Por Ubaldo R Santana Sequera FMI, Arzobispo emérito de Maracaibo
En el evangelio de este domingo, S. Marcos nos reporta un hermoso dialogo entre Jesús y un maestro de la Ley, en el atrio del templo de Jerusalén,. Se produce en un contexto polémico provocado por la entrada triunfal de Jesús de Nazaret en la ciudad santa y por su repentino gesto de expulsar a los mercaderes y a los cambistas del templo. Tal acción provoca la ira de las autoridades religiosas, le reclaman a Jesús su abuso de autoridad y lo presionan con preguntas capciosas para descalificarlo ante el pueblo (Cfr Mc 11,1-33). Es cuando uno de los doctores de la Ley, complacido o cuestionado por la sabiduría de Jesús, se le acerca para preguntarle: Cual es el primero de todos los mandamientos?
Pregunta pertinente pues, en aquellos tiempos, era un tema muy discutido y aun no resuelto, ya que a los 10 mandamientos, recibidos por Moisés de las manos de Dios en el Sinaí, la tradición judaica le había añadido mas de 600 normas, que unos consideraban de obligatorio cumplimiento y otros no. El escriba quiere conocer la opinión autorizada de Jesús.
Jesús le responde recitando el “Shema Israel Adonai epa”, el credo fundamental del pueblo de Israel, contenido en el libro del Deuteronomio 6, 4-5, formula que todo judío debía recitar por lo menos dos veces al día, llevar sobre su cuerpo, tenerlo grabado en el dintel de la puerta de su casa y transmitirlo a su familia. Pero lo sorprendente, es que Jesús le adjunta a este texto una cita del Levítico 19,18: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”. Y concluye: “No existe UN mandamiento más grande que estos dos”. De los dos mandamientos hace uno solo.
La reacción del escriba también es sorprendente. Aprueba la respuesta de Jesús y a su vez concluye, apoyándose en varios textos del AT(Os 6,6; Sal 49, 6-8 y 51, 16-17), que corroboran y explicitan lo dicho por Jesús: “Amar a Dios Y al prójimo es mucho más importante que todos los holocaustos y sacrificios”. Notemos la Y copulativa. No es un doble mandamiento, es uno solo y además, resume no solamente los 630 mandamientos de la Ley, sino también todo el culto que le rinde gloria a Dios. Tan bella respuesta le arranca un elogio a Jesús: “No estás lejos del reino de Dios”. Si no está lejos, que le hace falta entonces al escriba para entraren el Reino? Le hacen falta dos cosas.
Primero llevarlo a la práctica. Si de veras quiere entrar en el reino de Dios, ha de abandonar la incoherente actitud de no practicarlo que predica mientras se lo exige a los demás. Esta es una de las fuertes críticas que Jesús le dirige a los fariseos (Cfr. Mt 23,2-4). Recordemos la pregunta que Jesús le dirige a otro escriba en la parábola sobre el Buen Samaritano: “Quien de los tres demostró ser prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones? –El que se compadeció de el”, contesto el experto de la Ley. – “Anda entonces y haz tu lo mismo”, concluyo Jesús. En esta parábola los dos personajes que, antes del buen samaritano, vieron al hombre herido y pasaron de largo, eran dos ministros vinculados al templo, que no se pararon, porque le dieron mas importancia al culto que a la atención del hombre necesitado (CfrLc 10,24-37).
En una oportunidad a un joven rico Jesús le dijo: “Una sola cosa te falta”. Al escriba del evangelio de hoy le hace otra cosa para entraren el reino. Seguir a Jesús! Si se hace discípulo suyo descubrirá que el Señor cambia el criterio del amor al prójimo enseñado en el Antiguo Testamento. El Levítico enseña: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Jesús le da un giro radical y ensena con la autoridad que le ha dado su Padre para llevar la Ley mosaico a su plenitud (Cfr Mt 5,17): Ama a tu prójimo no solo como a ti mismo, sino como yo te amo (Jn 13,34-35; 15, 12-13). Jesús siempre nos quiere llevar más allá de donde nos encuentra. Nos quiere llevar a la verdad completa, a la plenitud (cfr. Jn 14,26;16,13).
Hermanos, ojala escuchemos nosotros también hoy la voz del Señor, pues nos está entregando una de sus enseñanzas fundamentales. Estamos ante algo así como el código genético del cristianismo. “Shema, Escucha!”. Escuchemos, hermanos! Escuchemos bien! Dios el Señor es uno! Esta es nuestra fe. Y que hace que Dios, siendo una trinidad de personas, sea uno? Que fuerza lo unifica? El amor. Que fuerza trajo Jesús a nuestro mundo? El amor (Jn 3,16)! Con la fuerza del amor, pudo llevar a cabo su misión hasta el final (Cfr Jn 13,1), vencer al demonio, al odio, a la muerte y resucitar. El amor lo llevo a querer asociarnos a su familia (Jn 14,2-3). Y nos llevó más allá. Compartió esta fuerza de amor con nosotros con el don del Espíritu Santo (Jn 20,22; Rm 5,8).
De aquí parte todo. El demonio divide, despedaza, separa los unos de los unos otros, mata (Cr 1 Jn 3,8-16). Solo el amor de Dios da vida, unifica, humaniza. Nos hace hermanos misericordiosos y solidarios. Este es el mensaje que estamos invitados a escuchar hoy y poner en práctica.
La práctica del amor, en su doble vertiente, es lo primero de todo; es lo que le da importancia real a nuestro culto y a nuestras devociones: rosarios, novenas, promesas, oraciones, procesiones, peregrinaciones, misas y todo lo que podamos ofrecer o emprender. Todo eso vale si lo alimenta el amor. Nada vale si el amor no está presente. El evangelio del domingo pasado nos hizo ver nuestras cegueras. Que el evangelio de hoy nos haga caer en cuenta de nuestra sordera y deseemos ardientemente escuchar.
La escucha de Dios nos llevara a la fe. La fe nos llevara al amor. Con el amor de Cristo dentro de nosotros, veremos claro como ordenar nuestra vida entorno a lo más importante, a lo esencial: entorno al amor a Dios nuestro Padre y a nuestros prójimos para hacer los nuestro hermanos.
Este es el amor, el verdadero amor que debemos dejar entrar en nuestra vida. Un amor invasivo y metastásico. Estamos llamados a amar “con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser, con toda el alma y con toda nuestra fuerza”. Un amor- savia que circule por todas las ramificaciones de nuestro ser: que no sea, por consiguiente, solo emotivo, epidérmico u hormonal, o solo platónico y desencarnado; sino un amor envolvente y unificador, que abarque lo ancho, lo alto, lo largo, lo profundo lo consciente y lo inconsciente de todo el ser humano. Así lo vivió y resumió S. Pablo: “Que Cristo viva en sus corazones por la fe, y que el amor sea la raíz y fundamento de sus vidas (…) para que lleguen a colmarse de la plenitud de Dios” (Ef 3, 17-19).
Hermanos, si queremos saber cuál es el mandamiento principal, no basta escucharlo, hay que vivirlo intensamente, con fidelidad, hasta el final. Escuchemos a Jesús, sigamos a Jesús, quedémonos con Jesús, amemos con Jesús y como Jesús y sabremos que es el amor. Muchos matrimonios civiles y sacramentados fracasan, no pocos clérigos traicionan su vocación, porque sencillamente sus vidas personales y sus proyectos comunes no están organizados ni fundamentados en el amor de Jesús, sino en formulas egoístas, excluyentes y restrictivas. El objetivo fundamental que una pareja recibe en el momento de sus nupcias es llegar una sola carne. La meta que recibe un sacerdote en su ordenación es configurarse con Cristo pastor.
El Proyecto de amor en Cristo es un proyecto que nos rebasa y envuelve toda la humanidad (Ef 1,3-11). En el mundo los cristianos somos catalizadores de este proyecto de vida y de fraternidad para todos. Como creyentes y miembros del pueblo de Dios, estamos llamados a caminar, con el impulso de ese mismo amor dentro de nosotros (Cfr Rom 5,8), hacia una creciente unificación no solo de nuestro ser, de nuestra familia, de nuestra sociedad, sino de la humanidad entera.
La vida es corta para vivir esta aventura. La Virgen María la vivió a plenitud. Los santos y santas que festejamos el primero de este mes, la vivieron en su tiempo, en su modo, en su estado, propios y alcanzaron la verdadera felicidad. Ellos nos apoyan para que nosotros también la vivamos.
Calgary 4 de noviembre de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo emérito de Maracaibo