Al mejor estilo de los paros, la entidad se mantiene detenida. Por el puente internacional y las trochas huyen sus hijos, como único producto de exportación: uno que, pese a su gran calidad, ya no es tan bien recibido en todo el planeta
No hay forma de trasladarse en la entidad tachirense. En el estado rebelde de Venezuela quedaron atrás los tiempos de emporio comercial impulsados por la condición fronteriza y la alguna vez moneda atractiva para los colombianos.
Su capital, San Cristóbal, luce tan desolada como en un domingo, mientras la población del que ahora parece pueblo fantasma hace albricias para trasladarse. Propios y extraños muestran sus carteles en un intento por conseguir un aventón.
Pero la desaparición del servicio de transporte público es sólo una tragedia que se suma al drama de la ausencia de otros servicios básicos elementales como la electricidad, el agua y el gas.
Y es que no es posible conseguir ni siquiera taxis en la capital tachirense, por lo que la falta de oferta encarece exponencialmente los precios de los pocos que ofrecen el servicio.
“Quién diría que a estas alturas de mi vida, a los ochenta años de edad, tendría que depender de un taxi y trabajar de domingo a domingo. Nunca pensé que estaría sometido a esta esclavitud”, se queja Asdrúval Quintero.
Pertenece a la línea de taxis Antonio José de Sucre, con sede en el Centro Comercial Sambil, donde aún hay una demanda que justifique su existencia y dispuesta a pagar los exuberantes precios del transporte privado, convertido en “super lujo”.
“La gente se queja, pero cómo hace uno si las colas por la gasolina pueden durar un día entero. Y lo que uno pone al tanque le alcanza para trabajar dos días. Esto es una humillación permanente”, insiste en conversación con Reporte Católico Laico.
El transporte es sólo uno de los muchos servicios que han mutado en medio de una necesaria transformación para sobrevivir. “Desapareció la competencia porque nadie quiere competir en este entorno tan desventajoso”, afirma al analizar la razón de la ausencia casi total de vehículos.
“¡Ya no hay ni gente!”
“Es que ya ni siquiera hay gente. Y nuestra entidad no es precisamente turística, porque el poco comercio que aún funciona, cierra temprano. Además, no hay dinero como para hacerlo rentable. ¡La gente se fue!”, señala Quintero, mientras se persigna agradecido porque “al menos” tiene trabajo y puede comprar alimento.
Obligado a permanecer en su casa sin el auxilio de algún familiar directo, acabó por vender su negocio en 2016 porque la situación “no se aguantaba”, y ahora se arrepiente.
“Tuve un negocio próspero durante más de cuarenta años” que subsistió incluso a la “era Chávez”. Pero ya las cosas se venían complicando mucho y al no poder irse del país, decidió vender para adquirir un vehículo y brindar el servicio de taxi.
Tiene su clientela, aunque ésta se queja del aumento diario de las tarifas. “Las únicas que permanecen fijas son en dólares o en pesos”, algo a lo que, revela, ya se acostumbró tanto la población.
Y es que se volvieron comunes las operaciones al menudeo con esas monedas en buena parte de las tierras tachirenses, donde los pequeños y medianos comerciantes intercambian la moneda extranjera como una salida a la hiperinflación.
“No gusta el bolívar soberano”
No hay confusión. Los tachirenses sacan rápido la cuenta. Hacen la conversión más rápida en pesos que del bolívar fuerte al ahora llamado con el mero apelativo de soberano, que sólo reciben por transferencia o “pago fácil”.
No saben de precios oficiales ni se apresuran por conocer lo que dice la Gaceta Oficial. Tampoco parece haber controles. Así funcionan muchos de los pequeños negocios que sobreviven a la crisis económica que la oposición atribuye a Nicolás Maduro y de la que éste acusa “a la Guerra y el Imperio”.
En Táchira exhibe una casi total paralización laboral y comercial, al mejor estilo de los paros convocados en el pasado reciente por las centrales obreras: santamarías bajadas antes de las 3 de la tarde; cine a medias, cuando hay electricidad; transporte en improvisados vehículos más propios para el traslado de ganado o escombros.
El drama no es exclusivo de la entidad andina, pero sí un preocupante hecho que permite dimensionar el tamaño de la aguda crisis que vive la actual Venezuela. De ella la alguna vez próspera entidad huyen en masa a diario por el puente internacional Simón Bolívar y las trochas en las que cruzar es negocio y cada tramo de libertad se paga.
La Iglesia acoge…
Mientras, la Iglesia actúa a favor de sus hijos y moviliza un amplio voluntariado con sus limitados recursos, en un intento por mitigar los efectos del caos, para los que parten y para quienes se quedan en el país.
Aún se escucha el eco en este marco de las oraciones que desde el Vaticano hiciera el obispo diocesano, Mario Moronta, quien se encontró con el Papa a fin de ponerle al tanto del mayúsculo problema que cada segundo afecta vidas y apaga sonrisas.
En medio de las dificultades, los tachirenses aumentan su solidaridad y abrazan a Dios y la Virgen. Desde temprano peregrinan, ya no hacia el Santo Cristo y hacia Nuestra Señora de Consolación, sino a sus trabajos, en un intento por ganar el sustento diario para llevar pan limpio a la mesa.
Son familias de tradición, que en su mayoría dependen ahora de remesas por parte de algunos de quienes lograron un trabajo –incluso eventual en el exterior-. Son familias trabajadoras en las cuales lo único que todavía no es escaso es la esperanza de una Venezuela mejor.
Carlos Zapata | Reporte Católico Laico
San Cristóbal.-