Para renacer con Venezuela

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Sacerdote jesuita Luis Ugalde, ex rector de la Universidad Católica Andrés Bello y catedrático de Teoría Política

La revista SIC nació en enero de 1938 con la conciencia clara de vivir en la hora histórica crucial “de la que ha de surgir ineludiblemente buena o mala una Nueva Venezuela” (Editorial SIC n.1). Nacía la revista de la visión y voluntad férrea de dos jóvenes jesuitas vasco-venezolanos, Víctor Iriarte y Manuel Aguirre, y del anhelo de mucha gente. A la muerte de Gómez Venezuela estaba naciendo a la modernidad y Europa corría desbocada hacia la guerra empujada por la gran crisis capitalista, los fascismos reinantes en auge y el comunismo que avanzaba prometedor luego de la triunfante Revolución Rusa. En el Seminario Interdiocesano de Caracas nace la revista SIC porque sus fundadores piensan que la Iglesia en Venezuela (laicos y sacerdotes) tiene que decir una palabra audaz y poner la luz y la semilla del Evangelio en el centro del debate y de la búsqueda nacional.

SIC NACIDA PARA VENEZUELA

Hoy SIC es la más antigua de Venezuela Revista nacida en la polémica y para el debate, que nunca ha renunciado a los temas más candentes.

En 1900 Venezuela era un pobre país despoblado y agotado por las continuas guerras, por los caudillos y por el paludismo. El petróleo era la energía mundial clave para la industrialización y el interés de las grandes compañías  petroleras hizo que nuestro país ya para 1928 fuera el segundo productor petrolero del mundo y el primer exportador. Su renta permitió que la dictadura gomecista se afianzara con ejército y comunicaciones centralizadas. Pero con Gómez y contra él se afianzaba también la Venezuela urbana y universitaria llamada a instaurar la democracia moderna con aliento social. Años claves como 1928, 1938, 1958, 1998 y ahora 2018, han quedado como encrucijadas decisivas que obligan al país a definirse.

El petróleo para Venezuela no fue  una maldición, sino una oportunidad para salir de la miseria y ponerse al paso acelerado del mundo. Pero el modo como se usó su renta tiene claroscuros y terminó implantando la cultura rentista parasitaria: apuntaló al dictador que los suyos justificaban como el “gendarme necesario” para meter en cintura y trabajo a un país levantisco. Pero desde la muerte del dictador la acción de los jóvenes con sus sueños, hambre de libertad, desarrollo y democracia, obligó a la transición.

El país naciente  tenía el enorme reto de transformar el petróleo estatal en vida para toda la población (no sólo para el 10 % más rico y poderoso): que los servicios de educación, salud, vialidad, vivienda… llegaran hasta el último rincón, aunque fuera en forma desigual. Usar mejor la renta petrolera y al mismo tiempo aumentarla, pensaban quienes en 1943 tomaron sabias decisiones en política petrolera y en el llamado Trienio Adeco se ganó la batalla del “fifty-fifty”, que elevaba al 50% la participación nacional en los ingresos petroleros.

El MILAGRO VENEZOLANO

Con el petróleo Venezuela se transformó rápidamente. Hay cifras que proclaman el “milagro venezolano” y que lamentablemente se olvidan en tiempos de depresión:

-Entre 1920 y 1980  la economía venezolano creció  un 7,1% anual y con una inflación insignificante de 2,1 % anual. Record mundial.

-En el siglo XX la población subió de 3 millones a cerca de 30. Venezuela durante 30 años de la IIª postguerra mundial fue el país que atrajo más migración en proporción al número de sus habitantes; población adulta trabajadora que enriqueció mucho al país. Entre 1945 y 75 la población se duplicó y triplicó por la rápida mejora de las condiciones sanitarias, baja de mortalidad infantil, aumento de la esperanza de vida, etc. combinados con la entonces todavía alta de natalidad. Ahora empujamos a millón y medio de venezolanos al exilio.

-Se transformó la infraestructura física del país: autopistas, carreteras, represas, puentes y túneles, avenidas, plazas, viviendas, escuelas, universidades y hospitales.  Se dio un vertiginoso trasvase poblacional del campo a la ciudad con desarraigos forzosos aminorados por un sostenido mejoramiento de la población y sus servicios públicos de agua, luz, teléfono, acceso a los medios de comunicación… con una generalización de servicios públicos de salud, seguridad social y educación; gran esperanza de futuro para los hijos.

Podríamos seguir enumerando otras importantes transformaciones. Muy pocos países en el mundo cambiaron tanto en tan poco tiempo y para bien.

También en lo político, en este país crucificado durante más de un siglo por caudillos, guerras y dictadores, se llegó  hace 70 años al voto universal y secreto con plena participación electoral femenina. Años más adelante con la democracia  por primera vez un presidente electo terminó su período sin ser derrocado (1964) y el siguiente gobierno entregó el poder a su adversario tras reconocer su derrota electoral (1969) y el siguiente gobierno volvió a perder y reconocer su derrota (1974). Nuestra última guerra fue en 1902 luego de un siglo completo en armas. Verdadero milagro de convivencia.

Son hechos innegables como son también las transformaciones económicas con la creación de empresas capaces de generar crecientes empleos urbanos modernos. Todo esto sólo se pudo hacer gracias a los ingresos petroleros de un pequeño país convertido en primero o segundo exportador del mundo y con creciente voluntad democrática.

Parte de la renta se utilizó para impulsar la industrialización sustitutiva de importaciones con nacientes empresarios en un país de rápido trasvase del campo a la ciudad y con pocos costos sociales, pues había renta para ir distribuyendo a unos y a otros,  e impulsar  y proteger el auge de la actividad empresarial y mejorando a los trabajadores organizados y contentando a la inmensa masa flotante  en la economía informal.

 MISERIA DE LA CULTURA RENTISTA

El estado petrolero era más fuerte que la sociedad. Lamentablemente la renta estatal en manos de los partidos de gobierno contaminaba de clientelismo político toda la vida nacional. En un país sin instituciones y acostumbrado a imponer la ley del más fuerte, el petróleo estatal era un arma muy poderosa para el grupo que se adueñara del Estado y muy grande su tentación de usarlo como botín, enriquecerse y alimentar el clientelismo  en todos los niveles. La tentación de un país minero es parecida a la del que gana la lotería sin esfuerzo propio: tiende a convertirlo directamente en consumo y gasto.  Muy distinto es convertir  buena parte de esa riqueza en ahorro y capital para invertir, crear empresas productivas y transformar la mayor parte de la población en productora moderna con educación apropiada. Así la transformación del país y de su vida sería fruto de su trabajo.

 El gran reto nacional  a estas alturas era cambiar la clave estratégica del desarrollo: de la renta petrolera al talento humano con valores de ciudadanía, de convivencia y  productor de bienes y servicios de calidad.  Cuando nació la extracción petrolera en Venezuela no había ni Estado, ni instituciones públicas, ni cultura productiva moderna y generalizada; en ese vacío prevaleció la “cultura rentista” que a la larga nos hizo país pobre  con ilusión de riqueza. Medio siglo después del estallido petrolero en el Lago de Maracaibo, la gente espontáneamente decía “somos un país muy rico porque  somos petrolero”. Creencia y cultura rentista que nos convertían en país de desarrollo insostenible y alimentaba graves deformaciones en la política, en la economía y en la convivencia social. La corrupción pública, la convicción de que tenemos derecho a ser mantenidos, el clientelismo y el poco sentido institucional bloqueado por la palanca, el chapeo y el compadrazgo, con la engañosa convicción de que con esas deformaciones es posible el desarrollo democrático y ciudadano.

A partir de 1978 en los veinte años siguientes fue creciendo el malestar socio-político sin que la dirigencia económica y política respondieran a la población: descenso de la inversión pública y privada, la inflación desatada  comiéndose el poder adquisitivo del salario y los índices de pobreza subiendo de manera alarmante…, llevaron a mayor abstención electoral, estallido social, intentos de golpe…. El crecimiento de la pobreza y malestar social alimentaban la esperanza en un salvador mesiánico, que llegó con verbo elocuente y demagógico, con la simpleza de los socialistas utópicos y promovió un funesto matrimonio de la Fuerza Armada con el estatismo marxista fracasado e inviable.

AUGE Y CAÍDA DE LA REVOLUCIÓN

En la década de los 90 para salir de la grave situación era necesario cambiar la apuesta fundamental: la riqueza de nuestro país será la del talento humano venezolano o no será. Y utilizar los ingresos petroleros para hacer realidad el crecimiento del talento humano productivo y fortalecer la apuesta sistemática para que los pobres tengan oportunidad de ser sujetos de su desarrollo y de Venezuela. Apuesta que, significa entre otras cosas, creación de empresas exitosas en una economía más abierta, capaces de generar empleo ( no estatal) de calidad para más de 10 millones de venezolanos, para lo cual era ( y es) imprescindible crear en el país un clima para la inversión y la creatividad empresarial privada, diversificada… junto con el rescate de todo el sector público y la calidad de sus instituciones y servicios… con decididas políticas educativas y sociales para desterrar la pobreza y potenciar a los pobres.

Lamentablemente la “revolución del siglo XXI” se fue al siglo XIX  con Zamora y los socialistas para predicar una economía sin ganancia, donde la riqueza es pecado y la productividad es neoliberal. La necesidad de cambio era clara, pero el camino escogido resultó suicida: con el chavismo la lucha entre la apuesta a la riqueza que sale del talento productivo de la población y la que consiste en la rente petrolera, se decantó desde el comienzo  a favor del rentismo.

Esta pugna por la preferencia entre renta y talento humano como base de nuestro desarrollo democrático no está distribuido en dos bandos netos, sino que en una misma persona y gobierno hay esa ambigüedad: se ha sembrado petróleo en el desarrollo del talento y de la inversión productiva y al mismo tiempo se ha distribuido como ingreso que da acceso a un consumo moderno, sin convertirse en productores modernos de bienes.

En momentos de súbito aumento del precio del barril como en  1973-74 se dispara la deformación rentista y crece la ilusión de país rico. Los hechos demostraron que se trataba de un espejismo y que no íbamos disparados “hacia la gran Venezuela”, sino que esa ilusión de más ingresos sin mejor producción en definitiva disparaba los niveles de corrupción, inflación, clientelismo. Muy pronto, cuando llega la baja de los precios petroleros, se desatan el endeudamiento y la inflación. Lo que ocurrió en la década de los setenta, ocurrió de manera mucho más dramática en la primera década del siglo XXI `pues  ahora el barril de petróleo no pasó de 4 a 13 dólares, sino de menos 10 a más 100.

El liderazgo mesiánico de Chávez con un enfoque populista-moralista, predicaba su errada convicción: Venezuela es un país riquísimo,  con las mayores reservas petroleras del mundo. ¿Cómo se explica que seamos el país más rico y un pueblo  tan pobre? Muy sencillo, dice: La culpa está en los tres salteadores de caminos que se interponen entre nuestra riqueza y nosotros: son el imperio, la burguesía parasitaria y usurpadora y los corruptos partidos políticos. Ellos se apoderan de nuestra riqueza y nos empobrecen. Pero yo Chávez amo al pueblo y como ángel vengador los eliminaré y haré la verdadera política que es distribuir la riqueza abundante para todos. Lenguaje populista fácil de entender y tentador para esperar que, sin esfuerzo propio ni cambio  productivo, gracias al buen gobierno distribuidor de riqueza entraremos en el paraíso. Empresas estatales frente a la iniciativa empresarial privada y estatismo en todas las áreas con importaciones sin límites, apoyadas por los dólares petroleros. Con tan buena suerte para el gobierno que el precio petrolero se multiplicó por diez, lo que permitiría subsidiar, despreciar la producción, la productividad y la empresa privada  y disparar las importaciones.

Las grandes realizaciones  venezolanas del siglo XX se lograron con el petróleo muy por debajo de $ 10.  Ahora con el barril a más de 100  harán “el milagro al revés”, como bien llama Daniel Prat al desastre que ha hecho esta revolución estatista en Guayana con todas las empresas básicas. Este milagro nos ha llevado a una dictadura que quiere perpetuarse, a un desastre educativo impresionante, a campeones mundiales de inflación con más del 1.000 % este año, con una reducción del PIB  del 35 % en los últimos 4 años, debilitamiento de la producción nacional, con  el cierre de cerca de 10.000 empresas y baja de  la productividad, que es denunciada como una exigencia neoliberal explotadora. Para ello el gobierno a inventó mecanismos de distribución clientelar de acuerdo a las diversas necesidades en la población más pobre. Esas son las misiones que llegan a la gente como ingreso y capacidad de consumo con carnet clientelar de la patria y no como capacidad de producción. Esta sencilla fórmula populista encontró apoyos en la fracasada visión marxista: la felicidad de la humanidad depende de la eliminación de la apropiación privada de los medios de producción, es decir de la desaparición de la empresa privada. Y  exacerbó la división del país entre explotadores y explotados  cuyo deber es rechazarse hasta eliminar al otro.

La conciencia meramente distributiva de un bien abundante que pertenece a todos hace que la apropiación del bien público no se vea como una corrupción, sino como un derecho a aprovechar la oportunidad. Tolerancia que eleva la corrupción a cifras increíbles de cientos de miles de millones de dólares en cuentas bancarias de paraísos fiscales para los  altos funcionarios y a un desbocado reparto de empleos públicos clientelares e improductivos.

La competencia y el profesionalismo personal  no son requisitos para ocupar un cargo de responsabilidad, sino que lo fundamental en los cargos es la lealtad partidista  al caudillo  y al “proceso”. Lealtad cómplice con impunidad.

Así llegamos en 2017 con un 82 % de la población en la pobreza, con hambre y sin medicinas, con la inflación mayor del mundo, muy dependiente de las importaciones para consumir y producir, pero sin dólares para hacerlo. Ahora con el descenso de los precios petroleros no tenemos ni  producción interna  ni dólares para la importación. En 10 años la producción petrolera bajó un millón de barriles (1/3) diarios, con empleo triplicado. La deuda pública, sumando la de PDVSA y del gobierno Nacional, el chavismo la elevó de 25.000 millones  a 150.000 millones en tiempo de precios petroleros altos.. Todo esto con dictadura militar-nacional-socialista que gastó además la astronómica cifra de un millón de millones de dólares para empobrecer.

 QUÉ  CAMBIAR EN NOSOTROS PARA RENOVAR A VENEZUELA

Hay posibilidades y oportunidades, pero se requiere un nuevo liderazgo con visión estratégica y una revolución espiritual que llegue a toda la población para que el país renazca  potenciando como máxima fuente de riqueza, su talento humano.

La renovación de Venezuela tiene que partir de la convicción compartida de que somos un país pobre en productividad, sentido  institucional y confianza social.

Lo que nos falta de ingreso petrolero debe salir del talento humano y su productividad, del sentido de bien común y de complementariedad de los sectores sociales y de diversos factores productivos que participan equitativamente en lo producido.

Algunas convicciones para la nueva acción:

1-Venezuela es un país pobre. Somos pobres  con un ingreso mensual de menos de 20 dólares per cápita, somos pobres en confianza social, en sentido y funcionamiento institucional y en responsabilidad ciudadana,  indispensables para construir  juntos la libertad, la igualdad y la fraternidad para todos.

Es difícil entendernos como un “nos-otros” solidario, luego de más de una década de bombardeo mental por parte del predicador político más elocuente diciendo que los venezolanos no somos “nos-otros” sino enemigos enfrentados entre ricos y pobres y que la solución es  derrotar desde el poder (con una dictadura armada) a los enemigos del pueblo y erradicarlos logrando la eliminación de la empresa privada y de toda iniciativa social que no sea estatal, con un Estado confundido y usado por el gobierno de un partido hegemónico  excluyente.

En el post-chavismo hay que recrear y vivir la convicción de que:

  • No le puede ir bien a Venezuela si no le va bien a los pobres de ella.
  • No le puede ir bien a Venezuela sin no le va bien a la empresa privada socialmente responsable, con una nueva primavera de inversiones nacionales e internacionales y fuerte solidaridad internacional.
  • No le puede ir bien a la empresa privada si no actúa con responsabilidad social, entendiendo que su bien-hacer y bien-estar consisten en que sus factores productivos (trabajo, capital y clientes…) no son enemigos sino complementarios que comparten los éxitos y también los fracasos y que sólo juntos serán fuertes.
  • Para ponernos al día en este siglo XXI donde entramos con gran retraso es imprescindible una nueva conciencia ciudadano-productiva: la república, la convivencia social y la economía gratificantes, son productos de nuestros talentos y valores, de nuestra educación y preparación humana y tecnológica. No tendremos lo que no produzcamos.

  El incremento de confianza, de sentido institucional y de valores          ciudadanos  es la fuente inagotable de riqueza y de calidad de vida. Nueva práctica política y social apoyada por una nueva educación formal e informal.

  • Para que los valores y la confianza social y las instituciones funcionen deben combinarse las motivaciones espirituales internas (estímulos y convicciones internas enraizadas en las conciencias personales)  con los estímulos externos, como son las ganancias, las leyes con las sanciones  que las acompañan en un sistema social donde el bien es premiado y el mal, castigado. El buen político es premiado por la sociedad  y el empresario inepto castigado por sus clientes y por la ruina que produce (así como el buen vecino…).El  funcionamiento real de la sociedad debe premiar lo que alaban y predican discursos patrios y catecismos; lo contrario garantiza el fracaso. Esta distorsión ha llegado en Venezuela a extremos trágicos y masivos.
  • El gran movimiento republicano-ciudadano moderno nació con la bandera de libertad, Igualdad y fraternidad. Nosotros – aunque con retraso- entraremos al siglo XXI democrática y productivamente si como sociedad (voluntad general) y como personas (voluntad personal individual) coincidimos en querer defender la libertad de todos y luchamos para que todos (con todas nuestras diferencias y particularidades) tengamos acceso igual a las verdaderas oportunidades siempre que pongamos nuestro propio trabajo y responsabilidad. Pero la libertad y la igualdad no avanzarán mientras la “fraternidad” sea abandonada y apagada. Fraternidad es solidaridad efectiva que se manifiesta en el reconocimiento mutuo, en el dolor por la negación del hermano, de su libertad y oportunidades de vida digna. La fraternidad incluye una dimensión de gratuidad hacia el otro e impregna las instituciones públicas y su buen funcionamiento. Solidaridad que se expresa en vasos comunicantes para sostener y exigir instituciones y políticas públicas de calidad asequibles a todos (educación, salud, vivienda, medio ambiente, trabajo, infraestructuras…) De lo cual todos somos beneficiarios y corresponsables. Los últimos años han demostrado cómo con presupuestos triplicados  se hace  mucho menos que con ingresos más moderados, cuando el trabajo y la responsabilidad son  desplazados por el robo y la ineficiencia.

Ni la economía ni la política pueden ya vivir de la renta petrolera, sino de una nueva conciencia. “Nos-otros” tendremos la política que seamos capaces de producir juntos como ciudadanos y disfrutaremos de la economía, la confianza social, de las instituciones públicas y la empresa privada responsable con creatividad e inversión.

Ya no heredamos mucha renta petrolera y sí ingentes deudas públicas y déficit morales, lo que  nos ayudará a poner énfasis en la productividad propia, en el rescate del sector público y de las instituciones. La moral ciudadana nace de la convicción de que la República se construye  con virtudes republicanas enfocadas a conseguir la libertad, la igualdad y la fraternidad. Que a ello se enfoquen todas las políticas y renaceremos con Venezuela.

Padre Luis Ugalde (sj).-

Reporte Católico Laico