La reciente exhortación apostólica «Gaudete Et exsultate» (Alégrense y Regocíjense) del Papa Francisco representa un documento que bien puede denominarse de alcance ecuménico en el sentido más amplio y preciso de la palabra. En primer lugar porque deja entrever su propio derrotero espiritual, lo que hace cercano a todos. En segundo lugar porque la abundancia de citas de las Escrituras coloca sus reflexiones cercanas a la espiritualidad cristiana de manera interconfesional. Y en tercer lugar, porque llama permanentemente a una santidad concreta, laica y pragmática a personas y comunidades de todo el mundo.
Si tuviéramos que responder con honrada precisión a la pregunta de cuánto tiempo le tomó al Papa Bergoglio escribir esta carta, deberíamos responder: los casi cincuenta años que lleva de sacerdote. Francisco habla desde su profunda experiencia de santificación cristiana, nos deja conocer sus guías de espiritualidad y por lo tanto ofrece su legado más preciado de manera epistolar. Estos tesoros los encontramos por ejemplo en las citas que realiza sobre los momentos de tener que enfrentarse con la propia verdad cuando es invadida por el Señor (Art. 29); la fuerza, vida y alegría que la fidelidad al llamado de Dios a la santidad se realiza sin tenerle miedo. Miedo que se aleja cuando se enfrenta la propia humanidad y debilidad a la gracia que es liberadora en la guía del Espíritu Santo (34); la construcción de la paz espiritual que se reconoce no sencilla cuando se enfrenta a personas difíciles y complicadas y que requieren el ejercicio de mente y corazón (89); la santidad que se humaniza en el amor práctico y urgente ante las necesidades de tocar la llaga humana para reconocerle dignidad (98); la búsqueda orante y práctica que se encuentra en las bienaventuranzas de Jesús en la mayor parte del capítulo tercero y finalmente el desarrollo de conceptos muy propios de santidad humana desarrollados en el capítulo cuarto sintetizadas en aguante, paciencia, mansedumbre, alegría, sentido del humor, audacia, fervor y oración. Todo esto siempre teniendo en referencia la memoria de toda la historia de la vida personal y reconocer en ella las marcas de la presencia de la misericordia de Dios (153).
En relación a su alcance interconfesional cristiano, como decíamos al principio, la abundancia de citas, especialmente de los Evangelios, hace que los lectores no católicos de esta carta, al igual que los caminantes de Emaús, sientan arder su corazón al abrirse las Escrituras. Además, hay un texto íntegramente dedicado a este ecumenismo cristiano llamado a la santidad como un solo pueblo de Cristo: «La santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Pero aun fuera de la Iglesia católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita “signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo”. Por otra parte, san Juan Pablo ii nos recordó que «el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes». En la hermosa conmemoración ecuménica que él quiso celebrar en el Coliseo, durante el Jubileo del año 2000, sostuvo que los mártires son “una herencia que habla con una voz más fuerte que la de los factores de división”» (9).
Finalmente, el tercer aspecto universal que hace de esta carta un llamado a una vida santa en términos universales y cotidianos se define en el punto 14 cuando expresa que: «Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos.
Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra». Esta santidad de todos tiene también un alcance planetario que debe llegar hasta los límites de las periferias, de la cuales el mismo Papa Bergoglio se reconoce proveniente, deudor y misionero. Lo vemos por ejemplo en el punto 135: «Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras… Por eso, si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. Jesús nos primera en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma oscurecida. Él ya está allí».
L’Osservatore Romano