El pobre: Sacramento de Cristo

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Mons Mario Moronta, Obispo de San Cristóbal y primer vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana

Mons Mario Moronta.-

Agosto de 1968. Pablo VI se convierte en el primer Papa que pisa tierra de América. Con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional en Bogotá, el Papa viene al encuentro del Continente de la esperanza. Muchos han criticado el viaje: porque piensan que se doblegará ante la clase dirigente política y porque los gastos que conllevan la organización del evento doble, de la Visita y del Congreso, pueden resultar una ofensa a la miseria y pobreza en la que están sumidos miles de personas. Sin embargo, el Papa tiene mirada de pastor: sus ojos están en puestos en el horizonte del Reino de Dios. Vendrá con plena libertad de espíritu y sorprenderá a más de uno con sus palabras oportunas y llenas de una inmensa sensibilidad humana y cristiana. Habla el lenguaje de la caridad. Así lo hace sentir en sus diversos discursos y homilías, en especial cuando inaugura la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, a realizarse en Medellín, y cuando ordena a más de un centenar de sacerdotes.

Habrá un momento especial, ampliamente anhelado por él, como muy bien lo supo indicar: el encuentro con los Campesinos, ante quien presidió una solemne eucaristía y les dirigió uno de sus más emotivos mensajes. Muchos criticaron esta celebración: unos, porque pensaban que el Papa iba a dar un simple saludo y mensaje sin mayores compromisos; otros porque temían algún pronunciamiento a favor de la violencia. Parecía que los únicos que tenían una expectativa cierta y llena de ilusión eran los pobres y los campesinos que lo aguardaban aquel 23 de agosto de 1968. El Papa comenzó sin protocolos e incorporó a los presentes en su ministerio de servicio al darles el justo tratamiento, que quizás muchos no les daban: ¡Salve, Campesinos colombianos! ¡Salve, trabajadores de la tierra en América Latina! ¡Paz y bendición a todos, en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador! Es probable que muchos de ellos nunca hubieran recibido un saludo como ese: “¡Salve!”. Además acompañó esa expresión de reconocimiento con lo que es propio de un Pastor Bueno: les dio su bendición y el deseo de la paz “en el nombre del Señor”. Ante tantas humillaciones y opresiones sufridas por muchos de ellos en Colombia y América Latina, el Papa se acerca para darles, no oro ni plata, sino lo que posee: la expresión de su caridad.

No faltó quien rechazara la importancia de una Eucaristía con ellos, así lo dieron a conocer los medios de comunicación. También hubo quien osó decir que ante el sufrimiento de tantos pobres y marginados –entre ellos los campesinos- más que celebrar una eucaristía había que relanzar un mensaje de revancha: habría sido un momento para asustar a los gobernantes y potentes de la sociedad. Pero el Papa, sabio y prudente, supo desmontar las dudas y los temores y se fue directamente a darles un reconocimiento muy importante a los campesinos allí presentes, representantes de todos los del Continente, así como de los pobres y excluidos: Hemos venido a Bogotá para rendir honor a Jesús en su misterio eucarístico y sentimos pleno gozo por haber tenido la oportunidad de hacerlo, llegando también ahora hasta aquí para celebrar la presencia del Señor entre nosotros, en medio de la Iglesia y del mundo, en vuestras personas. Sois vosotros un signo, una imagen, un misterio de la presencia de Cristo. El sacramento de la Eucaristía nos ofrece su escondida presencia, viva y real; vosotros sois también un sacramento, es decir, una imagen sagrada del Señor en el mundo, un reflejo que representa y no esconde su rostro humano y divino. Os recordamos lo que dijo un grande y sabio Obispo, Bossuet, sobre la « eminente dignidad de los pobres ».

¡Qué sorpresa! Ante tantos discursos oídos durante mucho tiempo convocando unos a la resignación de los más pobres y otros a la revuelta violenta, el Papa hace una especie de profesión de fe: reconoce en ellos, como en todos los seres humanos, la imagen del Señor Jesús. Y va más allá: habla de los pobres como sacramento del mismo Cristo. El Santo Padre da un paso importante para evitar ser o manipulado o mal entendido. Distingue, con claras ideas, lo que significa la palabra sacramento también aplicada a los más pequeños: Y toda la tradición de la Iglesia reconoce en los Pobres el Sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad de la Eucaristía, pero sí en perfecta correspondencia analógica y mística con ella. Por lo demás Jesús mismo nos lo ha dicho en una página solemne del evangelio, donde proclama que cada hombre doliente, hambriento, enfermo, desafortunado, necesitado de compasión, y de ayuda es El, como si El mismo fuese ese infeliz, según la misteriosa y potente sociología, (Cf. Mt 25, 35 ss) según el humanismo de Cristo.

El Papa hablo VI nunca dudó de arrodillarse ante el misterio sublime de la Eucaristía. Lo atestiguan miles de fotografías. Una actitud que brotaba de su fe en la presencia real de Jesucristo y que hablaba de la comunión efectiva que tenía con el Señor sacramentado. Pero, en el reconocimiento de la presencia de Cristo en la humanidad de los campesinos también les advierte que o ha venido a buscar aclamaciones. El Papa no quiere ser el centro de atención. Son ellos los importantes, pues reflejan el rostro sufriente y salvífico de Cristo: Amadísimos hijos, vosotros sois Cristo para Nos. Y Nos, que tenemos la formidable suerte de ser su Vicario en el magisterio de la verdad revelada por El, y en el ministerio pastoral de toda la Iglesia católica, queremos descubrir a Cristo como redivivo y padeciendo en vosotros. No hemos venido para recibir vuestras filiales aclamaciones, siempre gratas y conmovedoras, sino para honrar al Señor en vuestras personas, para inclinarnos por tanto ante ellas y para deciros que aquel amor, exigido tres por Cristo resucitado a Pedro (Cf. Io. 21, 15 ss), de quien somos el humilde y último sucesor, lo rendimos a El en vosotros, en vosotros mismos. Os amamos, como Pastor. Es decir, compartiendo vuestra indigencia y con la responsabilidad de ser vuestro guía y de buscar vuestro bien y vuestra salvación. Os amamos con un afecto de predilección y con Nos, recordadlo bien y tenedlo siempre presente, os ama la Santa Iglesia católica. El Papa Montini da un paso más: se muestra cercano con quienes le están mirando y oyendo con atención y admiración: Porque conocemos las condiciones de vuestra existencia: condiciones de miseria para muchos de vosotros, a veces inferiores a la exigencia normal de la vida humana. Nos estáis ahora escuchando en silencio; pero oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento y del de la mayor parte de la humanidad (Cf. Concilio Vaticano II. Const. Gaudium et Spes n. 88). No podemos desinteresarnos de vosotros; queremos ser solidarios con vuestra buena causa, que es la del Pueblo humilde, la de la gente pobre. 

San Pablo VI, en aquel entonces, reconoce que hay que seguir al lado de quienes están padeciendo sufrimientos. Y al preguntarse qué puede seguir haciendo por ellos, manifiesta cuál va a ser su compromiso, en el cual involucra a toda la Iglesia: (1) Nos seguiremos defendiendo vuestra causa. Podemos afirmar y confirmar los principios, de los cuales dependen las soluciones prácticas. Continuaremos proclamando vuestra dignidad humana y cristiana. Vuestra existencia tiene un valor de primera importancia. Vuestra persona es sagrada.(2) Seguiremos denunciando las injustas desigualdades económicas, entre ricos y pobres; los abusos autoritarios y administrativos en perjuicio vuestro y de la colectividad. Continuaremos alentando las iniciativas y los programas de las Autoridades responsables, de las Entidades internacionales, y de los Países prósperos, en favor de las poblaciones en vía de desarrollo. (3) Igualmente seguiremos patrocinando la causa de los Países necesitados de ayuda fraterna para que otros pueblos, dotados de mayores y no siempre bien empleadas riquezas, quieran ser generosos en dar aportaciones; no lesionen la dignidad ni la libertad de los Pueblos beneficiados, y abran al comercio vías más fáciles en favor de las Naciones, todavía sin suficiencia económica. Por nuestra parte alentaremos, con los medios a nuestro alcance, este esfuerzo por dar a la riqueza su finalidad primaria de servicio al hombre, (4) Nos mismo trataremos, en el límite de nuestras posibilidades económicas, de dar ejemplo, de reavivar siempre en la Iglesia sus mejores tradiciones de desinterés, de generosidad, de servicio, apelándonos cada vez más aquel espíritu de Pobreza, que nos predicó el divino Maestro y que nos ha recordado el Concilio ecuménico de manera autorizada.

Pero, junto a estos compromiso, al actuar como Maestro de la fe y la caridad les hace una exhortación a ellos y a tantos otros hombres que de una u otra manera quieren trabajar a favor de los más necesitados: Permitid finalmente que os exhortemos a no poner vuestra confianza en la violencia ni en la revolución; tal actitud es contraria al espíritu cristiano y puede también retardar y no favorecer la elevación social a la cual aspiráis legítimamente. Procurad más bien secundar las iniciativas en favor de vuestra instrucción, por ejemplo la de Acción Cultural Popular; procurad estar unidos y organizaros bajo el signo cristiano, y capacitaros para modernizar los métodos de vuestro trabajo rural; amad vuestros campos y estimad la función humana, económica y civil de trabajadores de la tierra, que vosotros ejercitáis.

Al finalizar su homilía, el Papa da su bendición a todos, con una voz de esperanza. Los campesinos y todos los asistentes entendieron que son importantes por ser reflejo-sacramento de Cristo. Con este discurso dejó a más de uno en silencio, a otros les indicó el camino… algunos, lamentablemente no la pensaron igual y quizás prefirieron elegir la violencia o seguir encerrados en otro tipo de violencia, la institucional y del egoísmo. Hoy, a 50 años de ese hermoso encuentro, ante la situación que vivimos en América y, particularmente en Venezuela, sus palabras han de encontrar un eco. Más aún, deberíamos repetirlas para nosotros mismos y para los demás. Al ser discípulos del Señor Jesús, podemos ver su faz en el rostro de tantos hombres y mujeres menospreciados, excluidos, anandonados y empobrecidos. Hoy también, cada vez que celebramos la Eucaristía nos toca tener la actitud del amor fraterno y no la del fariseo que criticaba al publicano en su oración en el templo. Hoy debemos mostrar el rostro de Cristo sin velo alguno…y seguir sintiendo en los pobres que ellos también sobn sacramento de Cristo.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.