Beata de María

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Carmen Elena Rendiles Martínez

José Félix Díaz Bermúdez

La Beata Madre Carmen lo sabía y reconoció que la Virgen era la: “verdadera Madre” no solo del Señor sino de nosotros

Si bien la Beata Carmen Rendiles fue superiora de las “Siervas de Jesús” a cuyo servicio se entregó a lo largo de su vida ejemplar, podemos afirmar en conocimiento de su pensamiento, acción y testimonio de fe, que fue también devota de María al haber albergado en su alma, en su vida, en su lección constante como referencia y protectora a la Madre de Dios.

La Virgen Santísima inspiraba su espíritu y por ello acudía a su extraordinaria intercesión, reconocía el rol indispensable que ella ejerció en la vida de Cristo y en el misterio de la fe sin cuya presencia no se explica de manera profunda lo que el Mesías representa, lo que es como Hijo de Dios y Salvador, lo que en doctrina religiosa significa, él mediante ella, ella mediante él, como unidad fundamental de la Iglesia Católica y de la cristiandad.

La Beata Madre Carmen lo sabía y reconoció que la Virgen era la: “verdadera Madre” no solo del Señor sino de nosotros porque ella generosa y solícita: “ama al género humano con inmenso amor puesto por el mismo Dios” y que a través de ella se realizó la gracia de su hijo redentor.

Invitaba de manera constante a que le orásemos a ella sin la menor contradicción porque al hacerlo se pide también a Jesucristo y nos aconsejaba: “Pedid a Nuestro Señor por medio de su Santísima Madre la salvación de las almas”. 

En su certero juicio entre María y Jesús, Jesús y María existe una vinculación inseparable, una vinculación esencial. El mejor camino para llegar a Jesús, es María y a María, Jesús. Ella advirtió cómo se accede preferentemente a Cristo cuando se le pide en nombre de su Madre.

Para la Beata, la Santísima Virgen no solamente era la Madre del Señor sino se generaliza, se universaliza al ser también la Madre nuestra que atiende nuestras súplicas, escucha nuestros ruegos, comprende el sufrimiento de la misma manera que ella lo padeció ante la Cruz. María ha sentido anticipadamente nuestro propio dolor antes de que todo fuera, antes de nosotros mismos.

María fue definida de tantos modos maravillosos por la Madre Carmen de manera sencilla y directa que cobra en sus conceptos una plenitud extraordinaria y un alcance excepcional: “sin pecado original, libre de miserias humanas, no tiene egoísmo, no se busca a Ella”, “nuestra mediadora para con El”, “el templo más espléndido del Espíritu Santo”, expresó en sus cartas y mensajes a las religiosas contenidas en su ideario.

Para solventar dudas doctrinarias que usualmente se argumentan para intentar minimizar el lugar extraordinario y único que María Santísima tiene en los misterios de la fe, en la obra de Dios y en la misión de Jesús –Jesús es irreconocible e impensable sin María- la Madre Carmen dejó este concepto lúcido, incuestionable, definitivo: “Sabemos que Cristo es nuestro único mediador, pero la Virgen Santísima es nuestra mediadora para con Él”. 

Ella es como expresaba la Beata: “Nuestra Madre del Cielo” y “llena eres de gracia” como el ángel de Dios la saludó como promesa, regocijo y esperanza superior.

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