El péndulo es, de nuevo, el centro de atención
El continente latinoamericano se ha caracterizado por la dinámica pendular de su discurrir político. Desde la década de los sesenta, cuando la fatal atracción de la izquierda alteró la geopolítica, pasando por los setenta y la irrupción de dictaduras militares de derecha; más tarde la vuelta seductora de los zurdos bajo la tutela de Cuba hasta la actualidad, que presencia el declive de esos experimentos y el guiño derechista que coloca a Brasil en el umbral de una votación decisiva.
Jair Bolsonaro, un militar de ultraderecha, llega al día neurálgico con 40% de los votos en el bolsillo. Lula, no hay que olvidarlo, era gran favorito antes de ser defenestrado, frente al 25% del intelectual Fernando Haddad, el candidato que lo sustituyó en el Partido de los Trabajadores -PT- para esta justa. Difícil misión manejar las vehementes emociones del país más intenso del continente, arte que dominó Lula, el presidente más carismático que haya tenido esa nación quien gobernó durante 8 años.
147 millones de brasileños deben decidir. Podría ganar Bolsonaro en primera vuelta, según ciertos analistas, lo cual representaría una hazaña que sólo ha logrado Fernando Henrique Cardoso (1994-98) en los últimos 30 años.
Pero el rechazo también se lo reparten: Bolsonaro, el 44%; Haddad, el 41%, según sondeos ampliamente divulgados.
Bolsonaro es un capitán retirado del Ejército devenido en político. Actualmente ejerce su séptimo mandato en la Cámara de Diputados de Brasil donde llegó de la mano del Partido Progresista. Tiene 63 años. Es racista y machista. Representa los ideales más retrógrados de la región. Podría llegar a dirigir el país más extenso y desarrollado de América Latina, lo que inquieta a diversos sectores del continente y dentro del propio Brasil.
Pero el temor a que el PT llegue de nuevo al poder ha favorecido la polarización al inclinar a los sectores conservadores, especialmente a los empresarios, hacia el apoyo a Bolsonaro, con reservas, pues no hay que pasar por alto una de las afirmaciones más controvertidas de su campaña electoral: “Los derechos humanos son un cáncer para la sociedad”, lo cual revive en los brasileños el oscuro período de la cruel y temible dictadura militar de más de 21 años.
Lo han llegado a bautizar como el “Le Pen tropical” y avanza con un discurso frontal contra la corrupción y la violencia, los males endémicos de Brasil.
Tal vez el péndulo ha funcionado en América Latina por esa tendencia a buscar al “gendarme necesario”, al militar u hombre fuerte que solucione los problemas y ponga orden a un desbarajuste que parece genético en nuestros pueblos. Cuando sus desmanes conducen a rechazar la arbitrariedad, el péndulo se mueve hacia la izquierda en un intento por reivindicar derechos y castigar autócratas.
Brasil parecía “vacunado” contra el militarismo pero Bolsonaro representa la vuelta de los militares al poder, esta vez por la vía electoral. Ya eso lo vivimos en Venezuela en 1999, aunque en el caso de Hugo Chávez y su proyecto, optaron por la tutela del régimen cubano. También se entregó Fidel Castro a la Unión Soviética a comienzos de los sesenta, así que no hay nada nuevo bajo el sol.
Desde la década de los sesenta las urnas brasileñas no habían conocido una elección presidencial más tensa, tumultuosa y enigmática. De no haber triunfador en la primera vuelta de hoy, habría una segunda ronda a finales de octubre, donde los candidatos de izquierda que van de segundo, tercero y cuarto lugar, Fernando Haddad, Marina Silva y Ciro Gómez, podrían llegar a un acuerdo unitario para intentar llegar al gobierno y frenar el avance de la ultraderecha.
La pregunta es pertinente: fracasada estrepitosamente la experiencia socialista del siglo XXI y resquebrajada la fe en la democracia por escándalos de corrupción y tratos clientelares que acompañan las demandas no satisfechas de la población, ¿será el proceso político brasileño el que abrirá las compuertas para una nueva era de ultraderecha militar en América Latina?
No lo sabemos aunque presentirlo es comprensible. Lo cierto es que Brasil se encamina –a decir de los colombianos- a un final de infarto.
Macky Arenas | Aleteia