los oídos, se le ponen las manos a disposición y se le brinda compañía.
¿Qué tipo de gente llega?
Llega gente con grandes heridas… También con heridas hacia las religiones.
Voy caminando, mirando a ambos lados para ver quién quiere confesarse. Muchos por el simple hecho de ver a un sacerdote, ya por la tarde dirá: vimos a un padre que pasó, y eso para algunos significará que “vimos a la Iglesia” cercana.
¿Y cómo lo reciben los médicos en un país de escasez?
Los médicos muchas veces no tienen insumos con los cuales atender a la gente. Tú te acercas y los saludas con cariño, les echas la bendición. A veces parecen tan duros… porque se forran de una dureza para poder que no les afecte lo que está pasando. Pero cuando les das una palabra de esperanza, puedes ver la profunda humanidad de ese médico, quien te dice: mira, yo estoy aquí trabajando, pero no tengo con qué hacerlo. ¡Padre, necesitamos mucho de la bendición de Dios! ¡Ayúdenos!
Durante su trabajo, ¿ha sufrido crueldad en medio del dolor?
Sí… He tenido experiencias también duras y crueles, pero sé que esa dureza es producto de un dolor. Una persona herida… cualquier persona herida puede decir cualquier cosa. Hay que entenderla.
No están solos en esa labor de ayudar…
No. El trabajo que hace Cáritas es sencillamente extraordinario. Cáritas es realmente la caricia de Dios.
¿Cómo hace Cáritas para atender a tantos?
Esa es una gran pregunta que todos nos hacemos. ¡¿Cómo hace Cáritas para con tan poco hacer tanto?! ¿Cómo hace para tomarnos en cuenta y atender las más de 80 plataformas integradas a su servicio, como institución social de la Iglesia Católica en Venezuela?
Cáritas es siempre cercana, siempre tiene una palabra, una ayuda, una ayuda humanitaria que salva vidas, porque ha llegado un medicamento, a través del voluntariado y de la pastoral de la salud; llega apoyo y también llega cercanía.
El año pasado tuvimos una toma de la misericordia en la Ciudad Hospitalaria, donde se movilizó a más de 2 mil voluntarios que se encargaron de limpiar y dejar impecable toda la ciudad hospitalaria y arreglar absolutamente todo.
Un trabajo silencioso… que reciben en todos los lugares, de todos los colores (de piel y políticos) ¡Nunca le cierran las puertas! ¿Por qué?
Porque Cáritas es como la llave de Dios. ¿Quién no recibe a Dios? ¡Donde llega Cáritas, llega Dios! Es un voluntariado espectacular. En Valencia, ayudan a los niños, los nutren, los salvan; estudian la calidad de su masa corporal, sus problemas de talla. ¡Cómo los atienden con cariño!
El padre Carlos Torreiros es el director de Cáritas en Valencia. Es párroco del Corpus Christi en NaguaNagua, donde el equipo ha hecho una estupenda labor, realmente maravillosa, en coordinar los proyectos, no solo en el ámbito de la salud sino también en toda el área humanitaria.
¿Ha llegado a un sitio donde le digan de plano: no entre, no moleste, o donde les hayan cerrado las puertas?
No. Siempre he querido ser cercano. Nosotros que vestimos con clergiman y la indumentaria propia del sacerdocio hemos experimentado que nos acerca mucho más a la gente: mientras más sacerdote soy, más cercano logro estar.
Entonces es un tema también de salud interior…
Efectivamente. Porque, mientras más cuidamos la forma sacerdotal y la esencia propia del sacerdocio: oración, eucaristía, forma de vestir y de pensar, más la gente quiere ver a su sacerdote, porque necesitan vernos como un reflejo de Dios.
¿Incluso los que tienen recelo?
Sí. Incluso los que tienen recelo. Cuando ven a un sacerdote… Bueno, ¿qué le digo? Mis grandes amigos son personas que al principio tuvieron mucho recelo…
¿Consecuencia del dolor?
Es que el hospital te abre mucho el corazón.
Un sacerdote ejemplar que es patrono en mi parroquia es san Juan María Vianney. De él aprendí que si quieres que tus homilías sean creíbles, debes visitar a los enfermos. Es cierto… El hospital nos transforma porque en él hay mucho dolor; y en el dolor siempre está también la ternura y compasión de Dios.
Carlos Zapata| Aleteia