El Pontífice preside en San Pedro una misa por los cardenales y obispos fallecidos durante el último año
“Vivir es un gran noviazgo”, ha reflexionado Bergoglio de la mano de la parábola de las diez vírgenes
“La vida es una salida continua, también para los ministros del Evangelio”. Lo ha recordado Francisco durante la tradicional eucaristía en sufragio por los cardenales y obispos difuntos del último año, que ha presidido este sábado 3 de noviembre en la cátedra de la Basílica de San Pedro.
Pasadas las 11:30 de la mañana, y tras escuchar la parábola de las diez vírgenes que “salieron al encuentro del esposo” (Mt 25, 1), el Papa ha reflexionado en su homilía sobre la vida como “llamada continua a ‘salir’: del seno materno, de la casa donde nacimos, de la infancia a la juventud y de la juventud a la edad adulta, hasta que salgamos de este mundo”. “Estamos siempre de paso, hasta el paso final”, ha insistido.
Según el Evangelio recién proclamado, “el sentido de esta continua salida que es la vida” es “ir al encuentro del Esposo”, lo único que “da sentido y orientación a la vida”. “No hay otro. El final ilumina lo que precede. Y como la siembra se evalúa por la cosecha, así el camino de la vida se plantea a partir de la meta”, ha subrayado Bergoglio.
Por eso, la vida así entendida es para él “el tiempo que se nos da para ‘crecer en el amor’”. “Vivir –ha dicho– es una cotidiana preparación a las nupcias, un gran noviazgo”. Y ha invitado a los participantes en la celebración a preguntarse si viven como quien prepara el encuentro con el Esposo, y a hacer de esa espera del Esposo “el hilo conductor de toda la historia”.
Escuchar la voz del Esposo
Más adelante, haciéndose eco de las palabras de san Pablo en la segunda lectura llamando a no fijarse en lo que se ve, sino en lo que no se ve –porque “lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno” (2 Co 4, 18)–, el Papa ha pedido a cuantos le escuchaban: “No nos quedemos en las dinámicas terrenas, miremos más allá”. Y, parafraseando aquella célebre expresión de ‘El Principito’ de que “lo esencial es invisible a los ojos”, ha defendido que “lo esencial de la vida es escuchar la voz del Esposo”.
De vuelta a la parábola evangélica de las vírgenes que esperan las nupcias, Francisco ha querido hacer hincapié en el que, a su juicio, es el elemento esencial para ellas: “No el vestido, ni tampoco las lámparas, sino el ‘aceite’, custodiado en pequeños vasos”. Y se ha detenido en tres rasgos del mismo. El primero es que “no es vistoso”, lo que, en su opinión, sugiere que “ante el Señor no cuentan las apariencias, sino el corazón (cf. 1 Sam 16, 7)”.
“Lo que el mundo busca y ostenta –los honores, el poder, las apariencias, la gloria– pasa, sin dejar rastro. Tomar distancia de las apariencias mundanas es indispensable para prepararse para el cielo”, ha advertido Francisco. Para lo cual, “es necesario decir no a la ‘cultura del maquillaje’, que enseña a cuidar las formas externas”, pero también “purificarse y custodiarse el corazón, el interior del hombre, precioso a los ojos de Dios; no lo externo, que desaparece”.
Entrada de las bodas eternas
Una segunda característica del aceite a la que se ha referido el Pontífice es que “existe para ‘ser consumido’”, que “solo ilumina quemándose”. “Así es la vida: difunde luz solo si se consume, si se gasta en el servicio”, ha reiterado una vez más. Y ha añadido: “El secreto de la vida es vivir para servir. El servicio es el billete que se debe presentar en la entrada de las bodas eternas. Lo que queda de la vida, ante el umbral de la eternidad, no es cuánto hemos ganado, sino cuánto hemos dado (cf. Mt 6, 19-21; 1 Co 13, 8)”.
De ahí que “el sentido de la vida es dar respuesta a la propuesta de amor de Dios”. Una respuesta que “pasa a través del amor verdadero, del don de sí mismo, del servicio”. Ello explica por qué “servir cuesta, porque significa gastarse, consumirse”, ha insistido, antes de recordar a los consagrados que, “en nuestro ministerio, no sirve para vivir quien no vive para servir. Quien custodia demasiado la propia vida, la pierde”.
El último aspecto del aceite sobre el que Francisco ha llamado la atención es su ‘preparación’. “El aceite se prepara con tiempo y se lleva consigo (cf. vv. 4.7)”, ha comentado en alusión al texto evangélico y a esas vírgenes imprudentes que quedan fuera de las nupcias por no estar preparadas. “El amor es ciertamente espontáneo, pero no se improvisa”, ha advertido. Un amor que “necesita ser alimentado días tras día” en el presente, en este “tiempo de la preparación”. Y ha exhortado a pedir “la gracia para que se renueve cada día el primer amor con el Señor (cf. Ap 2, 4), para no dejar que se apague”.
Invertir en amor
“La gran tentación es conformarse con una vida sin amor, que es como un vaso vacío, como una lámpara apagada. Si no se invierte en amor, la vida se apaga”, ha lamentado siguiendo con su homilía. Y, tomando la imagen de la parábola evangélica, ha pedido a “los llamados a las bodas con Dios” que no se acomoden a “una vida sedentaria, siempre igual y horizontal, que va adelante sin ímpetu, buscando pequeñas satisfacciones y persiguiendo reconocimientos efímeros”. “Una vida desvaída, rutinaria, que se contenta con hacer su deber sin darse, no es digna del Esposo”, ha afirmado.
El Papa ha concluido sus palabras rezando por los cardenales y obispos fallecidos durante el año pasado, y pidiendo “la intercesión de quien ha vivido sin querer aparentar, de quien ha servido de corazón, de quien se ha preparado día a día al encuentro con el Señor”. Y “siguiendo el ejemplo de estos testigos, que gracias a Dios hay, y son muchos”, ha instado a no conformarse con “una mirada furtiva a nuestro presente; deseemos más bien una mirada que vaya más allá, a las nupcias que nos esperan”. “Una vida atravesada por el deseo de Dios y entrenada en el amor estará preparada para entrar por siempre en la morada del Esposo”, ha deseado Francisco.
Vida Nueva