La antipolítica tiene sus tiempos favorables y sus activos defensores. Los años noventa venezolanos le fueron propicios, y entonces, pero también ahora, ha contado con decididos propulsores. Actuaciones de líderes políticos han alimentado el fuego.
Se suele citar una frase de Louis Mc Henry Howe, dicha en la Universidad de Columbia, por los años treinta del siglo pasado: “Nadie puede adoptar la política como profesión y seguir siendo honrado”. Felizmente, estamos celebrando el centenario del nacimiento de Arístides Calvani (19/1/1918), cuya existencia y labor constituyen una poderosa refutación de dicha sentencia. Él entendió y practicó la política como una tarea noble, servicio de amor al prójimo, testimonio evangelizador y camino de santidad. Cristiano existencial y operativamente en su vida familiar y social, su participación eclesial y su praxis política.
Hay una sentencia de origen aristotélico, aplicable, por cierto, a varios campos. En latín suena así: si non est philosophandi, philosophandi est, es decir ¿No hay que filosofar? ¡Eso ya es filosofar! (En efecto, fijar fronteras últimas al conocimiento humano es tarea propia de la filosofía). Aplíquese esto a la ética y la política. Negarlas o anatematizarlas implica aceptarlas (la amoralidad y la antipolítica son moralidad y política al revés). En cuanto a la política, esta se ocupa de la organización de la convivencia dentro de un Estado de Derecho, funciones y límites del Estado y del sector privado, normas que garanticen, entre otros, los derechos humanos. A la política se la maneja bien o mal, pero, en todo caso, se tiene que manejar. Se manejará con capacidad, honradez, espíritu de servicio. O como simple mercado, show y circo. La apoliticidad es un hacer política por otras vías.
“Animal político”, así definió Aristóteles al ser humano. Se tiene que reconocer entonces la necesidad e inevitabilidad de la política. El ser humano debe formarse, por consiguiente, para actuar en ella como Dios quiere.
Las anteriores consideraciones permiten abordar sobre terreno firme la relación Iglesia y política, cristianos y política, fe y política, así como otras cuestiones relacionadas.
Hay dos enseñanzas bíblicas sumamente iluminadoras en esta materia, que el evangelista Mateo pone en boca de Jesús mismo: a) el relato del Juicio Final (25, 31-46), donde establece como criterio de juicio/condenación la solidaridad fraterna; y b) lo que dice en su Sermón de la Montaña sobre la relación culto-vida: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presentas tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). Todo esto coincide con lo que dice Juan en su primera carta: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20). “Por el amor seremos juzgados”, solía decir Madre Teresa. Dios y prójimo están inseparablemente unidos. Esto no quiere decir relegar o rebajar a Dios, sino saberlo ubica bien. Adorándolo y sirviéndolo en el prójimo. No se minusvalora religión y culto, pero sí se los relativiza respecto del bien del prójimo.
El presidente de la República dijo hace poco que se debía evitar meter la política en el discurso de la Semana Santa. Eso está en la línea de los que desean una religión-sacristía, una fe intimista, un culto espectáculo, un evangelio alienante, una Iglesia extraterrestre.
Claro, es preciso distinguir tres acepciones de “política”: l) lo concerniente al bien de la “polis”, como son, por ejemplo, los derechos humanos, en lo cual la Iglesia toda debe comprometerse; 2) el ejercicio del poder, y 3) la política partidista, que no le competen a la jerarquía eclesiástica, aunque respecto de los cuales sí debe decir una palabra moral y religiosa cuando sea necesario.
No olvidemos, sin embargo que los miembros de la Iglesia son en su casi totalidad laicos. Y estos sí deben asumir su responsabilidad en lo político en 1, 2 y 3, buscando sembrar allí los valores humano-cristianos del evangelio.
La mala política nos ha llevado al desastre. Una buena política recuperará este país y lo llevará adelante. Ciertamente, un desafío, especialmente para los laicos católicos.
Mons. Ovidio Pérez Morales
Ex presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana