La semana
Ha terminado la novena edición del Encuentro Mundial de las Familias, en Dublín. A la espera de la próximo cita, dentro de tres años en Roma, la cita de este 2018 ha ofrecido un anticipo sólido de la pastoral familiar de la Iglesia del futuro. Los dos sínodos dedicados a la familia, las voces y sugerencias de la consulta previa, la exhortación ‘Amoris Laetitia’ han fraguado una renovada pastoral familiar más plural, más misericordiosa –y por lo tanto más evangélica– y más pegada las diversas realidades familiares –ya sea por los diferentes contextos geográficos y por las diferentes situaciones vitales y existenciales que se manifiestan en el ámbito doméstico–.
Frente a la tímida cobertura de los medios generalistas –aunque deben tenerse en cuenta los grandes esfuerzos de la prensa especializada–, las cifras de este encuentro de Dublín son llamativas en los tiempos que corren. 37.000 personas de 116 países se han sumado a los actos organizados durante toda la semana por el Dicasterio de los Laicos, Familia y Vida del Vaticano presidido por el cardenal Farrell con la archidiócesis de Dublín y las demás iglesias locales irlandesas. Unos 14.000 participantes extranjeros –aunque con ausencias numéricas de determinados movimientos habituales en este tipo de encuentro– acudieron a la isla Esmeralda en estos días, llegando al medio millón –cifra marcada como tope debido a las medidas habituales de seguridad– los participantes en la misa final con el papa Francisco. El anterior encuentro, en Filadelfia (Estados Unidos), reunió a 17.000 personas. Además, en el caso de Dublín, los menores de edad han sido unos 6.500 –frente a los 800 de hace tres años–.
Pero la novedad más sobresaliente, más allá de los números, está en las propuestas que se han hecho durante toda la semana el congreso teológico-pastoral celebrado en el Royal Dublin Society. En este caso la prioridad no han sido las catequesis episcopales –aunque han participando en las ponencias 44 sacerdotes, obispos y cardenales–, sino la experiencia de gente de todos los sectores que han acudido a unos 25 paneles diarios en los que se han tratado temas de todo tipo: los refugiados, la corrupción, la trata de personas, el papel de los abuelos, las nuevas tecnologías, la formación de los novios, la sacramentalidad del matrimonio, la violencia doméstica, el arte, la ternura, las adicciones, la educación sexual, la acogida en las parroquias a homosexuales y transexuales, el reparto de tareas en el hogar, los abusos dentro de la Iglesia… y una larga lista de propuestas en las que han participado teólogos, familias –jóvenes, con experiencia, rotas, –, deportistas, abogados, representantes de instituciones internacionales, policías y militares –han intervenido las mujeres militares con mayor rango en diferentes ejércitos del mundo–.
Detrás de todo esto, está el esfuerzo de los organizadores no de diluir en una amalgama relativista e inconsciente la propuesta cristiana de la familia; sino la intencionalidad discernida y meditada de reflejar un encuentro de las familias tan plural y “aterrizado” que se acerque a las necesidades reales de las familias para ayudar y servir más, como pide Jesús en el evangelio, sin renunciar a la propuesta contracultural que representa el cristianismo. Una muestra de que ‘Amoris laetitia’ no es un esperpento doctrinal o pastoral y de que muchas familias han encontrado en la exhortación y en el camino eclesial de estos años una herramienta para ayudar y acompañar los dramas y desafíos que se viven en las familias de nuestro tiempo.
Así lo reflejan las crónicas que han ido apareciendo durante toda esta semana en la web de Vida Nueva y que necesitan cierto tiempo para dirigir cuantas propuestas se han presentado: el testimonio de las mujeres divorciadas de Toledo o los múltiples proyectos de la archidiócesis primadapor atender las diferentes necesidades familiares, las propuestas concretas y los criterios de fondo del jesuita James Martin sobre la acogida de las personas LGTB, el valor del silencio en un contexto lleno de aparatos tecnológicos adictivospropuesto por la periodista Cristina López Schilichting, la participación de la víctima de abusos Marie Collins que se ha convertido en símbolo de lucha ante el encubrimientos callado de la jerarquía, la reivindicación de los valores evangélicos del arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin…
Un país
A lo largo de la semana he podido hablar con algunos presentes en el EMF. A todos, obispos, ponentes o participantes, les he preguntado si Irlanda era en este encuentro algo mas que el país de acogida encargado de la logística de un macroevento de esta características. Todos han coincidido que la iglesia irlandesa y los católicos irlandeses han sido algo más que un decorado que se mantiene al fondo.
La reconciliación con la historia vendrá tras este proceso que comenzó hace años y que ha implicado reformas legales y canónicas; pero, sobre todo, un cambio de mentalidad en la Iglesia y en la sociedad. Ese clericalismo al que Francisco apunta y que esconde una peligrosa justificación del abuso del poder y el encubrimiento sistemático de la jerarquía. El mismo clericalismo que hacía pensar a los obispos que su tarea era más proteger al acosar como padre que debe cuidar de sus hijos, los presbíteros, como si las víctimas no fuesen parte de ese pueblo de Dios que pastorear. Aunque no hay que olvidar el conjunto de otras causas que se han entrecruzado durante años para generar un ambiente que ha hecho de la perversión, normalidad bendecida y autoimpuesta.
Las propuestas que desde el EMF se han hecho sobre curar heridas, comprometerse con la protección de los más débiles, la educación de los niños… son aplicables a la realidad familiar y, también, a la propia realidad irlandesa que está impulsando otra forma de entender el compromiso pastoral por la transformación del mundo y de la Iglesia según los valores evangélicos.
El viaje papal
A nadie se le escapan los retos que asumía Francisco al emprender este viaje a Irlanda. El foco, para los medios y una buena parte de la opinión pública, estaba puesto en la asunción de responsabilidades de la Iglesia en el tema de los abusos sexuales. Además el criterio de oportunidad ha ayudado a cebar la cuestión, tras el informe de la Corte Suprema de Pensilvania y la carta pública al pueblo de Dios del propio pontífice.
Frente a retóricas de otros tiempos, Francisco desde el primer momento quiso hablar claro. Su primer discurso, al cuerpo diplomático y ante diferentes autoridades, además de ensalzar las oportunidades que surgirán para la sociedad irlandesa a partir del Encuentro Mundial de las Familias trajo a la memoria de toda las divisiones político-religiosas de Irlanda del Norte y reivindicó el proceso de lucha contra los abusos dentro del seno eclesial partiendo de la carta a los católicos irlandeses de Benedicto XVI y llegando hasta las últimas medidas: “Deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad. En este sentido, todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento”, afirmó.
Hemos sabido que más allá de las peticiones del presidente del Ejecutivo irlandés, el papa Francisco se reunió durante hora y media con un grupo de 8 víctimas de abusos. Entre ellos la mencionada Marie Collins
Su segunda intervención, en la catedral católica dublinesa, contó con algunos de los consejos habituales de Bergoglio a las parejas –suegras, dialectos y platos volando incluidos…–; pero, sobre todo reivindicó la fuerza del amor cuando es algo más que romanticismo y se vive como auténtica virtud que viene de Dios:“Nuestro mundo –ha sentenciado– tiene necesidad de una revolución de amor. En una atmósfera llena de egoísmos, os pido que esta revolución comience desde vosotros y desde vuestras familias”.
Ya por la noche, en el festival de las familias, el Papa tuvo la ocasión para reafirmar su apuesta por la familia y su aportación al momento presente:“Dios quiere que cada familia sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo. Vosotras, familias, sois la esperanza de la Iglesia y del mundo”. Y, en consecuencia, pidió a todos los participantes en el EMF que fuesen embajadores de Dios para explicar “qué significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia”.
La jornada del domingo comenzó en el Santuario de Knock, donde Francisco agradeció los progresos del ecumenismo en toda Irlanda –de forma especial en Irlanda del Norte– y recordó de nuevo los casos de abusos a menores: “Ninguno de nosotros puede dejar de conmoverse por las historias de los menores que han sufrido abusos, a quienes se les ha robado la inocencia; han sido alejados de sus madres, abandonados y se les ha dejado una cicatriz de recuerdos dolorosos. Esta herida abierta nos desafía a que estemos firmes y decididos en la búsqueda de la verdad y de la justicia”. También en la misa de clausura, al compartir la experiencia del encuentro con las víctimas –precisamente cono acto penitencial de la eucaristía– volvió a recordar esa otra forma de abuso de poder, los llamados ‘niños robados’ en instituciones religiosas como los que en España es posible que, de un momento a otro, vuelvan a juzgados y telediarios: “pedimos perdón por los chicos que fueron alejados de sus madres y por todas aquellas veces en las cuales se decía a muchas madres solteras que tratar de buscar a sus hijos que habían sido alejados o a los hijos que había sido separados era pecado mortal”.
La homilía también tuvo este trasfondo dramático y esperanzado, al señalar Francisco “Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo o la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad”… mientras recordaba la pregunta de Jesús a los suyos: “¿También vosotros os queréis marchar?”.
Pregunta que sigue siendo oportuna, dos mil años después.
Me lo pregunto… Mateo González Alonso