En el momento oportuno… la Doctrina Social de la Iglesia

269
Mons. Mario Moronta.-

Una de las grandes tentaciones que sufrimos hoy los venezolanos es la del inmovilismo, con su carga de frustración, desaliento y falso concepto de esperanza. La crisis que nos golpea ha ido socavando las bases de la confianza en muchas personas e instituciones. Ha crecido la pobreza, ha aumentado el desconsuelo ante la falta de respuesta de los entes gubernamentales; además hay quienes alientan falsas expectativas con propuestas fuera de la realidad o inspiradas en sueños de cosas que no volverán. Ese inmovilismo, a la vez, crea o un conformismo o una especie de huída de la realidad junto con indefensión; en este sentido, muchos, sin saber lo que de verdad significa emigrar, se van en búsqueda de un nuevo “dorado”, pensando que van a conseguirse con condiciones de vida de un tenor superior al que se tenía en Venezuela.

La Iglesia no escapa a esas tentaciones. No son pocos los miembros de la Iglesia que han preferido irse del país con el deseo de conseguirse mejores condiciones y calidad de vida. Entre ellos, catequistas, miembros de grupos apostólicos, responsables de servicios eclesiales y hasta alguno que otro sacerdote. También podemos caer en esa tentación del inmovilismo, cuando pensamos que estamos haciendo mucho, con acciones y actividades necesarias y que se deben seguir promoviendo: las “ollas comunitarias”, los “bancos de medicinas” etc. Todo esto no sólo es necesario sino que constituye una manera de responder a la crisis con algo propio de la Iglesia: “la caridad operante”. Pero puede quedarse sólo en ello y no dar otros pasos, esperando a ver si “se arregla la situación”.

Hay muchas formas de vencer o no sucumbir ante la tentación. Una de ellas, las descartamos por principio: la violencia. Esta misma se oculta o disfraza con varias manifestaciones: desde la de los enfrentamientos entre hermanos, hasta la de la descalificación. Existe la violencia del Estado al no atender al pueblo y sus necesidades y creerse el dominador de todos los espacios e iniciativas. En nuestro caso, esa violencia se hace patente al impedir todo tipo de ayuda humanitaria, así como al empobrecer al pueblo, engañándolo con falsas dádivas de carácter populista. Es la violencia del totalitarismo que no acepta ni diálogo ni opiniones contrarias. Lamentablemente también se encuentra la violencia del pasivismo de tantos hombres y mujeres capaces de reaccionar; y la de los especuladores quienes juegan con la hiperinflación y hacen más pesadas las cargas de la gente. Detrás de todo esto, también se esconde una violencia que abarca a todos y que tiene el disfraz de lo generalizado y aceptado por ser tan común: se trata de la violencia de la corrupción.

Para muchos, diera la impresión de estar en un laberinto, o en un callejón sin salida. Quienes, por Constitución del país, deberían estar del lado de la institucionalidad y, sobre todo de la gente para defender su dignidad y sus derechos fundamentales, están al servicio de una parcialidad política. Todo por puro beneficio, pues no hay mucha ideología en sus planteamientos… excepto la del propio interés, siempre peleado con el verdadero, el del bien común. En ese laberinto también se hallan tantísimos dirigentes políticos, sociales, culturales y hasta religiosos… y la única salida que ven es la del propio beneficio para poder hacerlos partícipes de una condición de “superioridad” ante las personas humanas que componen el colectivo auténtico, el nacional. Dentro de estos grupos, para ahondar más la crisis y hacer más ensombrecedor el laberinto nos conseguimos diversos grupos armados e irregulares, con características delincuenciales.

Ante este panorama sombrío y casi imposible de resolver, la Iglesia está llamada a ser “Luz de esta Nación” (como de todas las naciones del mundo). Tiene con qué, ya que es “sacramento universal de comunión y salvación”, con una misión –la evangelización– que la conduce a luchar por la dignificación del ser humano, revitalizando su dignidad de persona y contribuyendo a su promoción, en la línea de un desarrollo integral. No en vano, como bien lo enseñó San Pablo VI, su misión, aunque apunta a la plenitud del ser humano en la trascendencia de un encuentro definitivo con Dios, debe construir la CIVILIZACION DEL AMOR. Esta no debe ser un mero indicativo o una simplista utopía. Ello exige poner en práctica el Mensaje fundamental del Evangelio de Jesús, quien vino a realizar la salvación, pero sin dejar de atender a los invitados a ella. Su obra se reconoce como “NUEVA CREACIÓN”. Su producto primero el “HOMBRE NUEVO”.

Basándose en el principio de la ENCARNACIÓN, como bien nos lo enseña la Teología y el Magisterio de la misma Iglesia, ésta se hace presente en la historia para acercarse a la humanidad y brindarle su servicio, con todo lo que ello implica. Siguiendo el ejemplo de Jesús, entonces, la Iglesia encarnada en la historia y en la sociedad donde ejerce su Misión, no manipula al ser humano, sino que lo hace sujeto activo de su quehacer y de su salvación. En esta línea, ofrece, acá y en todos los países, un camino cierto y seguro: hacer del pueblo, de todos los hombres en sus comunidades, culturas y naciones, el sujeto social de su cambio, de su crecimiento y de la edificación de la Civilización del Amor.

Aquí comprobamos la gran contribución que nuestra Iglesia en Venezuela debe dar. De seguro lo hace en muchas comunidades; aunque el momento exige para ello mayor decisión y organicidad. Es lo que en el lenguaje eclesial –nacido de la Palabra de Dios- podemos describir con el término PARRHESÍA. Esto lo entendieron muy bien los primeros cristianos, como nos lo recuerda el libro de los Hechos. Con esta contribución, la Iglesia permitirá la toma de conciencia de todos para asumir la ciudadanía como tarea y desafío. Y, dentro de esta perspectiva, “re-fundar” continuamente y en estos momentos específicos, nuestra Nación. Re-fundar no significa olvidar las raíces, como tampoco dejar a un lado aquello en que hemos crecido. Pero sí conlleva algo muy peculiar e irrenunciable: apuntar al futuro de plenitud ya vivido en esta existencia terrena.

Esa re-fundación encierra el saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde queremos ir, auxiliados por los principios básicos del Evangelio y con un estilo propio, de comunión y participación. Comunión significa unidad en la diversidad, pero para tener un mismo sentir: el de la Civilización del Amor. Participación, con la cual todos, sin excepción y según sus propias capacidades y carismas, somos sujetos y actores-protagonistas de lo que queremos para hoy y para mañana. En todo esto, por ser creyentes, confiamos en la ayuda de un Dios hecho Hombre para hablarnos en el tú a tú de la vida y para ofrecernos la mayor de las dignificaciones al hacer posible que nos convirtiéramos en “hijos de Dios” (cf. Jn 1,12).

Para dar estos pasos, ciertamente, se requieren muchas cosas, pero de manera especial tres: la libertad, la verdad y el amor. Elamor que todo lo puede como nos lo indica muy bien Pablo (cf. 1Cor 13). El amor que nos hace sentirnos hermanos, y con el cual nos identificamos como discípulos de Jesús (cf. Jn 13,35). El amor que encierra la misericordia, la reconciliación, la solidaridad… tan necesarias en nuestra Nación. La verdad que nos libera (cf. Jn 8,32) y con la cual podemos exigir respeto a nuestra dignidad, practicándolo nosotros para con los demás. Sólo con la verdad podremos entonces dialogar, compartir, corregir y hacer posible el futuro y el desarrollo integral. Y la libertad. Como nos enseña Pablo, “para eso nos liberó Cristo, para ser libres” (Gal 5,1). La libertad no es hacer lo que nos guste o nos venga en ganas; la libertad no es aceptar servilmente las imposiciones y opresiones de otros que se creen más que los demás. Y si hay una tarea importante hoy en Venezuela es la de la “liberación” integral de todos. No se puede limitar exclusivamente a lo socio-político. La auténtica “liberación” de la cual nos habla la Palabra de Dios, nace de la ruptura de toda esclavitud, personal y comunitaria, que en términos eclesiales podemos definir como el “pecado”, tanto el personal, como el social… en ambos casos “pecado del mundo”.

Para poder dar este paso, y así conducirnos en los caminos de liberación y de edificación del a Civilización del Amor, la Iglesia cuenta con un tesoro inmenso. Si bien ha sido sistematizada desde hace pocos siglos, encuentra su fundamento en la Palabra de Dios, en los Padres de la Iglesia, en la reflexión de muchos teólogos y en la práctica de la caridad operante de la Iglesia: es el tesoro de laDOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. Lamentablemente poco conocida y difundida. A veces la presuponemos, otras la ignoramos, y no faltan momentos en que la manipulamos. Pero la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA es una fuente inagotable. Ha logrado ser como uno de los tantos canales de la Palabra de Dios para llegar al corazón de los hombres y así poder animar efectos concretos de la misma. La DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA propone principios, reflexiones, desafíos y acciones tendientes a hacer sentir la fuerza liberadora del Señor Jesús.

Esa fuerza liberadora de Jesús hace que el ser humano se convierta en HOMBRE NUEVO y protagonista de su quehacer salvífico. Así se logra influir en su vida social, económica, política y cultural. Por eso, una de las finalidades de la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA es ayudar a que todo ser humano, creyente o no en Cristo, se convierta en sujeto social para edificar el mundo lleno de justicia, paz, solidaridad y amor. Hoy es una tarea urgente promover, enseñar y asumir la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA.

Muchos podrían preguntarse ¿y ahora lo podemos hacer? ¿No estaremos desfasados en el tiempo? ¿Acaso no se requieren de otras acciones? Es verdad que no se pueden obviar otras acciones necesarias en estos tiempos, es cierto que quizás estamos un poco atrasados y es necesario vencer cualquier tipo de tentación creyendo que no lo podemos hacer. Hoy es el momento oportuno que nos presenta Dios. Es el “kairós” de la DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA en nuestro país y en nuestra región de una manera muy especial. Si lo perdemos, entonces no sólo nos seguiremos atrasando, sino que caeremos en el callejón sin salida de un laberinto tenebroso. Es el “kairós” que nos viene de Dios. Tenemos muchos signos favorables para asumirlo y entender que estamos en ese tiempo oportuno: la toma de conciencia de la solidaridad entre nosotros, las acciones de caridad fraterna que estamos realizando, la exigencia de formación de los miembros del pueblo de Dios, en especial del laicado de nuestra Iglesia.

Respondemos a los desafíos de ese “kairós”. Ya desde hace tiempo veníamos pensando cómo asumirlo. El ejemplo de nuestras comunidades nos da aliento. Pero, al sentir el clamor de tantos hermanos nuestros oprimidos por una injusticia tendiente a convertirse en estructural, se nos ha exigido dar pasos nuevos. Uno de esos pasos exige ir abriendo espacios de formación enDOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. Ya había aparecido en el II Sínodo Diocesano como tarea; lo mismo lo sentían los Laicos en su escuela de formación promovida por el CODILAI; los laicos y sacerdotes de la frontera, al atender las nuevas situaciones sociales que se están presentando, lo habían pedido; y en la última ASAMBLEA DIOCESANA DE PASTORAL la petición se hizo más clamorosa. Esto nos ha llevado a proponer como un paso importante –no el único- un DIPLOMADO EN DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. La respuesta ha sido abrumadoramente positiva. Y las peticiones de llevarlo, incluso a otros lugares de Venezuela y Colombia, no se hicieron esperar. Es algo pendiente que nos comprometemos a realizar.

Al inaugurar este sábado 17 de noviembre de 2018 el I DIPLOMADO DE DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, coordinado por la Facultad de CIENCIAS DE LA RELIGION de nuestra querida UNIVERSIDAD CATOLICA DEL TACHIRA (UCAT), damos un paso importante. ¡Qué hermosa coincidencia, con la celebración de la II JORNADA MUNDIAL POR LOS POBRES convocada por el Papa Francisco, este domingo 18 de noviembre! Con la confianza puesta en el Señor, estamos seguros de que no será un paso en falso o para “tranquilizar” las conciencias… Se enmarca dentro del Plan Diocesano de Pastoral, con el cual hemos venido asumiendo la tarea nada fácil pero sí apasionante de convertir a los miembros de la Iglesia en “sujetos” del quehacer eclesial. Hacemos una apuesta, seguros de poder ganarla: con este Diplomado y todas las diversas acciones en el campo de lo social, aportaremos ilusión, entusiasmo y confianza; así desde nuestra Iglesia local de San Cristóbal podremos hacer sentir nuestra contribución cierta y segura para enfrentar la crisis con mirada puesta en un futuro de solidaridad, de libertad, de justicia y de amor.

Al inaugurar el DIPLOMADO EN DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA, sencillamente aprovechamos el tiempo oportuno, el “kairós” que nos ofrece Dios, y reafirmamos que “hemos puesto las manos en el arado para mirar hacia adelante en el horizonte del Reino de Dios”. Solemos decir que no hay tiempo que perder… entonces, en el nombre del Señor y por invitación suya, no perdamos este “kairós”, y convirtámoslo como respuesta eclesial de luz en tiempos de oscuridades. A todos los participantes, organizadores, facilitadores, cooperadores, junto con nuestro agradecimiento, nuestra voz de estímulo: ANIMO En El Nombre del Señor.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.