Homilía en la celebración de las Bodas de Oro Sacerdotales de S.E. Mons. Rafael Conde Alfonzo, Obispo de Maracay, Sta. Iglesia Catedral de Maracay, 8 de diciembre de 2018. Card. Jorge Urosa Savino, Arzobispo Emérito de Caracas
Movidos por nuestra fe en Cristo, sumo y eterno sacerdote, y llenos de inmensa alegría, nos encontramos congregados en esta antigua y hermosa Catedral de Maracay, para dar gracias a Dios por los 50 años de vida sacerdotal de nuestro querido hermano, S.E. Mons. Rafael Conde Alfonzo, Obispo de esta pujante Diócesis
Hoy celebramos con la Iglesia universal la solemnidad de la Inmaculada Concepción de nuestra amorosa madre celestial, la santísima Virgen María, Madre de Dios. Esta solemnidad litúrgica de la Inmaculada es una fiesta que siempre me ha producido una inmensa alegría. Es la fiesta de la santidad de nuestra madre amorosa. Celebramos su elección por parte del Padre celestial para ser la madre de su Divino Hijo, y haberla librado de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser natural. Festejamos su fe viva, su ardiente caridad, su sólida esperanza: nos regocijamos por su amor al prójimo, por su castidad y pureza virginal, y le agradecemos su maternal protección y su ejemplo, para ir también nosotros, pobres pecadores, por el camino de la santidad que a ella fue abierto plenamente por nuestro Padre celestial.
En un día luminoso como hoy hace 50 años, un joven diácono, luego de haberse preparado seriamente con estudios de alta calidad de Filosofía y Teología en el Seminario Interdiocesano de Santa Rosa de Lima, y de haber cursado estudios superiores de Derecho Canónico en Roma, recibió la ordenación sacerdotal para servir a Dios y a su pueblo santo. Nos conocimos algunos años antes, en nuestro querido Seminario de Caracas, y luego coincidimos en las aulas de la Universidad Gregoriana en Roma. Sus estudios fueron siempre sumamente exitosos, gracias a sus dotes intelectuales, y a su dedicación y responsabilidad en el estudio.
Pues bien: luego de esa preparación religiosa, pastoral y académica, y movido por el deseo de consagrar su vida al servicio de Dios y de nuestro pueblo católico, el diacono Rafael Conde Alfonzo fue ordenado sacerdote por el entonces Arzobispo de Caracas, el insigne y nunca suficientemente bien apreciado Cardenal José Humberto Quintero. Por estar cursando estudios en Roma no pude yo participar en esa hermosa ceremonia, como hubiera sido mi deseo, pero en mi representación, y con gran afecto por el joven neo-sacerdote, estuvo presente en la ordenación mi querida madre, Ligia Savino de Urosa.
Cristo, El Buen Pastor
Se consagró así el Padre Conde al servicio del pueblo fiel, a imitación de Jesucristo, el Buen Pastor. Fue respuesta a una vocación sagrada y divina para consagrarse a una misión hermosísima de salvación y elevación humana y espiritual. Mis queridos hermanos: el sacerdocios católico es algo que no podríamos habernos imaginado, pero Jesús, que consagró su vida al Padre celestial y se ofreció como buen pastor y sumo sacerdote que dio la vida por sus ovejas, ha querido asociar a los seres humanos, a algunos escogidos especialmente, para perpetuar su presencia sacramental a través de la historia, como buenos pastores de su pueblo santo.
Sí, amadísimos hermanos: Nuestro Señor Jesucristo, quien en el Evangelio de San Juan se presenta a nosotros como el Buen Pastor ( Cfr. Jn 10), asumiendo para sí una imagen bíblica característica y propia de Dios Padre, envió a sus apóstoles a atender a las multitudes, que estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Y les encomendó ser pastores buenos para buscar de las ovejas perdidas de la casa de Israel, para anunciar el Reino de los cielos y prodigarse en atención a las gentes, especialmente a los más necesitados, como los pecadores, los leprosos y demás enfermos. Esa es, mis queridos hermanos la bellísima misión que recibieron los apóstoles, llamados por Jesús a comunicar la esplendorosa luz del Evangelio al mundo entero, a llevar el consuelo, el perdón, la vida nueva de la gracia de Dios que nos hace hijos suyos, a guiar y servir al pueblo de Dios en su camino hacia la patria celestial. Y es la misión que los apóstoles y luego los Obispos sus sucesores, han perpetuado a través de la historia y han comunicado a sus más cercanos colaboradores: ser sacerdotes, buenos pastores como Jesucristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote
Buenos pastores, a imagen de Jesucristo, el buen pastor y por ello sumo y eterno sacerdote, como nos enseña Benedicto XVI (1) estamos obligados a ser los ministros del altar. Jesús es nuestro modelo, el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11-15), es decir, que se ofrece al Padre misericordioso, como él mismo lo dijera, para realizar la alianza salvífica para la humanidad. El sacerdocio de Cristo consiste, precisamente, en entregar y dar su vida, en morir por nosotros, para nuestra redención. Su muerte en el leño de la cruz, superada por su resurrección, es precisamente el acto supremo del sacerdocio de Jesús, realizado simbólica y sacramentalmente en la Ultima Cena, y luego consumado en el Calvario.
Los obispos y presbíteros, como buenos pastores, identificados existencial y vivencialmente con Jesús en la práctica de las virtudes y en el camino a la santidad, en nuestra entrega diaria al trabajo pastoral al servicio de nuestros fieles, somos por eso mismo instrumentos de su misericordia en un mundo hostil para la humanidad, cargado de penas y sufrimientos, de males de todo tipo, entre los cuales es preciso destacar los males morales como la impiedad, la irreligiosidad, el pecado y la indiferencia religiosa, la falta de fe y el secularismo antireligioso, entre otros males. Y por eso es importante la evangelización y la santificación, de manera que los seres humanos se acerquen a Cristo y encuentren en El la salvación.
Realmente nuestra vida y vocación es hermosísima, precisamente por ser toda ella una práctica constante de la misericordia salvífica de Cristo, Buen Pastor, en favor de la humanidad.
Mons. Conde, Buen Pastor como Jesús
Pues bien esa es la misión encomendada a través de los siglos a los sacerdotes y que Mons. Conde quiso asumir como proyecto de vida. Y la ha realizado desde aquel 8 de diciembre del año 1968 en Caracas, como sacerdote al servicio de la Iglesia caraqueña, como formador de sacerdotes y profesor en el Seminario de San José para vocaciones de adultos, como canónigo en la Santa Iglesia Catedral, como Juez eclesiástico y luego como Vicario Judicial y Deán de la Catedral. Su ministerio sacerdotal ha estado adornado siempre con su simpatía, buen humor e inventiva para alegrar la vida de quienes se cruzan en su camino. Dios le ha concedido el don de la chispa graciosa, y él ha comunicado alegría y paz a quienes se encuentran con él. Vive con alegría porque ha acogido las enseñanzas de Jesús sobre el amor fraterno y sobre nuestra unión consigo mismo y su Padre celestial. Precisamente Jesús en el Sermón de la Cena, luego de habernos invitado a seguirlo y a unirnos a él y luego de habernos encomendado especialmente el mandamiento del amor, dijo a sus apóstoles: “les he dicho todas estas cosas para que mí alegría esté en ustedes, y su alegría permanezca” ( Jn 15, 11). Mons. Conde es un ejemplo de alegría para nosotros, especialmente en estos tiempos difíciles que estamos viviendo de penuria, angustias y dificultades de todo tipo.
En 1996, cuando ejercía el honroso cargo de Deán de la Catedral Metropolitana de Caracas, Dios lo llamó a la plenitud del Sacerdocio, y tuvo el privilegio y la dicha de ser consagrado Obispo en la Basílica de San Pedro en Roma por el Papa Juan Pablo II, para ejercer su ministerio episcopal como Auxiliar del querido y recordado Arzobispo de Caracas, y luego Cardenal, Ignacio Velasco García. Más tarde, en agosto de 1997, fue llamado a ser Obispo Coadjutor de la Guaira, y dos años después fue nombrado Obispo de Margarita, donde atendió al pueblo margariteño desde marzo de 1999 hasta febrero del año 2008, cuando fue designado Obispo de Maracay. Aquí, en estas fértiles tierras aragüeñas, en medio de este pueblo cristiano, mis queridos hermanos, ha realizado una hermosa labor: en la visita y animación pastoral de las parroquias y los sacerdotes, con la creación de seis nuevas parroquias, en la promoción de algo central y vital para una Diócesis, como es la pastoral vocacional, lo cual se ha plasmado en la ordenación de 18 sacerdotes, y en el fortalecimiento del Seminario Diocesano, en el cual ha promovido los estudios de Filosofía. Ha continuado así la tarea pastoral de los dignos y celosos Obispos de Maracay: el Cardenal José Alí Lebrún, a quien correspondió el alto honor y la gran responsabilidad de fundar esta nueva Diócesis en 1958; Mons. Feliciano González, Mons. José Vicente Henríquez a quienes Dios tenga en su gloria, y a quienes recordamos con gratitud y afecto, y nuestro querido hermano Mons. Reynaldo Del Prette, actual Arzobispo de Valencia.
Recientemente Dios está probando a Mons. Conde con una seria enfermedad, que él lleva con Cristo como cruz salvadora, con una entereza, serenidad y alegría sorprendentes. Jesús en el Sermón de la Cena, luego de habernos invitado a seguirlo y a unirnos a él y luego de habernos encomendado especialmente el mandamiento del amor, dijo a sus apóstoles: “les he dicho todas estas cosas para que mí alegría esté en ustedes, y su alegría permanezca” ( Jn 15, 11). Pues bien: Mons. Conde ha asumido esas palabras del Señor y nada, ni siquiera la cruz de la enfermedad le ha robado la alegría. Gracias por ese ejemplo de fidelidad, de fortaleza y de confianza en Dios, querido Rafael!
Conclusión
Mis queridos Hermanos:
Damos pues gracias a Dios Nuestro Señor por la vida y el ministerio sacerdotal de S.E. el actual Obispo de Maracay. Y le pedimos a nuestra madre celestial, la inmaculada y gloriosa Virgen de Coromoto, que interceda por él, para que siga siendo buen pastor, como Cristo, y para que todos nosotros queramos acoger al Señor Jesús como nuestro divino salvador, y transitar por el camino que nos lleva a la eternidad, recordando sus palabas: “El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).
Con esos sentimientos, continuemos nuestra sagrada, solemne y festiva celebración.