¡Ya se acerca Navidad! Ya está a punto de llegar Jesús, el Libertador, la raíz y el impulso de nuestra esperanza. No son tiempos de claudicación, de pesimismo, de quejadera, que tanto abundan hoy en Venezuela. ¡Arriba los corazones! Son tiempos de creer, de esperar y de comprometerse. La desesperanza es falta de fe y falta de fortaleza que hunden al alma en el pesimismo y le roban las fuerzas para comprometerse en la construcción del futuro. La esperanza es sostén y fuerza para seguir adelante sin que nos agobien los problemas y las dificultades.
Jesús fue un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza de un mundo justo y fraternal. Por ello, los que nos consideramos sus seguidores, debemos ser los militantes de la esperanza. Una esperanza activa, que se convierte en compromiso y esfuerzo por cambiar a Venezuela y sacarla del abismo en que se encuentra. ¡Otra Venezuela es posible y vamos a lograrla! A pesar de las dificultades y problemas, Jesús, el Libertador, el enemigo de toda opresión y esclavitud, viene, sigue viniendo. Esperarlo en adviento y luego recibirlo en navidad es comprometerse a construir con Él una Venezuela reconciliada, justa y próspera, donde nadie pase hambre, muera por falta de medicinas o tenga que marcharse porque no encuentra aquí posibilidades de vida digna.
El derecho a soñar no figura entre los 30 derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron hace ya 70 años, pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos morirían de sed. Soñemos que es posible un país profundamente democrático, con poderes autónomos e instituciones eficientes, sin violencia y sin miseria, donde la diversidad sea asumida como riqueza y todos nos tratemos como conciudadanos y hermanos. Soñemos y entreguemos nuestras vidas a realizar los sueños. Tan negativo es el discurso fatalista, inmovilizador, que renuncia a los sueños y niega la vocación histórica de los seres humanos, como el discurso meramente voluntarista, que confunde el cambio con la proclama o los deseos del cambio. Por ello, los seguidores de Jesús debemos ser los “disoñadores” de la nueva Venezuela. Es decir, debemos soñarla y diseñarla. Soñarla y construirla. . Pues el sueño sin diseño, sin proyecto, es mera ilusión y el proyecto sin sueño, sin pasión, no convence, no entusiasma.
Todas las grandes conquistas de la humanidad comenzaron con el sueño de alguien o de unos pocos y el compromiso tenaz y valiente de hacerlo posible. Nada importante se ha logrado nunca sin esfuerzo, sin lucha, sin entrega.
Aceptar el sueño de una Venezuela mejor exige participar activamente en el proceso de su creación. Perder la capacidad de soñar y de comprometerse es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores de los cambios necesarios en lo político, económico, social y cultural.
La esperanza impide la angustia y el desaliento, pone alas a la voluntad, se orienta hacia la vida. Sin esperanza, languidece el entusiasmo, se apagan las ganas de vivir y de luchar. La esperanza se opone con fuerza a la resignación y el acomodo, que son una deserción mediocre y cobarde en la tarea de construir un país mejor. Por ello, y como nos dice Anatole France, “Nunca se da tanto como cuando se da esperanza”.
Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com) @pesclarin www.antonioperezesclarin.com