Esta semana, el obispo venezolano, de la ciudad y diócesis de San Cristóbal, monseñor Mario Moronta, tuvo su participación en el congreso eclesial de los 50 años de Medellín, con una ponencia sobre Diálogo de la Iglesia con el mundo.
En su ponencia destacó algunos elementos importantes de lo que se debe asumir en el diálogo entre Iglesia y Mundo y propuso dos grandes desafíos que se le presentan a la Iglesia en su tarea de dialogar con el mundo: El desafío de la comunión y el de que el diálogo se realice en un ambiente de comprensión y “simpatía”.
Aquí algunos puntos de los desarrollados en su ponencia…
Nos encontramos ante un tema que ha sido desarrollado de diversos modos en los últimos años. Los tiempos del Concilio nos abrieron las puertas para una reflexión directa y creciente acerca del mismo. Si bien es una realidad que ha sido asumida desde sus inicios, es la reflexión teológica de los últimos años la que ha profundizado y ha ido delineando los rasgos teológico-pastorales de esta realidad. La Iglesia siempre ha estado en el mundo y ha debido abrirse paso en medio de él para poder cumplir su misión propia: evangelizar. Evangelizar implica ir al mundo, a todas las naciones, para ofrecerle el mensaje siempre renovador del Evangelio. Para ello, no sólo ha debido encarnarse en ese mundo donde va a encontrar a la gente, sino descubrir en sus naciones, en sus culturas, en sus propias circunstancias históricas todo aquello que debe conocer para poder ser fiel a su misión. A la vez, debe sintonizar con el mundo donde ha de edificar el reino de Dios, sin renunciar a lo que le es propio
En esta línea, la Iglesia, siendo fiel a la misión que Cristo le entregó, no puede separarse del mundo, ya que es en él donde ha de realizar dicha misión; pero tampoco necesita identificarse con él, porque tiene una identidad propia. Lo que ha de hacer es entablar un diálogo con la humanidad que vive en el mundo, a fin de hacer efectivo el anuncio del Evangelio de la salvación. En esta perspectiva, la Iglesia dialoga con el mundo y le da a dicha acción la caracterización de Dialogo Salvífico.
Quisiera destacar ahora algunos elementos importantes de lo que hemos de asumir en el diálogo entre Iglesia y Mundo:
1.- Forma parte de la Misión evangelizadora, como ya hemos repetido varias veces.
2.- Si bien el mundo presenta variadas caracterizaciones, es allí donde se realiza la evangelización y, por tanto, se hace patente la conseja del Señor en el evangelio: estar en el mundo pero sin ser del mundo.
3.- Esto requiere, siguiendo la línea del Concilio saber conocer al mundo y leer los signos de los tiempos. Es parte de ese diálogo. Por otro lado, lo que ofrece la Iglesia en dicho diálogo es la Palabra de Dios que debe encarnarse: inculturarse y hacer que la Iglesia conozca las propias realidades del mundo donde la debe proponer. Esto también implica que la Iglesia se abre para conocer y aprender todo aquello del mundo que la pueda enriquecer.
4.- Todos los miembros de la Iglesia deben estar dispuestos al diálogo con el mundo. Aquí juegan un papel preponderante los laicos, quienes tienen una vocación y misión en la Iglesia y en el mundo. Ellos, por su índole secular y con el empuje de su condición bautismal llamados a ser testigos en el mundo, han de ser los protagonistas principales en este diálogo.
5.- El diálogo puede y debe establecerse en los diversos ámbitos que distinguen o caracterizan la sociedad y el mundo: lo político, lo económico, lo social, lo comunicacional, etc. Y, además, tener en cuenta los diversos grupos humanos de la sociedad: los jóvenes, los indígenas, los afroamericanos, los migrantes, etc. No se olvida la Iglesia de los ámbitos donde se encarna: lo rural, la cultura urbana, etc.
6.- No hay que pensar que el diálogo se da sólo con los que no son miembros de la Iglesia. Con ellos hay que tener una gran apertura para realizarlo, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio eclesial. Pero no hay que olvidar que muchos de los miembros de los sectores con los que hay que dialogar son miembros de la Iglesia: hay que hacerlo no con sentido excluyente, pero sí sabiendo que han de ser eco de dos realidades que se encuentran: el mundo y la Iglesia.
7.- Es necesario recordar que en el mundo la Iglesia va a encontrarse con el maligno que va en contra de su misión salvífica. Este se disfraza de muchas maneras: por eso, fiel al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, la Iglesia ofrece un mensaje liberador a la humanidad. Esto constituye una nota distintiva del Diálogo salvífico.
8.- Por otra parte, es necesario también tener muy en consideración que no todo lo que se va a conseguir en el encuentro con el mundo hace posible de manera adecuada y cómoda el diálogo. Hoy como ayer ha habido y hay tendencias que no corren por las mismas sendas del evangelio. Hay que conocerlas y no huir de ellas. En este sentido hemos de tener presente el secularismo, el relativismo ético, los sistemas filosóficos y hasta religiosos que a veces pueden estar en contra del evangelio, con el cual la Iglesia se acerca para iluminar, dialogar y proponer un camino de salvación.
9.- Se debe tener también muy presente en el diálogo Iglesia-mundo todo lo referente a la escatología. La Iglesia actúa en sintonía con el misterio pascual y trata de contagiar lo que apunte a la perfección de la sociedad y del ser humano, plenitud que se propone y construye desde la historia pero con un claro objetivo: los cielos nuevos y la nueva tierra.
10.- En todo momento y aún en las más dificultosas situaciones, hay un lenguaje propio de la Iglesia que nunca debe faltar en su actitud de diálogo: el lenguaje del amor, que todo lo puede como nos enseña Pablo.
11.- La Iglesia debe preparar a todos sus miembros para ese diálogo: los pastores, porque han de sostenerlo, guiarlo y acompañarlo. Los miembros de la vida consagrada, porque han de ser el faro que proyectan los valores de la Palabra de Dios con la práctica ejemplar y continua de los consejos evangélicos. Los laicos han de ser muy bien preparados porque son protagonistas directos en el diálogo, como ya lo hemos señalado. Están en el mundo como miembros de una Iglesia que se atreve a dialogar evangelizando. En este campo hay mucho por hacer: generalmente a los laicos se les facilita una formación tendiente más a un servicio intraeclesial, pero poco hacia lo secular, cuya índole le es propia.
12.- Se debe elaborar, junto a los programas de formación en este campo, planes y proyectos de acción pastoral para no llegar tarde, o para escapar o para prescindir. No es iniciativa de unos pocos, sino tarea propia de la Iglesia. Es función propia de los pastores animar y sostener a todos los bautizados. Y a los laicos, en particular despertarlos a esta realidad.
13.- Por último, y no menos importante, se debe dar pasos para ofrecer en el marco de la vida según el espíritu –la espiritualidad del pueblo de Dios- para poder darle una dimensión sobrenatural a este trabajo de diálogo een y con el mundo. La Palabra de Dios nos ayuda, así como experiencias propuestas por el Magisterio y por algunos “padres espirituales” de todos los tiempos.
Algunos desafíos y una propuesta.
Podemos pensar en dos grandes desafíos que se le presentan a la Iglesia en su tarea de dialogar con el mundo:
1.- El desafío de la comunión. Esta es una nota característica de la Iglesia y que no se puede obviar nunca. Confesamos que la Iglesia es UNA. Y esa unidad es necesaria para poder crear y mantener la comunión. Una Iglesia fracturada en su comunión no puede realizar el diálogo: sencillamente porque estará preocupada por las facciones internas, por las tendencias que se quieren imponer, porque no puede acoger fraternamente a los que se siente aislados o separados. Para que haya actitud de diálogo debe acrecentarse la comunión en la Iglesia. Precisamente porque el diálogo apunta a un encuentro para crear comunión y sintonía con el interlocutor: el mundo, la sociedad, la humanidad. Es un desafío primordial que debe ser asumido con decisión y parrhesía.
2.- Desde la comunión, quien dialoga –en este caso la Iglesia- debe atender a una serie de requerimientos. Son condiciones no para imponer caminos estrechos, sino para una auténtica realización del encuentro dialogante de la Iglesia con el mundo. Luis González-Carvajal, nos los indica, como lo vemos a continuación:
Es necesario que el diálogo se realice en un ambiente de comprensión y “simpatía”. Así se pondrá entre paréntesis nuestro modo de ver las cosas y se podrá intentar ver lo que los ojos del interlocutor contempla.
- El diálogo debe hacerse en un contexto de búsqueda.
- Se debe realizar con la actitud de reciprocidad: no puede haber posiciones de superioridad o prepotencia
- Debe hacerse con sinceridad: buscando la verdad y sin imponerse uno en contra del otro.
Asumir todos los desafíos y hacer realidad el diálogo Iglesia-mundo, conlleva una vivencia espiritual. Ya lo señalamos. Por eso, ahora, a modo de conclusión podemos ver un texto que nos puede servir, entre otros del Evangelio y del Nuevo Testamento para orientarnos y, por qué no, llenarnos de entusiasmo. En el texto de la “Oración sacerdotal”, Jesús se dirige a su Padre para hablarle de sus discípulos que no son del mundo, aunque están en el mundo. Jesús pide al Padre los sostenga y proteja: por eso ruega que los consagre en la Verdad. La Verdad es la que libera y enrumba al ser creyente por las sendas de la salvación.
En el mundo, los cristianos tienen que vivir según los criterios del evangelio. Así como el Padre y Jesús constituyen una cosa, así debe suceder entre los discípulos de Jesús: “Que sean uno como Tú y Yo lo somos, Padre”. Sólo así el mundo podrá creer. Es con la comunión fraterna entre sí, y la comunión con Dios como se podrá hacer más efectivo el diálogo con el mundo. Es decir, se hará posible que el mundo crea: uno de los efectos del diálogo.
Aquí se encierra todo lo que tiene que ver con el ecumenismo. Pero también el signo que deben mostrar los cristianos para poder dialogar con el mundo. Si con el diálogo se busca contagiar la salvación, se ha de hacer desde el testimonio de la comunión. Una Iglesia con tensiones divisorias y separaciones necias no podrá nunca dialogar…. Y hoy más que nunca es tiempo de diálogo. La tarea es conocida, los desafíos también, la respuesta ha de ser clara y darse en el nombre del Señor.
La Iglesia, en el mundo, a través del diálogo, tiende puentes y derriba muros.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.