En la exhortación “Gaudete et exsultate”, las indicaciones para un estilo evangélico de comunicar; desgraciadamente «también los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal» en la red.
En la exhortación apostólica “Gaudete et exsultate” del Papa Francisco también se encuentran indicaciones para los que comunican y pueden revelarse un útil antídoto contra la hipertrofia del “yo”, del egocentrismo, de la violencia verbal, de la burla, de la incapacidad de ensimismarse en las razones de los demás y en el dolor ajeno: la incapacidad de ser autocríticos.
Comentando esta frase de las bienaventuranzas anunciadas por Jesús, «Felices los mansos, porque heredarán la tierra», Francisco escribe: «Es una expresión fuerte, en este mundo que desde el inicio es un lugar de enemistad, donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás» (71).
La indicación es la de ser mansos: «Sin embargo, aunque parezca imposible, Jesús propone otro estilo: la mansedumbre». Si vivimos «tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles», sugiere el Papa Bergoglio.
Otra de las bienaventuranzas se relaciona con la capacidad de compartir el sufrimiento y el dolor. «La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz» (76). El Papa recuerda que la vida «tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran». También estas palabras deberían cimbrar a quienes se ocupan de la comunicación.
En otro de los párrafos de la exhortación, al describir algunas de las características esenciales de la vida santa, como la «soportación», la «paciencia» y la «mansedumbre», Francisco escribe: «Hace falta luchar y estar atentos frente a nuestras propias inclinaciones agresivas y egocéntricas para no permitir que se arraiguen» (117). El egocentrismo, la tendencia a destacar, a creerse mejores que los demás, a ser los primeros, a subirse a los pedestales es mero carrerismo y se puede encontrar muchas veces en el mundo de los medios de comunicación y, más ampliamente, en la galaxia de internet.
Francisco no usa medias tintas y escribe que «también los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena. Así se produce un peligroso dualismo, porque en estas redes se dicen cosas que no serían tolerables en la vida pública, y se busca compensar las propias insatisfacciones descargando con furia los deseos de venganza. Es llamativo que a veces, pretendiendo defender otros mandamientos, se pasa por alto completamente el octavo: “No levantar falso testimonio ni mentir”, y se destroza la imagen ajena sin piedad» (115).
No hay que ser expertos del sector para darse cuenta de toda la violencia verbal, la burla, la calumnia y la difamación que hay en internet, en sitios, blogs y redes sociales en los que los protagonistas son los católicos. El abuso de fuentes anónimas para transmitir los juicios más deplorables, los ataques cotidianos contra otros cristianos “culpables” de no pensar de la misma manera.
El Papa recuerda que «el santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que arrasa y maltrata, porque no se cree digno de ser duro con los demás, sino que los considera como superiores a uno mismo» (116). Y añade que «no nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esa es una sutil forma de violencia» (117).
Son sugerencias que se suman a otras, clarísimas y bien conocidas desde hace siglos, que el patrón de los periodistas, el obispo San Francisco de Sales, estableció al principio del siglo XVII en su “Filotea”. El santo escribió: «Cuando hablo del prójimo, mi boca, al servirse de la lengua, debe ser comparada con el cirujano que maneja bisturíes en una operación delicada entre nervios y tendones: el golpe que vibro debe ser exacto al no expresar ni más ni menos que la verdad». Y añadió: «tu manera de hablar debe ser calmada, franca, sincera, sin giros de palabras, simple y verdadero. Mantente alejado de la astucia y de las ficciones Es cierto que no todas las verdades siempre deben ser dichas; pero por ningún motivo es lícito ir contra la verdad».
Francisco de Sales sugería también un criterio particularmente importante: «Hay que seguir la interpretación más benévola del hecho. Hay que actuar siempre de esta manera, Filotea, interpretando siempre a favor del prójimo; y, si una acción tuviese cien aspectos, tú posa tu atención en el más bello…».
El santo de los comunicadores concluía: «El hombre justo, cuando no puede excusar ni el hecho ni la intensión de quien sabe, por otras vías, que es un hombre de bien, se niega a juzgar, se lo quita del espíritu, deja solamente a Dios la sentencia… Cuando no es posible excusar el pecado, hagámoslo por lo menos digno de compasión, atribuyendo a la causa más comprensible que se pueda imaginar, como la ignorancia o la debilidad».
Andrea Tornielli/VaticanInsider.es