Emigrar de Venezuela sin nada en el bolsillo

80
En los barrios se vive una diáspora motivada por el hambre y la voraz inflación

La cada vez más complicada crisis económica empuja a los venezolanos a cruzar en masa la frontera, un fenómeno que Colombia resiente especialmente. En los barrios pobres de Caracas se vive una diáspora motivada por el hambre y la voraz inflación, la misma que años atrás estaba encarnada por profesionales en busca de oportunidades, que se iban espantados por la inseguridad. Así lo reseña elpais.com

En junio pasado Gregory Díaz cruzó el Puente Internacional Simón Bolívar con un televisor a cuestas, su único patrimonio. Lo vendió en Cucúta y logró quedarse unos meses con el dinero recibido por el negocio y con la tarjeta de movilidad fronteriza, que el gobierno de Colombia ha emitido a 1.300.000 venezolanos desde mayo de 2017, con la intención de regularizar el cada vez más caliente paso, que a diario se atiborra de gente que intenta escapar de la grave crisis económica y social que vive el país sudamericano.

Ese fue el primer intento de emigrar de un joven nacido y criado en una casa de piso de tierra y techo de zinc en la punta del barrio Bolívar de Petare, en Caracas. Un muchacho de 24 años de edad, padre de un niño de 5, con el bachillerato incompleto, un empleo intermitente de carpintero y sin pasaporte. A finales de este mes, tras ahorrar 10 millones de bolívares, poco menos de 50 dólares y mucho menos que lo que hoy cuesta un televisor, volverá a intentarlo junto con su novia que quedó desempleada en noviembre, cuando la tienda en la que trabajaba cerró definitivamente.

“Acá no tengo un sueldo, acá me muero de hambre. Quiero poder ayudar a mi mamá, y a mi hermana para que pueda estudiar, o por si por mala suerte alguno se enferma. Por miles de cosas más que padece uno acá me quiero ir, porque acá se pasan todos los días pensando en qué se va comer, porque no hay plata ni alimentos”, dice Díaz. La oferta de un trabajo como barbero es su única certeza.

La diáspora empobrecida

Díaz es parte de una nueva oleada migratoria venezolana que ha encendido las alarmas en los países vecinos. Las primeras diásporas venezolanas, que comenzaron en 1998 con la llegada del chavismo al poder y que han tenido picos a los largo de dos décadas, dejaron al país sin buena parte de su capital profesional.

La inseguridad y la falta de oportunidades hicieron emigrar a universitarios y emprendedores que se concentran en Estados Unidos y España, principalmente. De acuerdo con los cálculos del Observatorio La Voz de la Diáspora, coordinado por el sociólogo Tomás Páez, el éxodo es de casi tres millones de venezolanos que hoy viven en 90 países. Ahora, en medio de una crisis humanitaria, es el hambre y la voraz inflación que se come los salarios los que están expulsando a casi cualquier venezolano.

“La última oleada comenzó en 2015 y se ha acelerado a un ritmo exponencial estos años y en 2018 será mayor, no parará. Porque no se trata de que ahora se están yendo los más pobres, sino que de que el 82% de la población se ha empobrecido y por eso es que tiene estas condiciones la nueva oleada. Yo soy profesor universitario y gano entre 5 y 7 dólares al mes, con eso no podría irme sino en autobús, por ejemplo”, apunta Páez.

En los sectores más pobres de la ciudad comienzan a vivir el fenómeno migratorio, sin la selfie en el mural cinético de Carlos Cruz-Diez del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar. En los últimos dos años, Jonathan Landaeta, de 21 años de edad, ha despedido en el terminal de autobuses a su mamá, dos tíos y un amigo del barrio Las Minitas, una zona popular de Caracas. Varios vecinos también se han ido. Él, que vive de las propinas que gana como empaquetador en un supermercado, está esperando su pasaporte para también irse a Colombia con su novia.

“Si el país se acomodara un poco yo me quedaría, pero la situación no ayuda, la inflación está por las nubes. Queremos llegar a Bogotá, donde está mi mamá que trabaja en una casa de familia y estar allí máximo 3 meses. Espero trabajar mucho para buscar dónde vivir con mi novia. Sé que nada será fácil, pero acá es imposible”, dice. Y cuando habla de inflación por las nubes se refiere al más de 2.700% de aumento de precios que se vivió en 2017 y al 13.000% que el Fondo Monetario Internacional calcula para este.

El retorno

Los datos del la oficina de Migración de Colombia dan cuenta de la presión que hay en la frontera. En 2017 las autoridades colombianas sellaron el pasaporte a 796.000 venezolanos, 53% de ellos cruzaron por el mismo punto por el que Gregory Díaz caminó con su televisor. Un grupo regresó a Venezuela, otro siguió hacia otros países, pero al cierre del año el número de venezolanos viviendo en Colombia era 550.000, un número que se incrementó en 62% en los últimos seis meses del año.

William Requejo es colombiano. Dejó Cali hace 42 años cuando fue a Venezuela por vacaciones y en una semana le ofrecieron 4 empleos como electricista, el oficio en el que se formó en Colombia. Desde entonces vive en el barrio Federico Quiroz, en el oeste de la ciudad. En su comunidad y en otros sectores populares y caseríos de Venezuela promueve el emprendimiento y la participación ciudadana. Desde noviembre ve con preocupación el desespero que ha llevado a muchos a emigrar prácticamente con lo que tienen puesto.

“Esta no es la migración que yo viví cuando me vine. Esta es la de las familias desesperadas por buscar un bocado de comida, que en tres días deciden que se van, que se van con el dinero del pasaje nada más, que se llevan 3 hijos y dejan otros con los abuelos”, dice el dirigente comunitario, que llegó al país en 1966.

Justo en esa década comenzó la oleada de colombianos a asentarse en Venezuela, gran parte formada por mano de obra técnica, empleadas domésticas, gente con oficios que en la Colombia de entonces no encontraba plazas de empleo; una comunidad que suma 721.000 de ciudadanos según el censo de Venezuela de 2011, que levantó sus casas en distintos barrios del país y muchos de los cuales hoy están retornando.

En el barrio donde vive Requejo se ha disparado la venta de neveras, carros, cauchos y cualquier artículo en el intento de las familias por hacer dinero para irse. A contracorriente, él es de los que se queda. “En Cali me dicen que allá tengo casa, pero la familia no es solo un techo, también es un país y yo ya soy venezolano. Acá hay mucho por hacer. Creo que esta crisis tan dura que estamos viviendo se convertirá en un aprendizaje que necesitábamos”.