Atención a nuestro corazón, allí nacen los deseos malvados. Catequesis del Papa

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Papa en Audiencia general

Tal como lo dijo el Señor Jesús, en el corazón del hombre nacen los deseos malvados y la impureza del hombre, que lleva a la destrucción de su relación con Dios. Por ello hay que “desenmascarar” esos deseos del corazón, abriéndose a la relación con Dios, en la verdad y en la libertad, porque Él es el único capaz de renovar el corazón

Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Allí comienza a ‘moverse’ el corazón, y uno entra en esa onda y termina en una transgresión. Pero no es una trasgresión formal, legal, es una trasgresión que hiere a sí mismo y hiere a los demás: fue ésta la advertencia del Papa Francisco, en el miércoles 21 de noviembre, reflexionando sobre el último de los mandamientos del decálogo: «No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo».

A simple vista – dijo el Papa hablando en español – parece coincidir con los mandamientos: «No cometerás adulterio» o «no robarás». Sin embargo, hay una diferencia. En este epílogo el Señor nos propone llegar al fondo del sentido del decálogo y evitar que pensemos que basta un cumplimiento nominal y farisaico para conseguir la salvación. La diferencia estriba en el verbo empleado: “no codiciarás”; con este verbo se subraya que, en el corazón del hombre —como dice Jesús en el Evangelio—, nace la impureza y los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres.

Necesitamos de Dios para corregirnos

El Papa invitó a tener presente que todos los mandamientos tienen la tarea de indicar “el límite de la vida”, más allá del cual “el hombre destruye a sí mismo y a los demás”, y arruina su relación con Dios. Y hablando en italiano fue más allá con la explicación, recordando detalladamente las palabras del Señor Jesús en el Evangelio según san Marcos: «es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino… Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre» Mc. 7,21-23.

En este sentido, precisó que es en vano pensar que uno se puede corregir a uno mismo sin el don del Espíritu Santo: hay que abrirse a la relación con Dios, en la verdad y en la libertad, -dijo –  porque Él es el único capaz de renovar nuestro corazón.

“Nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que nuestra debilidad se supera sólo con nuestras fuerzas, en virtud de una observancia externa. Debemos suplicar, como mendigos, la humildad y la verdad que nos pone frente a nuestra pobreza, para poder aceptar que sólo el Espíritu Santo puede corregirnos, dando a nuestros esfuerzos el fruto deseado. Esa verdad es apertura auténtica y personal a la misericordia de Dios que nos transforma y renueva”, aseguró en español.

Felices los que se abandonan en Dios

Ya concluyendo su catequesis resonó en la boca del Pontífice la bienaventuranza, como para grabar en el corazón de los fieles la importancia de la propia relación con Dios:

“Bienaventurados los pobres de espíritu; aquellos que, no fiándose de sus propias fuerzas, se abandonan en Dios, que con su misericordia cura sus faltas y les da una vida nueva”.

En sus saludos a los peregrinos de lengua española, recordando la celebración de la Presentación de la Virgen María en el Templo, animó a que “ siguiendo su ejemplo, sean testigos de la misericordia de Dios en medio del mundo, comunicando la ternura y la compasión que han experimentado en sus propias vidas”.

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