Mons. Mario Moronta nos envía la Ponencia presentada en Concessio -Brescia-, pueblo natal de San Pablo VI el pasado 29 de septiembre, con ocasión de la SEMANA MONTINIANA correspondiente a este año, XXX edición.
Pablo VI, Papa grande del siglo XX, tuvo varias intuiciones que, a la vez, propuso a la Iglesia y el mundo. Una de ellas fue la proponer y promover la CIVILIZACION DEL AMOR. Podría resultar como algo sacado de entre las mangas; pero, sin embargo, al leer y estudiar su pensamiento, nos damos cuenta de que está en sintonía con la doctrina que enseñaba desde antes de ser Papa: la dignidad de la persona humana, la necesidad de un diálogo entre la Iglesia y la humanidad y el mundo, la urgencia de una evangelización renovada y liberadora, la renovación de la Iglesia y de la humanidad.
En Pentecostés de 1970, Pablo VI lanzó la idea de “una civilización del amor y de la paz”. Y, al culminar el Año Santo de 1975, volvió a proponer la “civilización del amor” como coronación de ese tiempo de gracia y como fruto de la renovación de la Iglesia. En muchas otras ocasiones, el Papa Pablo VI mencionó esta expresión, como una realidad con la que la Iglesia asumía su compromiso de estar en el mundo cumpliendo su misión evangelizadora.
¿Qué motivó al Santo Padre proponer esta expresión que, a la vez, se convertía en un desafío al cual había que darle respuesta urgente? Sencillamente la situación de desamor que estaba experimentando (y que aún se hace sentir) el mundo y la humanidad. Es una propuesta que nace de algo a lo que la Iglesia no puede renunciar nunca: el cumplimento del mandamiento nuevo del amor, herencia recibida de Jesús, el Señor. A la vez, se enraíza en el misterio pascual de Cristo, que inauguró la nueva creación para permitir a la humanidad que alcance la plenitud de la salvación.
En esta `perspectiva, el Papa Pablo VI va a mostrar que la “civilización del amor”, cual tarea permanente de la Iglesia, tiene una finalidad decididamente humanizadora: ‘Si hemos comprendido esto, podemos darnos cuenta del carácter de la civilización que quisiéramos hacer surgir del amor; una civilización que, precisamente por brotar del amor hacia la humanidad y estar orientada a hacerle gozar su dichosa experiencia, tendrá que dirigirse a la búsqueda y a la afirmación de los auténticos y plenos valores de la vida, aunque ello provoque contra esta sabia y generosa empresa incomprensiones, dificultades, oposiciones”, nos dirá Pablo VI. Entonces, la humanidad logrará encontrar el camino del progreso, de la serenidad y de la fe.
Enmarcando esta expresión, que incluye todo un proyecto de acción pastoral de la Iglesia, podemos indicar que tiene que ver con la “edificación del reino de Dios”. Cantamos en la Liturgia que ese Reino lo es de justicia, paz y amor. Es cierto que el Reino apunta hacia el horizonte escatológico. Pero no hay que esperar hasta el final de los tiempos para edificarlo y seguir haciéndolo presente en la sociedad humana. Por eso, la expresión “civilización del amor” tiene una connotación muy particular en referencia al Reino de Dios: es la forma de establecerlo en las condiciones sociopolíticas, económicas, culturales, en las circunstancias y situaciones propias de la época en la que nos toca vivir y predicar el Evangelio. Si bien apunta a la Nueva Jerusalén del cielo, donde sólo existirá el amor como gorma de relacionamiento con Dios, es obvio que, al hablar de “civilización del amor” acá es la mejor manera de darle la dimensión terrenal, mundana, histórica y experimentable de lo que podremos experimentar en el futuro escatológico. Por ello, es necesario darle ese toque renovador a la humanidad con lo que Paboo9 VI denomina la “civilización del amor
Un desafío concreto en Venezuela por lo que se refiere a la Civilización del amor.
Quisiera proponerles ahora una aplicación de ese desafío en nuestra patria Venezuela. En cada nación del mundo se comparten situaciones propias que requieren se siga edificando el Reino de Dios y, con él la “civilización del amor”. No escapamos en Venezuela de esta tarea, por ser una sociedad necesitada de amor y porque en ella, la Iglesia tienen la misión evangelizadora y con ella, la de edificar el Reino de Dios. No es un secreto que atravesamos por la crisis más fuerte y grave de nuestra historia. Con la pretensión de imponerse un régimen totalitario cuyas consecuencias son terriblemente contrarias a la dignidad humana, nos sentimos golpeados unos y otros. La Iglesia acompaña a su pueblo, por pertenecer al mismo y porque es exigencia del amor de Cristo que siempre nos urge. En este segundo momento quisiera tratar de iluminar la tarea de la Iglesia con algunas ideas de Pablo VI en discursos que tuvieron que ver con Venezuela
- Advertencia de Pablo VI
En 1964, en un discurso con ocasión de la presentación de credenciales del nuevo embajador de Venezuela ante la Santa Sede, El Papa Pablo VI describió con hermosas palabras la situación del país, y la tarea que se debía realizar para mantenerse en crecimiento material, espiritual y moral: ¡Venezuela hermosa y fecunda! ¡Alta en sus cimas gigantescas, sonriente en sus vegas, abierta en sus bahías interminables, largamente bendecida por Dios en su subsuelo! Como anhelamos que todas estas características naturales continúen reflejándose y se sublimen en vuestro también rico patrimonio espiritual; con miras hacia las cumbres morales, abrazando abiertamente todo lo bueno, con ideales de integridad profesional y de religiosidad en los hogares los cuales, mediante la práctica de los postulados del cristianismo, crean un ambiente sereno para la sociedad y fértil para el florecimiento de las vocaciones religiosas y sacerdotales tan necesarias a fin de que esa Nación mantenga la trayectoria que la ha distinguido en la historia de América.
El Papa, a la vez, alienta a la Iglesia a que se mantenga en la fidelidad a su trabajo humanizador, enraizado en la evangelización: nuestra palabra sólo puede ser de aliento para alcanzar metas cada vez más altas y más universales. Conocemos muy bien la labor de la Iglesia Venezolana, inspiradora con su palabra, servidora con el trabajo de sus hijos: lo que se ha realizado y se está realizando ha de ser un aliciente para un creciente entusiasmo y dedicación al servicio de la comunidad nacional, para la cual los ideales cristianos han sido guía en las páginas gloriosas de su historia y deben ser criterio y garantía en su camino hacia un futuro próspero de fraternidad vivida y de progreso. Estas palabra pronunciadas en 1972 por el Papa Pablo VI animan el compromiso del pueblo de Dios para un desarrollo auténtico.
El Papa Montini está muy claro en lo que es la misión propia de la Iglesia. En Venezuela está la Iglesia, quien encarna también así su misión de continuar la obra redentora de Jesucristo, no inspirándose en propios intereses de dominio o de poder, sino en una voluntad perenne de servicio generoso y desinteresado para el bien común y el progreso integral de los pueblos. Libre de ataduras materiales, que desfigurarían su rostro y vocación, ella prosigue su misión característica: el anuncio del mensaje evangélico, cuyos valores eternos, destinados a todos los hombres y a todos los grupos sociales, han de dar frutos, cada día, mayores en este mundo.
Con estas palabras, el Santo Padre avizoraba un porvenir de progreso para nuestra Patria. Lamentablemente por un deterioro creciente del ejercicio de la democracia y el irrumpir de un régimen autocrático y con ínfulas totalitarias, el camino fue derivado hacia una especie de involución. El crecimiento se convirtió en decrecimiento. Las advertencias de muchos no fueron tomadas en cuenta y la prospectiva señalada por el Papa Pablo VI se precipitó por el despeñadero de una crisis que ha provocado más pobreza, más hambre y desatención de lo verdaderamente humano; a lo cual se une la crisis moral de un relativismo ético y de una corrupción galopante.
- Cuestionamiento desde sectores de la Iglesia y la sociedad.
La Iglesia ha alzado su voz en todos los momentos de la historia reciente para advertir, para avisar, para corregir: se anuncian los principios rectores del evangelio y se denuncia el pecado del mundo en sus variadas expresiones. El mensaje de la Iglesia ha acompañado las ilusiones y anhelos del pueblo. Asimismo loa acción de caridad que habla de la seria preocupación por el hombre, sin acepción de personas. Como bien lo indicaba San Juan Pablo II, para la Iglesia en Venezuela su camino es el hombree, con lo que se compromete en su liberación y salvación. Ello habla de la voluntad de querer hacer posible la “civilización del amor” en nuestro país.
En palabras de Pablo VI podemos comprender lo que la Iglesia está haciendo hoy: La Iglesia es bien consciente de vivir en medio de las realidades terrenas, donde constantemente se suscitan graves y nuevos problemas a través de una continua situación de cambio. Frente a ellos no pretende formular soluciones de tipo económico o político, sino iluminar el espíritu humano para que el hombre, por un camino de promoción integral, pueda llegar a ser «el dominador de la tierra» (Cfr. Gen. 9, 2), de manera que, por encima de sus limitaciones materiales, tenga la posibilidad de mirar más alto, hacia las metas trascendentes que dan a la vida humana plenitud y sentido total, a la vez que un impulso ineludible de servir a los hermanos.
Hoy, sin dejar de atender a todos los hermanos (antes bien involucrándolos también a ellos como sujeto social que son), la Iglesia hace suya la actitud de Cristo de cercanía y predilección hacia los más pequeños. Es la opción preferencial por los pobres.
- Dificultades hoy para edificar la civilización del amor en Venezuela.
Nos la jugamos por Venezuela en la solidaridad y la fraternidad que brotan del amor de Dios. Pero nos conseguimos con algunas dificultades que parecieran infranqueables, pero que se enfrentan con la mano puesta en el arado y la mirada fija en los horizontes del Reino; es decir en la perspectiva de la “civilización del amor”.
Mencionamos algunas de esas dificultades: la indiferencia de no pocos (lamentablemente también de cristianos), la falta de un empeño por salir de la crisis y el deseo porque se sigan dando soluciones de carácter mesiánico, es decir que sean otros los que den y realicen soluciones; la mediocridad de la dirigencia política, anclada más en sus intereses y ansia de poder; la corrupción; el haber perdido una seria visión de país y el haber permitido que se desgastaran las riquezas naturales para enriquecer a unos muy pocos y no “sembrar el petróleo”, como algún pensador propuso (esto es, haber invertido en el desarrollo integral de la nación.
Todo esto ha generado una mayor pobreza y una especie de ambiente de desencanto y desilusión que mina los deseos de cambio y la voluntad de trabajo productivo. A esto se une la imposición de un modelo reñido con el auténtico desarrollo integral del ser humano y con vocación totalitarista.
- La opción preferencial por los pobres hoy en Venezuela.
En la tarea de construir la “civilización del amor”, la Iglesia se siente pueblo: abraza a todos los seres humanos, creyentes o no, para protegerlos como el buen pastor hace con sus ovejas. Y dedica predilección y atención a los más desprovistos, a los pobres, a los pequeños y excluidos de la sociedad. Con esto hace realidad un señalamiento de Pablo VI en el año 1972 al recibir las cartas credenciales del embajador de Venezuela ante la Santa Sede: Todo cristiano, todos los cristianos se han de sentir comprometidos por su fe para aunar sus esfuerzos en la común tarea del progreso. Para un cristiano, ningún hombre puede ser un desconocido ni un extraño; cada hombre ha de ser su hermano. Y, si entre todos los hermanos se establece una escala de preferencias, ésta será siempre en favor de los más pobres y necesitados, de los obreros, de los campesinos, de los marginados. A ellos les dijimos durante nuestro viaje a Latinoamérica: «Queremos ser solidarios con vuestra buena causa, que es la del Pueblo humilde, la de la gente pobre».
Un ejemplo concreto de acción solidaria en el marco de la civilización del amor: el trabajo en la frontera.
Finalmente deseo darles a conocer una experiencia –no la única- que se enmarca en la voluntad de hacer posible en Venezuela la “civilización del amor”. Las diversas Iglesias locales, así como Caritas nacional, Cáritas diocesanas, los miembros de la Vida Consagrada y un sinnúmero de organizaciones, está haciendo posible que la caridad sea operante. Son variadas las acciones, desde la asistencial hasta la de la promoción humana, contando también entre ellas el acompañamiento a los que más sufren.
En nuestra frontera colombo-venezolana nos ha tocado, con la imaginación creadora que brota de la caridad y de la misma “civilización del amor” atender a miles de hombres y mujeres en situaciones de desventaja, de pobreza, de menosprecio y opresión. Son miles los migrantes que pasan por la frontera hacia Colombia: unos para seguir hacia otros países en busca de mejores condiciones de vida y trabajo; otros para adquirir alimentos y medicinas que requieren para su sustento. Lamentablemente también en esa frontera, aprovechándose de la situación de crisis, no faltan mafias que se dedican a la trata de personas y a inducir a adolescentes, jóvenes y adultos hacia la prostitución.
La Iglesia no se ha mantenido al margen. Tanto la Diócesis de Cúcuta como la de San Cristóbal han hermanado esfuerzos para atender a los migrantes y familiares de los mismos, así como a personas que están sufriendo a causa de la escasez de medicamentos y de otros insumos necesarios para una vida digna. La Diócesis de Cúcuta, con su obispo a la cabeza, S.E.R VICTOR MANUEL OCHOA CADAVID, ha organizado una red de “casas de paso” donde dan desayuno y almuerzo a más de 7000 personas diariamente. Asimismo facilita ayuda para la consecución de medicamentos, así como para realizar la vacunación de niños recién nacidos. También colabora con centros de salud de la Iglesia. Nos sentimos hermanados por la caridad y por la comunión fraterna. Trabajamos en conjunto, pues como enseñara Francisco. La Iglesia es madre de todos y no tiene fronteras.
De nuestra parte, sobre todo con las parroquias de la Vicaría de la Redención que están propiamente en el eje fronterizo se atienden a muchas personas pobres y necesitadas. También a los migrantes. Ahora se comienza a tener una infraestructura que permite atender y orientar a muchos migrantes para que no sean manipulados por quienes se quieren aprovechar de la situación negativa o difícil que viven. De algunas parroquias, hay grupos de laicos que se dirigen a una de las “casas de paso” de la Diócesis de Cúcuta, al menos dos veces a la semana, para cooperar fraternamente con los católicos de Cúcuta en ellas. También se atiende a los privados de libertad que están recluidos en algunos centros policiales de la zona: se les da el almuerzo y otras ayudas.
Lo bonito es que hay una participación que habla de un testimonio del amor por parte de los sacerdotes y laicos de la zona. Muchos de los que trabajan dan de lo poco que poseen: una Iglesia pobre para los pobres, como se nos pide en la actualidad. Hay una conciencia de que se hace para hacer presente el Reino de Dios. Por tanto, para manifestar que sí creemos en la “civilización del amor”. Cuando se conoce esta experiencia y se participa en ella, es fácil entender lo que nos enseña el Libro de los Hechos de los Apóstoles al referirse a la actitud de los primeros cristianos: ellos ponían todo en común, lo compartían y así nadie pasaba necesidad.
Personalmente estoy agradecido al premio que nos ha concedido esta Institución y que hace referencia al trabajo que realizamos entre los pobres, particularmente en la frontera colombo-venezolana. Son ellos, nuestros sacerdotes y laicos, el Obispo de Cúcuta y sus presbíteros y laicos, quienes hacen posible y real la caridad operante que nos viene de Cristo Jesús. Son ellos los merecedores de este premio y a ellos los hago partícipes en este momento. No soy un pastor aislado en la comodidad de una oficina: con mi gente caminamos juntos y con ella actuamos en el nombre de Dios. Eso lo aprendí de un hombre sencillo y sabio con un corazón inmenso, un gran pastor bueno: con su mensaje, con su pastoreo, con su vocación a la santidad vivida en todo momento, con su mirada en el futuro nos enseñó a creer y edificar la “civilización del amor”: nuestro amado y siempre recordado SAN PABLO VI.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.