Una de las misioneras universitarias que coordinaba el envío de grupos venezolanos a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) habla con Aleteia de su experiencia tras migrar: “Te vuelves insensible, te acostumbras a la soledad, te sientes vulnerable”. Sin embargo, también se muestra agradecida con la gente buena que Dios puso en su camino y que la impulsa a salir adelante.
Habla con tristeza, afectada por las circunstancias propias de una migración forzada que le recuerda a diario su estadía en un país que no es el suyo. Mantiene la esperanza en el venidero encuentro con el Papa Francisco; pero advierte: no he hallado aún el abrazo de Iglesia tan propio de mi nación de origen.
“Cuando yo me vine a Panamá, la situación no estaba tan crítica. Después de algún tiempo, acá empezó ese proceso de regularización que busca cerrarle las puertas a la migración masiva que estaba llegando de Venezuela”.
“Gracias a Dios conseguí dónde trabajar en menos de 15 días. Pero sí he vivido otro tipo de situaciones: no te sientes parte del hogar y tienes que ocultar tu acento. A veces uno tiene que hacerse pasar por panameño, porque siempre hay gente a la cual le incomoda nuestra presencia aquí”.
Dayana Parra es arquitecto de profesión. Estudió Marketing y se ha especializado en el manejo de redes sociales. Tiene 25 años de edad y desde que contó los 18 está vinculada con grupos juveniles en trabajo pastoral. Recuerda con nostalgia su función misionera. Tiene la convicción de que “Dios tiene un propósito muy particular con los jóvenes”.
“Más que salir a evangelizar, es uno quien debe ser evangelizado. Y descubrir si la formación en casa y en la parroquia funcionó. Esa es unas de las cuestiones que más me ha afectado, pues aunque nuestra Iglesia es universal, yo no he sentido aún comunidad aquí. La misión hoy es tú mismo te tienes que evangelizar”.
“Aún así, con el tema de la JMJ, de lo que se habla mucho aquí, no he sentido todo el calor de Iglesia. Ese ser Iglesia que uno vivía en su diócesis. Y son muchos los factores que intervienen a la hora de uno poderse adaptar a un lugar. Todo el mundo vive una historia diferente: si bien no me han tratado mal, uno sigue siendo un extranjero”.
“En la universidad nuestro principal propósito era enseñarles a los muchachos que la idea no era migrar, sino emprender en el país y seguir adelante. Pero llega un momento cuando uno nota cuán difícil es liberar a Venezuela de tanto daño y parte”.
“Cuando decidí viajar con otros compañeros a Panamá, lo vi inicialmente como un viaje preparativo de la JMJ; partimos con el ánimo de aventurarnos, como lo hicimos en Brasil, para conocer, compartir y ver qué ideas nuevas se podían traer a nuestro país para impulsar mejoras, sin imaginar todo lo que uno debería afrontar al estar fuera de su país”.