No sigan hablándonos de revolución, socialismo, inclusión, democracia participativa y protagónica, gobierno del pueblo, soberanía alimentaria, independencia… No sigan matando el sentido de las palabras, dándoles un significado según su conveniencia. Sería más apropiado hablar de botín, corrupción, intereses egoístas, lucha por el poder y disposición a no abandonarlo en ninguna circunstancia.
En estos casi veinte años enlos que fueron muy eficientes en sembrar la división, el hambre, la miseria y la corrupción, ha surgido una nueva élite económica, la llamada “boliburguesía”, compuesta de altos funcionarios de empresas públicas y del aparato estatal, militares de alta graduación y algunos empresarios sin escrúpulos que vieron la ocasión de lucrarse a la sombra del gobierno. Por eso, se resisten a perder el poder: no defienden ninguna revolución redentora, ni ningún gobierno para los pobres. Es algo mucho más pedestre y menos heroico, aunque traten de disfrazarlo con frases altisonantes y un discurso nacionalista: defienden sus privilegios, su poder y su dinero.
Esta situación se mantiene sobre la incapacidad de una oposición de aglutinar el descontento de las mayorías con un proyecto unitario que presente un itinerario firme y sin titubeos, capaz de movilizar las multitudes y devolvernos la prosperidad y la dignidad. Parecen más preocupados por sus posibles cuotas de poder y sus beneficios individualistas que por resolver los problemas de la mayoría. Y uno no entiende qué oposición es esta que no ha sabido aprovechar las oportunidades y parece dedicada a criticar y responder a las agendas del gobierno, en vez de proponer las suyas.
Se mantiene también sobre la miopía de una izquierda anclada en el pasado, incapaz de repensarse y de superar sus dogmas y sus esquemas mentales. Esta izquierda no nos sirve para construir el nuevo futuro. Sirve para criticar al imperio y al neoliberalismo, para mirar a otro lado cuando se señalan las barbaridades y abusos. No están a la altura de los desafíos y problemas de hoy porque viven mirando hacia atrás, porque son incapaces de liberarse de sus esquemas mentales, su retórica aprendida en los manuales.No son capaces de un análisis objetivo de la realidad que los desnude de sus prejuicios y su visión que no varía aunque vivimos en tiempos donde todo cambia. Más que analizar la realidad, buscan que la realidad se adecúe a sus ideas. Algunos se siguen considerando marxistas y parecen ignorar que el propio Marx se deslindó del marxismo al palpar el uso dogmático que se hacía de su teoría de análisis científico de las estructuras de opresión: “Por lo que a mí toca, lo que yo sé es que no soy marxista”. La frase dicha por Marx a su yerno Paul Lafargue, es corroborada como auténtica por lo menos con cinco documentos, cuatro de ellos de Engels.
Por ello, necesitamos refundar la política, cimentándola sobre la ética y la verdadera vocación de servicio, para ponerla al servicio de la liberación del hombre, y garantizar a todos vida digna y libre de toda forma de opresión y dominación. Necesitamos un nuevo liderazgo, cercano al pueblo, creativo, aglutinador, competente, con una gran capacidad de desprendimiento y entrega.
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