Apuesto a que no saben que el título oficial del sínodo actual es “Juventud, Fe y Discernimiento vocacional”. Todos lo llaman el “Sínodo de la Juventud”. Pero si la lógica prevalece, también podría llamarse el “Sínodo del Discernimiento Vocacional”.
Ese tópico tiene más sentido. El Vaticano define a los “jóvenes” como cualquier persona entre los 16 y los 29 años. Pero la mera edad cronológica no significa casi nada. Algunos adolescentes ya son adultos en su carácter, y algunos adultos todavía son adolescentes. Las cosas tienen propósitos y las identificamos por sus propósitos: desde el punto de vista de la Iglesia, la juventud es para discernir respecto de una vocación en la edad adulta.
Entonces, digamos que el sínodo trata sobre el “discernimiento”, y vemos de inmediato que un hombre casado de 23 años con dos hijos y un plan regular de piedad cristiana no pertenecerían allí (excepto para dar consejos). Pero un profesional de 40 años, que discierne sobre una vocación al sacerdocio, plausiblemente lo haría.
De otra parte, usar la mera edad cronológica es arriesgarse a elegir, no un tipo significativo, sino una “tribu” que es una criatura del marketing, los hábitos de los consumidores y las redes sociales.
Digamos que el sínodo trata sobre el discernimiento vocacional, y la Iglesia tiene mucho que enseñar; digamos que trata sobre la “juventud”, y usted, yo y todos los demás estarán desconcertados. Incluso a los de 16 años les sorprenderá saber por qué alguien los agrupó con los de 29 años.
Dado que la agrupación no es coherente, entonces —debe admitirse— no puede hacerse, constructivamente, mucho más que “escuchar” y “acompañar”.
Pero el tema del discernimiento vocacional es verdaderamente importante —e inquietante. Debe ser de la mayor importancia para nuestros obispos, cuya tarea es enseñar la fe.
Quizás la enseñanza más importante del Concilio Vaticano II fue “la vocación universal a la santidad”. Pero (seamos concretos) cuántos estudiantes en escuelas secundarias o universidades católicas entienden que su tarea principal no es obtener buenas calificaciones, sobresalir en un deporte “entrar en una buena escuela”, o conseguir un trabajo —¿en vez de, más bien, buscar la santidad? ¿Cuántos creen que esta debería ser la máxima prioridad absoluta para ellos?
El papel de nuestros obispos en los últimos cincuenta años fue enseñarles esto. Si esta enseñanza no se ha impartido, ¿por qué no? Me parece que esto es algo que los obispos podrían discutir muy provechosamente.
En cuestiones prácticas, comience con el final y luego póngase a trabajar en la “retro-ingeniería” para ver cómo llegar allí. Lo que queremos, nuestro objetivo, es que los jóvenes de la escuela secundaria y la universidad piensen de esta manera: “Mi vida es un regalo de Dios. Quiero devolvérselo a él. Estoy bajo la seria responsabilidad de arreglármelas, en su presencia, cómo Él quiere que haga eso”. Queremos que los jóvenes piensen esto, porque es la verdad y contribuye a la verdadera felicidad. He conocido a un puñado de personas que han sido así, pero queremos que esta actitud sea la regla y no la excepción para los católicos. ¿Qué pasos prácticos se pueden tomar para hacerlo así?
Hagamos retro-ingeniería. Nadie adopta tal estado de ánimo sin auto-poseerse. Por “auto-posesión” me refiero a mantener la vida de uno como si esta le hubiera sido confiada, y ser capaz de dedicarla libremente a un objeto digno.
Por mucho que algunos clérigos quieran ahora restarle importancia —porque creen que se ha perdido la “guerra cultural”— es prácticamente necesario, para la unidad alma-cuerpo que somos, que si queremos tener la posesión propia, debemos practicar la santa castidad. San Pablo lo expresa de esta manera: “El cuerpo es para el Señor, y el Señor es para el cuerpo”. En el mismo pasaje dice: “No me dejaré dominar por nada… El cuerpo no es para la inmoralidad”. (1 Cor 6: 12-13)
Hablemos claramente: es prácticamente imposible estar conviviendo con alguien y tener este tipo de auto posesión; o estar involucrado en la cultura del “enganche”; o (lo más obvio) ser dominado por la pornografía. Nuevamente, enfatizamos la castidad no porque pensemos que “el sexo es sucio”, sino porque somos para el Señor, y el cuerpo es para el Señor.
De manera que, en un sínodo sobre el discernimiento vocacional, la castidad debería ser un tópico enorme, como necesario es el vecino cercano de la auto-posesión, para entregar uno a Dios la vida, libremente.
Continuando con nuestra retro-ingeniería, decimos: la auto-posesión y la castidad son prácticamente imposibles, a menos que la vida de uno sea “con Cristo”, en el sentido de que uno tiene una verdadera vida interior marcada por la amistad con Cristo. Nuevamente, San Pablo es nuestro guía: “He sido crucificado con Cristo; y ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí ”(Gálatas 2:20). Pero es prácticamente imposible tener amistad con Cristo sin “Tiempo de tranquilidad” diario de oración y estudio bíblico.
Entonces, nuevamente, en un sínodo sobre el discernimiento vocacional, el simple asunto práctico de la oración diaria y la lectura espiritual, como condición previa del discipulado cristiano, también debería ser un tema enorme.
Por supuesto, nadie va a renunciar a su vida si no hay algo “allí” para entregársela [a ese algo]. En la actualidad, los jóvenes en general carecen de educación incluso sobre su propia historia y civilización. Pero para los católicos discernir una vocación, es útil conocer la historia de la Iglesia, los santos y la enseñanza de la Iglesia. En definitiva, hay que conocer el catecismo.
Aquí hay una idea para nuestros obispos: aplicar a la Iglesia los procedimientos que se utilizan regularmente para la acreditación universitaria. Elaboren un examen basado en el Catecismo y adminístrenlo, para ver cuán ampliamente se conoce. Luego, elaboren un plan para enseñarlo mejor, y exámenes, más adelante, para constatar el aprendizaje.
Por retro-ingeniería, hemos llegado a algunos pasos prácticos que podemos adoptar, aquí y ahora.
Michael Pakaluk